Por Yohana Fucks (*)
Se habla de rutas por todos lados, la ruta del dinero K, la ruta del dinero M. Yo sólo conozco de la ruta que recorro todos los días para ir al trabajo. Esa ruta que es testigo de mi esfuerzo cotidiano por llegar a la escuela donde brindo clases y me brindo también yo misma a mis alumnos. Esa ruta que a veces recorro con colegas en algún modesto vehículo, compartiendo gastos para llegar a horario, otras veces en colectivo, cuando encuentro lugar en él pagando fortunas por un servicio a medias, y una infinidad de veces (como la de hoy) haciendo uso del pulgar arriba y de la solidaridad de algún conductor generoso que nos transporta «a dedo».
Conozco la ruta con el frío de la madrugada congelando mi nariz, con el rayo de sol en la frente en mediodías de calor, en días peligrosos de lluvia y viento o en mañanas de intensa neblina y precaución.
Una ruta que conoce de mi sacrificio, que sabe que lidiamos con el juzgamiento social permanente y esa etiqueta de «vagos», que vivimos pidiendo aumentos ante un trabajo de «apenas» 4 horas. Una ruta que es testigo silencioso de las veces que fuimos rezando por llegar a destino y volver al hogar, dejando a nuestros hijos en él. Una ruta que sabe que hemos subido a autos, camionetas, traficc y camiones por llegar al trabajo como sea, en jornadas donde ya no teníamos ni una moneda en el bolsillo para pagar el boleto.
Y gente diciendo “¿y por qué hacen dedo? Si ustedes cobran viáticos”, sin tener ni la más remota idea de que lo que abonan, cubre apenas unos días de traslado y el resto lo afrontamos con vocación y dignidad. Una ruta que sabe de todos esos ciudadanos que nos ven al costado del asfalto, comienzan a decir cosas en contra del Gobierno pero se olvidan de todo ese esfuerzo cuando nos ven ante un paro pidiendo aumento.
Una ruta de más de 6o km que recorremos en cada ida y en cada vuelta, sumando muchas veces el gasto de algún urbano para no llegar posterior al horario de ingreso al establecimiento y otras tantas corriendo más de 10 cuadras para no llegar a destiempo.
Es difícil ponerse en el lugar del otro en cualquier aspecto. Es difícil creer que después de cada aventura de viajeras cargando un bolso repleto de carpetas, seguimos en la escuela cargándonos al hombro la mochila de cada dificultad de nuestros gurises, que nos esperan con besos y abrazos pero también con ausencias, necesidades y problemas que dejan fluir como alivio en los brazos y oídos de sus “seños”.
Pero lo hacemos. No esperamos volvernos millonarios con la docencia, sí intentamos que tantas voluntades no sean oprimidas y desgastadas tras años y años donde el Gobierno sólo se dedica a desmerecernos, a desprestigiarnos y nos lleva a esa sensación de resignación, donde salen victoriosos cuando un docente se rinde.
Nos pagan un sueldo que no nos permite vivir cubriendo las necesidades básicas durante 30 días, nos abonan un código de transporte totalmente desigual a lo que debemos cubrir de gasto, nos tratan de callar con aprietes ante cada reclamo por infraestructura y nos hablan de evaluación del desempeño docente cuando tenemos miles de chicos con hambre en las escuelas y miserias en partidas de comedores. Basta de tanto atropello, que dejamos que suceda casi naturalmente.
Sé que muchos van a decirme que los políticos son todos iguales, que son pocos los sindicalistas honestos, que la sociedad cada vez se interesa menos… Pero la realidad me dice que nosotros mismos debemos pelear por mejor educación. No esperar a que los demás actúen. Y no digo tapando baches como siempre lo hacemos, sino mostrándole a cada comunidad que nosotros valemos cada moneda que se invierta, que mientras los entretienen abriendo grietas de un lado y del otro, en el medio están nuestros gurises, y si no los defendemos perdemos todos! Porque en el futuro estaremos todos, en presencia o en herencia de generaciones, y la esperanza sólo está en nosotros mismos.
Y disculpen si hablo en plural y algún colega no se siente representado por mis relatos, pero esta es la realidad que a mí me toca y no falto a la verdad. Esto no son discursos baratos de cadenas nacionales donde nos hablan de realidades que desconocen; esto es la vida cotidiana de miles de maestros en todo el país.
Señor gobernador de Entre Ríos, baje de su auto de lujo y su despacho alfombrado, sea humano y pague a los trabajadores sueldos dignos y viáticos acordes a los costos. No lo haga por nosotros, hágalo por sus propios hijos y nietos. La sociedad que estamos formando será la que ellos reciban de quienes hoy debemos construirla. Cada uno que cumpla con su trabajo: yo llego a mi escuela cada día a formar ciudadanos no sólo en conocimientos básicos sino en la maravilla de sembrar buenos valores; Ud. sólo debe actuar en consecuencia, garantizando que eso siga siendo posible.
(*) Docente; a diario viaja entre Viale y Paraná. Es la autora en Facebook de “El diario de una maestra”.