Cuando River jugó la final de la Copa Intercontinental, en Japón, frente a Barcelona, la primera noticia que recorrió los medios nacionales, en la previa al partido, fue el viaje de un chico ciego. Un hincha de River que había volado hasta Japón para seguir a su equipo en la final del mundo. El plantel lo recibió en el hotel y la foto de Vicente Zuccala con Marcelo Gallardo se replicó infinidad de veces. La noticia, en ese caso, apelaba a la emotividad a través de narrar la pasión que puede experimentar un deportista ciego por sus colores, para viajar al otro lado del mundo, sin entender nada del idioma, pero a la vez sin ver nada. Los que vemos, sentimos que tal cosa es casi imposible sin prever riesgos inmensos, como el vacío de la oscuridad.
La breve historia que se puede contar hoy y aquí sobre Damián Reca, tiene otra dirección, aunque en la superficie, haya alguna semejanza con lo descripto anteriormente. Reca pasó hace un par de semanas, 20 días en Japón. Viajó solo 48 horas, de Paraná a Buenos Aires, Buenos Aires-Miami, Miami-Chicago y Chicago-Tokio.
Bajó en un aeropuerto atestado de gente, tuvo problemas para que los japoneses dedicados a recibir personas con discapacidad y colaborar en algunos trámites, entendieran su perfecto inglés. Luego tomó un taxi y sintió algún alivio al detectar que los yuanes resultaban fáciles de manejar para un no vidente: solo hay tres billetes y cada uno tiene diferentes tamaños. Con dólares o pesos, Damián se encarga de llevarlos separados por valor y, por si a caso, tiene un dispositivo en el celular que los identifica.
En el avión le habían tocado de compañeros de asiento un grupo de japoneses, lo que había reducido al mínimo su posibilidad de comunicación. Y Damián viaja, entre otras cosas, para comunicarse. “Para interactuar”, dice.
“Te das cuenta que estás en un lugar que no te entiende nadie, cuando no podes hablar con nadie. El que ve por ahí caza algunas señas, pero yo estaba listo”, resume.
Durmió para recuperarse del trajín, hasta que fueron llegando sus amigos. Cuatro amigos más. Reca no viaja por razones de fe en los colores de una camiseta. Viaja porque le gusta y lo hace desde que tiene cinco años.
“Siempre quise viajar a Japón, por su cultura y sus tradiciones, pero jamás pensé que iba a poder ir, hasta que un amigo llamó hace un tiempo y avisó que había una promoción de 24 cuotas de 500 pesos”, explica.
Unos días en Kioto, un viaje en tren bala, una estadía en Osaka, otro poco en Nara. Tokio como destino final y despedida. Reca y sus amigos conocieron la fría primavera japonesa, la historia de algunos templos, las últimas novedades tecnológicas que de este lado del mapa aún no habíamos imaginado.
“Me pareció my piola, es todo muy distinto, los autos se manejan por la derecha, la gente no te entiende nada, pero te ayuda, de algún modo te ayudan, son muy serviciales. Los comercios gigantes, con todo lo que vos quieras, lo que te imagines. Es un quilombo, pero organizado…”, resume y habla de lo que comúnmente se nombraba como accesibilidad de un lugar y ahora se define como diseño universal. En síntesis, que todos puedan transitar en el espacio común sin correr riesgos innecesarios. De ese se trata.
“Todas las ciudades de Japón tienen veredas con texturas para personas ciegas. Los ingresos a tren, subtes, están marcados con texturas para que vos puedas seguir un camino con bastón o con el pie. Hay semáforos sonoros y mucho en braile, pero en japonés”, detalla.
AUTONOMIA.
Damián viaja desde que tiene memoria. Eso, en buena parte, es la razón de una autonomía innegociable. Empezó a los cinco años, en periplos cortos a Santa Fe para ir a clases de estimulación temprana o concurrir a la escuela para ciegos. A los siete ya se subía solo a un colectivo en Paraná y en la terminal de Misiones lo esperaban sus tíos.
El primer destino internacional fue Islas Canarias, España, a los 11 años. Su madre viajaba con él, pero después se arreglaba solo en un colegio para ciegos, donde tomaba clases de música, ajedrez y otros deportes. Tiempo después, antes de la fiebre de los recitales, pasó un año becado en Philadelphia, Estados Unidos, capacitándose en tecnológica adaptada para no videntes.
“He viajado un montón. No tenía miedo de viajar cuando era chico. Ahora lo tomo como un desafío y muy divertido”. Se trata, dice Reca, de “conocer, otras culturas, otra gente”.
“En los viajes no me gusta las cuestiones guionadas, quiero armar yo lo que voy a hacer, me gustan ir a los bares donde va a la gente del lugar. Me gusta interactuar”, explica.
Además de Japón, Estados Unidos y España, Damián también ha viajado por Chile, Brasil y algo de Uruguay. Lo que sigue, dice, es Europa y si se puede Oceanía. Quiere conocer Australia.
EN VIVO.
El rock es otra puerta. Otra excusa y otro motivo para viajar. De las 15 ediciones que lleva el Cosquin Rock, Damián estuvo en 11. Asistió a los tres recitales que dio U2 en la Argentina, dos en River y uno en La Plata. También siguió a los Guns & Roses y en noviembre último fue al concierto del Pearl Jam. “Tocaron como tres horas los viejos, están mejor que nosotros”, dice.
“Me gusta la música en vivo, en realidad me gusta la música, lo que tiene el vivo es que aprecias si los pibes son buenos o están toqueteados en el estudio”.
EXPERIENCIAS.
Si no ver nunca resultó un freno, piensa y dice Damián, “fue porque mis viejos de chico me dieron la libertad controlada de andar” y agrega que “siempre me dieron mucha confianza para que me pueda desenvolver lo mejor posible”.
No es frecuente. Lo más común, es que los temores ajenos vayan cercando la libertad de las personas con discapacidad. “La familia suele protegerlos demasiado o no lo habilitan a que vivan experiencias. Yo creo que desde ir a comprar algo a la panadería o hacer un viaje es experiencia, que si no las tenés de chico, de grande es muy difícil”, cuenta.
Damián trabaja en el IPRODI (Instituto Provincial de Discapacidad), también en la Escuela Helen Keller, juega a la pelota y hace natación. Vive solo hace un tiempo. Sus padres ya no están con él. Viaja seguido, cuando está en casa siempre es con la radio encendida o algo de música. No le gusta nada el silencio.
Tampoco le gusta nada la poca consideración de la ciudad en razones de accesibilidad o diseño universal. Pensar en el otro se puede decir, también.
“La gente no toma conciencia de las macanas que se manda, ya sea por dejar un auto arriba de una vereda, por no señalizar bien una obra, por los carteles en la calle, los toldos a la altura de la cabeza. No es solamente para personas con discapacidad, es para personas mayores, para madres que van con el coche. Estamos flojos en eso”, dice Damián.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.