El comedor de la parroquia San Miguel, que atiende a persopnas en situación de calle, retomó su actividad esta semana -martes y viernes- después de haber permanecido cerrado durante dos años a raíz de la pandemia de coronavirus. Pero en el arranque hubo menos comensales de lo que esperaban. De hecho, fueron 20 personas y las voluntarias del Comedor María Reina, tal el nombre que tiene, habían preparado comida para 50.

«Fueron solo unos 20 y cocinamos para 50. Igualmente, a la tarde pasaron algunos y llevaron una bandeja que les calentamos. De a poco van a llegar más. Seguramente, los muchachos que trabajan en los semáforos haciendo malabares se van a acercar. Siempre vienen a comer, pero son medio golondrinas, porque van pasando de ciudad en ciudad -contó el párroco de San Miguel, Gustavo Horisberger-. Lo que vi es que fueron pocas chicas, que también están en situación de calle. Antes venían más. Vinieron tres esta vez. Son chicas que ya conocemos. Lo lindo es que los que fueron son muy atentos con las viejitas que están de voluntarias, y se mostraron dispuestos a colaborar, limpiando las mesas o juntando las cosas».

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El 16 de marzo de 2020 fue el último día que sirvieron comida. Entonces se dispuso el aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO) por la pandemia de coronavirus, y la actividad se clausuró, hasta este martes, que retomó su trabajo.

El último menú, un guiso de arroz, fue entregado a los 60 comensales, el lunes 16 de marzo de 2020: ese día, las voluntarias del comedor María Reina no dejaron ingresar a la gente al salón ubicado en la parte de atrás del templo. En vez de eso, entregaron viandas que sirvieron en improvisadas bandejas hechas con envases tetrabrik que reciclaron, higienizaron y utilizaron para servir la comida.

Ahora, la vuelta de comensales será lenta, dice el cura de San Miguel. El primer día, el martes, fueron 20, y confían en que con el correr de los días se irán sumando más. «La verdad que uno anda por la calle y cada vez ve más gente en esa situación. En el verano me enteré que de uno de los hombres que venía al comedor y que estaba grave en la zona de la estación de trenes. Me e avisó mí tía que vive en Pascual Palma. Fuimos a verlo con dos chicas del comedor. En mi caso, no me puse mal, pero las mujeres quedaron horrorizadas. Pudimos internarlo pero falleció -recordó-. Lo que me di cuenta es que creo que murió con la alegría de que alguien se preocupó por él. Yo en ese momento no pensé en darle los sacramentos, sólo pensé en que se recupere. Después, me vino como un cargo de conciencia por no haberlo hecho, y entonces recordé lo que hacía la madre Teresa de Calcuta. No pretendía que murieran cristianos, sino amados. Eso me dio paz. Que Dios se encargue de ser Dios y yo solo de hacer hasta donde puedo y que Dios me juzgue».

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora