Es paisaje de una historia que leí. Es un cuadro de un comics en el silencio de la trama. En una pausa.
Es una postal de parroquianos: una idea benigna de la soledad.
Es una postal de parroquianos: una idea dolida de la soledad.
Es, tal vez, la soledad. Un tipo de soledad.
Pero no.
Es la tapa de un disco y la mirada fija en la botella.
El protagonista es el que mira, el que asiste a los elementos y los compone: la puerta abierta en el fondo, donde espera la noche perpetua de los héroes.
El espejo que perturba de sepia con recuerdos crueles de tan bellos.
La luz amarilla, la bola en movimiento, el canoso de sueter azul y la botella de vino, con un vaso servido y uno más por beber.
La nube de humo transparente que crece del cenicero anaranjado completa el idilio: ¡la noche está viva!
Pero no.
Sudan las paredes rancias fragancias de café y de humo, se funden con el escándalo de las frituras, el vapor de los alcoholes.
Los ruidos se retiran despacio y sin chistar, la luz parpadea de tan tenue, hasta que cierra los ojos. La noche huye de las ventanas dos minutos después, cuando los más nuevos se mandan a mudar.
El hombre se derrumba en la silla. Ya no queda hielo y el cenicero apesta de colillas mojadas.
Las promesas de hace un rato se cayeron de la mesa. Las barre el Pelado con la piel del maní y los restos de comida. Las esperanzas de otra cosa se estrellaron en la noche como luciérnagas suicidas.
Ya está bien por hoy.

Foto: Raúl Perriere

Julián Stoppello
De la Redacción de Entre Ríos Ahora