La última película de Clint Eastwood presenta a un personaje terrorífico. Se trata de “El francotirador” (American Sniper), basada en la vida Chris Kyle (interpretado por Bradley Cooper), un integrante del cuerpo de elite del ejército norteamericano. Desde la mira de un fusil de largo alcance, este militar mató a más de 160 personas (milicianos, civiles y niños) en las cuatro misiones que cumplió en Irak. Esto lo convirtió en el especialista más letal de la historia de las fuerzas armadas de EEUU. Sus camaradas lo llaman “La leyenda” y para una buena parte de la sociedad estadounidense representa una celebridad patriótica.
Eastwood se ha encargado en su vida, una y otra vez, de filmar la violencia constitutiva del país del norte (que no es exclusiva). Dicho en términos generales, el director ensaya variaciones sobre una de las tragedias inherentes a la civilización humana.
El problema (y la virtud) es que este director no es obvio. En todos los casos, queda en el espectador sopesar detenidamente lo que ha visto. Pareciera que Eastwood busca una descripción a la que intenta borronearle valores y apreciaciones. De todos modos, ocuparse de la violencia es un hecho político en sí mismo. También lo es el modo en que elije hacerlo. Entonces, ¿cuáles son las pretensiones del realizador?
La respuesta no es directa porque suele exponer, en la misma proporción, sus ideas y convicciones tanto como las opuestas. La dificultad es detectar cuáles son cuáles. A pesar de esta aparente confusión, su planteo es frontal y no tiene aparente voluntad de manipular o enredar. Más bien, es una provocación a pensar.
En el caso de “El francotirador”, la polémica gira en torno a si se trata de una película antibarbarie o, por el contrario, de propaganda bélica. Lo que sería algo fácil de distinguir desde el cómodo maniqueísmo, aquí no es tan sencillo de decodificar. El discurso cinematográfico de Eastwood avanza por una cuerda floja en la que a ambos lados está el abismo de lo explícito. El ex actor de westerns se mantiene suspendido en la altura y la peligrosidad de lo complejo; sin que esto sea sinónimo de ambigüedad.
En la pantalla se pueden ver señales que refuerzan una y otra tesis, sin que esto genere contradicciones en el relato. Por ejemplo, expone la barbarie de la guerra y a renglón seguido la alabanza a uno de sus actores más sanguinarios. La pregunta sigue siendo: ¿qué es lo que quiere expresar Eastwood? ¿respalda la barbarie o denuncia a una sociedad que exalta la guerra? No es muy habitual que una película (de la industria o de la “independencia”) plantee un problema estructural con el espesor necesario como para generar una controversia en las que no hay acuerdos ni para los interrogantes más básicos.
El francotirador es adicto a volver una y otra vez al campo de batalla (lo hace voluntariamente en cuatro ocasiones). Su justificación es que debe salvar su patria y a sus compañeros. Al mismo tiempo, se nota que quiere estar en el frente para poder seguir matando. Sus actos lo prestigian entre sus pares y lo elevan en su comunidad. Eastwood no subraya nada sino que se limita mostrar los hechos.
El director presenta esta violencia en medio de un ritmo sostenido con dramatismo y secuencias que llenan de pavor. No hay largas parrafadas dichas por los personajes en las que se exponen diferentes tesis sobre el asunto sino que se ve a gente tomando decisiones y actuando (a veces de manera terrible, a veces de manera piadosa).
En el relato no hay crudeza gratuita y tampoco condescendencia con la audiencia; no busca la simpatía de ningún espectador (conservador, liberal o de izquierdas). Se trata, ni más ni menos, que de un trabajo de autor.
El señalamiento más grueso que se le puede hacer al film es que está construido desde la exclusiva perspectiva de los Estados Unidos. Esto le permite a Eastwood humanizar a sus personajes compatriotas y, al mismo tiempo, mostrar a lo lejos, sin la posibilidad de hablar y con una frialdad artificiosa a los miembros de la resistencia irakí. No obstante, no es tonto y deja bien claro la notable desproporción de fuerzas que existe entre los invasores y las milicias irregulares.
Con la polémica incluida, tal vez no sea arriesgado pensar que se trata de una de esas películas que se seguirán revisitando con el correr del tiempo.