Paraná. Diciembre. 2001.
El chico no tendría más de siete años. Torso desnudo y silueta esmirriada, su cara presentaba una expresión traviesa, de esas que anteceden la puesta en escena de alguna diablura. Sólo que bajo la pegajosa espesura de la tarde, su gesto demostraba que estaba fuera de sí, iracundo como pocos.
Hacía casi dos horas que, junto a él, un puñado de casi 100 personas, la mayoría mujeres y chicos, estaba apostada a las puertas del supermercado Spar, de Antonio Crespo y Soler, a la espera de conseguir que les repartieran comida. No había acuerdo: la Policía ponía una valla humana que hacía de freno al ímpetu de los pobladores de El Morro y Maccarone que, a grito pelado, pedían lo que a esa hora era imposible.
La negociación parecía en un punto muerto; un diálogo de sordos. La Policía reclamaba orden y calma para distribuir lo que no existía: bolsones de comida que nadie sabía de dónde ni a qué hora vendrían.
Azuzada por un grupo de muchachos qua cada tanto soltaba bravuconadas dirigidas a las fuerzas de seguridad, la gente se negaba a retirarse. Y entonces, en una historia que no podía tener otro final, sobrevino lo previsible. Las pedradas comenzaron a llover. En realidad, eran pedazos de ladrillos que impactaban de llenos sobre la pared vidriada de la sucursal de la cadena Spar, y la hicieron trizas.
Los proyectiles eran arrojados por manos ignotas, y otras perfectamente identificables, como las de ese chiquito, de no más de siete años, que se las ingeniaba para arrancar pedazos de un paredón y las distribuía, con pulcra organización, entre varios de sus pares. La respuesta policial no se hizo esperar. “Disparen”, ordenó alguien y las itakas hicieron tronar sus atemorizantes gritos de fuego frente al grupo de muchachos y mujeres, que comenzaron a correr para todos lados.
La escena se repitió como una pesadilla para unos y otros en las cuatro bocas de supermercados de Psraná donde se produjeron serios incidentes entre manifestantes y la Policía que terminaron en verdaderas batallas campales.
La historia había comenzado a las 10 de la mañana en la sucursal del local de la firma Norte, ubicada en calle Irigoyen, cuando un grupo de unos 50 trabajadores del Hospital San Martín llegaron con intenciones de que se les proporcionara, en forma gratuita, bolsones de comida.
Lo consiguieron después de una negociación que duró más de dos horas y media, aunque el resultado no dejó conformes a todos.
Después de mediodía y bajo el rigor de la siesta, unas 200 personas se apostaron en el reducido local de Spar ubicado sobre calle Marchese, en Lomas del Mirador. Enardecido, el dueño de la cadena, Enrique Mirich, se hizo presente en el lugar y parlamentó con la gente. “No nos saquen lo poco que nos queda a los empresarios. Yo me ofrezco para decirles donde tiene el Gobierno guardada la comida”, decía.
El raid siguió pocos minutos después en la sucursal de Los Hermanitos –de la cadena Norte- ubicada en Galán y José María Paz, en San Agustín, donde varias personas consiguieron ingresar a su interior y llevarse consigo varios productos. Un segundo intento fue frenado a tiempo por un fuerte dispositivo policial que rodeó la zona pero que no pudo impedir que un grupo de exaltados lograra llevarse consigo lo que pudo arrebatar a través de las vidrieras destrozadas.
La refriega duró poco más de una hora, y cuando todo parecía encarrilarse y la calma se instalaba, los integrantes de la fuerza recibieron el alerta de otro foco de conflicto, esta vez en el local de Coto, ubicado sobre calle Pirán, donde la represión no tuvo miramientos y fue feroz. “Están tirándole a todo el mundo, por favor hagan algo”, pedía una mujer.
Sobre la media tarde, los rumores corrieron como reguero de pólvora sobre toda la ciudad, inflamando el ya irrespirable ambiente y ese hecho fue motivo suficiente como para que todas las cadenas de hipermercados de Paraná –Norte, Coto, WalMart y Disco- decidieran cerrar sus puertas en forma preventiva ante el temor de saqueos generalizados
Mientras, la Policía, que actuó de fuerza de represión y a la vez mediadora entre los propietarios de los supermercados saqueados y la gente, debió hacer frente a la situación. “¿Para qué quieren al ministro, si acá está la Policía, para dar la cara?”, preguntó con sorna un oficial parado a las puertas del Spar de Lomas del Mirador.
La promesa que daban los hombres de la Policía no conformaba a todos, y cuando anochecía, un grupo de personas se apostó frente a WalMart, donde hubo quema de neumáticos y enfrentamientos con los uniformados, que dejó como saldo varios heridos con balas de goma y un alambrado del hipermercado totalmente destrozado. Y ya sobre las 21, también el local de Los Hermanitos, de Don Bosco y Presbítero Grella, fue sitiado por varias personas reclamando que se les entregaran cajas de alimentos.
Pero ni las balas de goma, ni los vidrios rotos, ni las góndolas saqueadas fue la marca indeleble de aquellos días de furia: la represión del violento estallido social de diciembre de 2001 se cobró tres vidas. Eloísa Paniagua, que recibió un balazo de la Policía cuando con su familia corrió a la sucursal de Norte por comida; Romina Iturain, muerta también de un balazo cuando ocurrió la refriega en la zona de WalMart; y el dirigente de la Corriente Clasista y Combativa José Daniel Rodríguez, cuyo cuerpo fue encontrado varios días después.
Foto: Diario Uno
De la Redacción de Entre Ríos Ahora