Vicente Suárez Wollert denunció en 2019 al cura carapintada José Padilla, superior de la Comunidad de Belén, un monasterio de los Capuchinos Recoletos ubicado en Intendente Alvear, La Pampa, lugar que había elegido para formarse en la vida monacal. No pudo lograrlo. Volvió a su ciudad, Santa Elena, después de haber sido abusado por Padilla en el claustro conventual. Acá lo cuenta:

- Por Vicente Suárez Wollert (*)
Mentiría descaradamente si dijera que no cuestiono más de una vez el silencio que yo mismo me atreví a romper. Sobre todo, cuando la espera se hace eterna y la hostilidad va en aumento desde el entorno mismo del cura denunciado.
Desde la hora cero, llovieron mensajes, críticas, insultos y cuestionamientos. Como es el caso del “Doctor” Buteller, férreo defensor de Padilla, que hasta el hartazgo ha intentado comunicarse y hacerme saber su descontento con mi denuncia, como si su experiencia u opinión realmente me importara o cambiara mi historia.
La Iglesia, aún cuando confiaba en su proceder, guardó silencio. Hoy, que ya nada tengo que ver con ella, continúa callando. Cada tanto, sugieren que mi paso por la vida religiosa “no fue el mejor”, como si aquí estuviera en discusión mi vocación al claustro. No: aquí se investiga una situación de abuso y encubrimiento sistemático, no si debía o no debía ser fraile.
Desde 2015 hasta el presente, mi mente resistió al olvido y parte de mí quedó atrapado en el pueblo de Intendente Alvear. Fue una pesadilla que me acompañó siempre. Casi un año atrás llegué una tarde, con mi compañero de vida y mi mejor amiga y les mostré cada uno de los lugares que recorrí con los pies cansados y con una gran mochila al hombro. Lloré, luego de mucho tiempo y entendí que – pese a todo – había hecho lo correcto.
Lloré por el monje que habita en mí, de la misma forma que otros viven el sueño de la infancia de ser doctor, maestro o científico. Lloré la frustración y el resentimiento que -debo admitir- por mucho tiempo vivieron conmigo.
Lloré por la gente que quise y que quiero todavía. Por los ex frailes que pasaron por las manos de Padilla y hoy, también hombres como yo, se preguntan qué pasó con esa parte de sus vidas.
Lloro las exigencias de un sistema que trata como delincuente al denunciante y como víctima al imputado, que hoy se ampara en todas las estrategias posibles para dilatar el proceso, y, desde las sombras, seguir manipulando.
Lloré por otres que fueron llegando, a la vez que entendí que no fui el único, que no estaba solo. Milité y milito la retroactividad penal, para que los delitos cometidos por Padilla y por otros religiosos, y que están precriptos, encuentren algún día eco en la Justicia.
Sin embargo, no lloré más por el silencio de la “santa” Iglesia. Comprendí que a la Iglesia no se va a denunciar, sino que se la denuncia como institución cómplice. Que no se puede esperar nada bueno de ese lugar. Que no se mendiga amor de un lugar de hipocresía y mentiras. Que las asociaciones privadas de fieles como las Capuchinos Recoletos sirven para cuantos delitos quieran cometerse: revolear bolsos con millones, proteger abusadores, alienar y manipular conciencias. Herir los sentimientos más profundos, afectar psicológicamente miles de vidas.
De cara al futuro, no siento temor. Hice lo que debía hacer y puse nombre y apellido a lo que me tocó vivir. Poco me importa lo que se haga respecto a eso.
Y es que la Iglesia te quita tanto que acaba por quitarte el miedo para siempre. Pero puedo decir con convicción y esperanza que la vida hoy me encuentra del lado correcto, sobreviviendo a los simbronazos de la pandemia, de las dilaciones, de la hostilidad, de la vida misma.
Sobrevivir no es malo: es dejar el lugar de víctima, allanando el camino para otros/as/es. Llegaron muchos después de mí. También con una historia para contar y estuve allí escuchando y afirmando, sin lugar a dudas, que todo pasa y que ya nadie puede hacerte daño.
Si sufriste algún tipo de abuso por parte de un miembro de la Iglesia Católica así como de otra denominación o culto, te invito a contactarme o a escribir a la Red de Sobrevivientes de Abusos Eclesiásticos de Argentina.
(*) Vicente Suárez Wollert, oriundo de Santa Elena, es sobreviviente de abuso sexual en un monasterio en La Pampa. Su caso se tramita en los Tribunales de esa provincia.