Por Silvio Méndez (*)

En las carreras de Comunicación Social, hubo un tiempo que se enseñaba esto de la “objetividad” del periodismo. Por azar o por la fuerza de la realidad, ese mito cientificista se va perdiendo con los años, en la medida en que los estudiantes se ven atrapados por el oficio o simplemente porque en todos y todas –más allá del quehacer o profesión–, la práctica como lectores o consumidores de noticias gana en experiencia.

Pero nunca falta alguien que quiera levantar esa bandera, decadente y tramposa, para legitimar que ejerciendo la práctica en la diversidad del género se pueden contar las cosas así como si nada. Que narrar un acontecimiento es un acto inocente, “natural”, como si ninguna intención alentara a contar, como si no hubiera un sujeto detrás del qué y cómo se presenta una información, como si no hubiera quizás editores o un medio con una intencionalidad política e intereses económicos; como si no existiera ideología en toda esa materia de sentidos que se pone en común bajo la estructura de una información noticiosa.

Sí, es ideología la palabra, no hay que tenerle miedo. Es ideología esos lentes con los cuales observamos, entendemos e interactuamos en el mundo; no hay nada extraño. Es ideología cómo contamos las cosas que suceden en este espacio compartido. La palabra “ideología” ha sido estigmatizada en el mundo periodístico porque justamente permanece latente esa falsa idea de que debe primar la “objetividad”, lo aséptico, en el modo y las cosas que se cuentan. Pero esta perspectiva ya es ideológica. En fin.

Hace unos días, un importante periódico de tirada nacional publicó un informe sobre argentinos que migraron al Uruguay. El título decía: “‘Extraño, pero soy libre’. Cómo viven los argentinos que emigraron a Punta del Este”. El reporte periodístico es insultante, desde comienzo a fin. Es un compilado de imágenes idealizadas sobre una clase alta porteña que, atrapada por la cuarentena y situaciones desfavorables para su buen vivir, se ven arrinconadas a tomar la decisión de probar suerte en el exterior. El texto detalla entretelones y desvelos de estas familias adineradas del otro lado del río: Los “talleres de caligrafía, cerámica, costura” que se activaron como las “ferias orgánicas o de productores locales” que nacieron, las prácticas de mami hockey, de skate para los chicos, el aumento en concurrencia a los coffees y sobredemanda a comercios locales o cómo se incrementó la matrícula de argentinos en colegios, en el International College, el British, el American, el Liceo Francés y el Alemán.

El texto es todo lo evidente de lo ideológico que puede ser un discurso con formato periodístico. Todo está explícito, obscenamente explícito; no es necesaria ninguna explicación más. El texto es supremacista, un alegato que exalta la forma de vida de una clase acomodada.

Pero lo maravilloso de todo es que este informe sobre lo “libre” y “feliz” que supuestamente se está en un lugar con “estabilidad”, lejos de la “presión tributaria”, es que se presenta como un texto del género periodístico. Y allí es donde comienza a patinar, no por lo ideológico que está expuesto crudamente, si no por el desapego a sus reglas estructurales. Digamos que lo básico es responder a esos interrogantes que persigue una noticia –qué, quién, cuándo, dónde, cómo y por qué– y que en su falta de rigor a perseguir estos interrogantes lo aleja definitivamente de poder catalogarlo como tal y situarlo sí en un buen intento.

A esta altura no se trata entonces de si es “objetivo” o no; se trata lisa y llanamente de que no mienta, algo que bajo ningún concepto está permitido en el género; es un acuerdo de partes. Hasta en la opinión, como pasó recientemente con un libelo escrito por veterano periodista vernáculo en contra del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo.

No se puede faltar a la verdad o, como dice la lógica, que una verdad a medias resulte un gran engaño. ¿De dónde obtiene sus ingresos esa gente que se va a vivir a Punta del Este? ¿Qué hacía la otra mitad del año que permanecía en Argentina? ¿De qué número de migrantes estamos hablando realmente? ¿Cuánto gastan ahora en sus nuevos hospedajes; cuánto gastaban en nuestro país? “Ahora mis hijos conocen la amistad con la mujer”, dice uno de los consultados, ¿y antes por qué no la conocían? ¿Qué es la cercanía con la “naturaleza” para estos migrantes? Estos veraneantes conocen Punta del Este, pero ¿saben cómo se vive en las ciudades y localidades de las provincias argentinas? ¿Qué es ser libre? ¿Cómo llega una niña a estar embarazada? ¿Qué entiende por libertad quien escribe ese artículo o ese titular?

El periodismo, hay que admitirlo, también tiene estas cosas más propias de un “sifón de bosta”, diría Violencia Rivas, el personaje del humorista Diego Capusotto, quien además, en un momento del sketch, pide a los gritos: “Apaguen los noticieros ya!”.

(*) Periodista. Editor de la versión «verde» de Entre Ríos Ahora: ERA Verde.