Wilson Germán Díaz tiene 32 años  y una rutina de pocos. Pone los pies en este mundo a las 3,30 de la madrugada y sale de su casa, un paraje rural ubicado a 30 kilómetros de Santa Elena, rumbo a un lugar que lo conecta con el resto del mundo: la ruta 12. Su día es viajar 260 kilómetros para dar clase.

Es docente. Da clases en tres escuelas: dos de Colonia Avellaneda, una de Paraná, en barrio Gaucho Rivero, de modo que se pasa el día viajando: a pie, en moto, a caballo, a dedo, en colectivos. Es docente suplente de Tecnología en cargo vacante y aguarda que su cargo se titularice para ordenar sus días y sus horas: conseguir un cargo más cerca de su casa.

De momento, no lo logra.

 

Tiene 10 kilómetros de camino de tierra desde su casa a la ruta 12. En días de lluvia, se saca los zapatos camina descalzo en el barro.

Gana $65 mil de bolsillo al mes y no consigue, por algún fundamento extrañísimo de la burocracia del Consejo General de Educación (CGE), que le paguen el adicional por traslado. Entonces casi siempre viaja a dedo.

Pero antes de pararse en la ruta, en medio de la nada, tiene que transitar los 10 kilómetros de camino de tierra que hay de su casa, en el campo, hasta la ruta 12. Ese tramo usualmente lo hace caminando: tarda una hora y veinte minutos. A la vuelta, con el peso del agobio diario del trabajo, el tiempo que le insume esa caminata puede ser más.

Wilson Germán Díaz, hermano de 13 hermanos, se crió con sus padrinos en esa casa de campo donde ahora vive junto a su madrina, de 75, viuda. Sus padres lo dejaron para que pudiera ayudar en las labores diarias a sus padrinos: cuidaba ovejas, reunía terneros, así.

Hizo la primaria en la Escuela N° 106 Soldado Entrerriano, y la secundaria,  en el internado de la Escuela Agrotécnica N° 15 Manuel Pacífico Antequeda, en Colonia San Carlos, a 23 kilómetros de Avigdor. Salió con el título de técnico en producción agropecuaria bajo el brazo pero en el mundo real tuvo que ganarse la vida entre andamios, ladrillos y mezcla.

Cuando terminó la secundaria, a los 18, supo que tenía que trabajar para vivir: sus padres no podían mantenerlo. Empezó a trabajar de albañil y hacía changas aquí y allá en la zona de La Paz hasta que un día lo tentaron a probar suerte en el Sur. Se fue a Santa Cruz y allá ganó miserias por casa y comida como peón de albañil. “Vivía como esclavizado: te daban casa y comida pero te lo descontaban del sueldo así que al final cobrabas casi nada. Todo en negro”, recuerda ahora.

Era albañil por la mañana, y dependiente de una mueblería por la tarde. Nunca logró reunir el dinero suficiente.

De Santa Cruz se fue a Bariloche, invitado por una hermana que vive allá. Llegó a Bariloche y repartió solicitudes de trabajo aquí y allá. Lo llamaron enseguida del Hotel Llao Llao donde limpió, lavó y fue valet de los turistas que se alojaban con vista al Lago Nahuel Huapi. Mientras, empezó a estudiar docencia en la Universidad Nacional del Comahue. Consiguió el título de docente y al poco tiempo regresó a Entre Ríos.

Tenía 24 años.

En su hoja de ruta de maestro, anduvo por escuelas de San Gustavo, Tacuaras, hasta que recaló en el departamento Paraná. Viaja por necesidad: necesita acumular antigüedad y tener continuidad laboral para poder competir cuando su cargo se concurse. Las leyes que gobiernan la docencia.

Sus padres viven en La Paz, pero él creció en la casa de sus padrinos desde los 6 años.

Ahora vive ahí.

Vivir ahí es estar a 10 kilómetros de una ruta pavimentada. Por eso, sus días empiezan a las 3,30 de la madrugada y terminan a las 5 de la tarde, cuando logra regresar a su casa.

-Esos 10 kilómetros hasta la ruta los hacía caminando al principio, y en días de lluvia, iba a caballo. Después, pude comprar una moto usada, pero me duró poco tiempo. Se rompió, así que volví a caminar.

-¿Nadie viaja a esa hora para que te pueda acercar a la ruta?

-No, nadie. El campo se ha despoblado mucho. No hay casi nadie que viva por acá. Además, a la hora que yo salgo no sale nadie. A la vuelta es más fácil: en época de trilla, alguien siempre me acerca porque ya me conocen.

-¿Todos los días haces esa misma rutina para ir a trabajar?

-No. En invierno es más difícil. La curva de la ruta donde hago dedo es muy oscura y no te ve nadie, así que me voy para La Paz y hago dedo desde allá. En verano, sí, pasa mucha más gente y algunos ya me conocen.

Una posta a mitad de camino es la escuela donde cursó la primaria, la N° 106 Soldado Entrerriano: “La seño de ahí me conoce, es de El Solar. Es personal único, con dos alumnos. Me dio la llave de la reja y de un depósito, así que ahí me cambio la ropa mojada cuando me agarra la lluvia, o cuando tenía la moto la dejaba ahí para ir a hacer dedo a la ruta. O dejo las botas cuando salgo caminando de mi casa en días de lluvia”.

Su primera experiencia laboral en Paraná fue en la Escuela Filiberto Reula del barrio Lomas del Mirador. Cuando llegó, sus alumnos de tercer grado enseguida le enseñaron las técnicas mínimas de supervivencia: “Profe, si escucha un ruido como un globo que explota, tírese debajo de la mesa  porque empezaron los tiros”. Nunca se tiró debajo de ninguna mesa.

-¿Nunca pensaste en dejar la docencia?

-No, me gusta lo que hago. La satisfacción la tengo cuando veo a los chicos cuando llegó. Antes era el abrazo, ahora el choque de puños. Es algo que no tiene precio. Nunca pensé en dejar. En las distintas escuelas donde he dado clases conocí gente buena que me ayudó mucho. Hay directivos que saben lo que es viajar de una ciudad a la otra y te ayudan y te acomodan los horarios.

Se molesta cuando escucha críticas a los docentes: que ganan mucho, que trabajan cuatro horas, que viven de paro, que siempre reclaman.

Hace un año batalla contra la burocracia del CGE para que le paguen el adicional por traslado y desde hace un año recibe la misma respuesta toda vez que golpea la ventanilla que hay que golpear: “Esperá, el mes que viene sale”.

Mientras, todos los años, cada comienzo de ciclo lectivo, destina parte de su sueldo a comprar cajas de lápices negros y gomas de borrar. Sabe que sus alumnos siempre van a necesitar. Y el maestro siempre tiene algo más para dar.

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora