Por Jorge Monge (*)
El gobierno argentino da muestras cotidianas de la subordinación de la condena a la violación de los Derechos Humanos a cuestiones políticas e ideológicas, horadando así la pretendida universalidad de la vigencia y defensa de los Derechos Humanos por encima de toda circunstancia. La abstención en el seno de organismos internacionales de Argentina a condenar a Nicaragua y Venezuela dan muestra de ello.
En relación a la patria de Rubén Darío, recordamos que se cumple este 19 de julio un nuevo aniversario de la caída de la tiranía de Anastasio Somoza Debayle, encontrándose hoy nuevamente –desde 2007- al frente del poder Daniel Ortega Saavedra, quien había asumido la conducción del país en 1979 al triunfar la insurrección armada.
Sin duda, los tiempos actuales marcan –pese a la distinta e inflamada retórica – el retorno a las más oprobiosas prácticas somocistas. En la actualidad y solo desde 2018 hay más de 100.000 exiliados (en un país de solo 6 millones de habitantes), cientos de muertos y presos políticos producto de la represión del gobierno de Ortega y su mujer, la vicepresidente del país, Rosario Murillo. Entre los detenidos figuran seis precandidatos a presidentes. En los hechos, nada los diferencia hoy de la situación política reinante durante la era de los Somoza. Cávenle a Ortega las palabras del obispo de Reims, San Remigio, ante la conversión de Clodoveo, rey de los francos, ¡Adora lo que has quemado y quema lo que has adorado!
Reproduzco un artículo que publicara hace un tiempo al respecto por considerar sigue teniendo vigencia.
“Adiós, muchachos… el regreso de Anastasio”
El 19 de julio de 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional concluía un largo proceso de luchas, en el que había contado con el decisivo apoyo militar, financiero o diplomático de varios estados vecinos, accediendo al poder en este pequeño país centroamericano. Así Costa Rica; Panamá gobernada por Omar Torrijos; la Venezuela de Carlos Andrés Pérez; Méjico, gobernado a la sazón por José López Portillo colaboraron logísticamente con el movimiento fundado por Carlos Fonseca Amador. También la Internacional Socialdemócrata apoyó al FSLN en su lucha contra Anastasio Tachito Somoza.
En aquella calenda del verano boreal de 1979 cobraba fin en Nicaragua la sangrienta dictadura inaugurada en 1937 por quien –lamentablemente- fuera condecorado por el Estado argentino con el gran collar de la orden de San Martín y la condecoración peronista “Al leal amigo” el 17 de octubre de 1953, Anastasio Somoza García. Más de cuatro décadas de oprobio, de violaciones a los derechos humanos, de concentración atroz de la economía que llevó a que cerca de la mitad de las riquezas del país estuviera en poder del dictador y su clan familia.
En el comienzo de los ’80 hubo una generación de jóvenes – no sólo en Nicaragua, sino también en variados puntos del orbe – que se ilusionó con el proceso que se abría concitando la solidaridad internacional de muchos sectores y países para ayudar a la reconstrucción de Nicaragua. Por aquellos años iniciales del nuevo gobierno nicaragüense desde la Juventud Radical mirábamos con fundadas expectativas dicho proceso, entablando relaciones desde la conducción nacional de la JR con dirigentes políticos y funcionarios sandinistas (1).
Recuperadas las instituciones de la república en nuestro país, el gobierno de Alfonsín produjo un natural vuelco sustancial en la política exterior enderezando la misma con arreglo a los históricos principios del radicalismo en la materia. En este caso se pasó de la activa colaboración económica, militar y armamentista para con el régimen de Somoza (y luego con la “contra”) que llevó adelante la dictadura argentina a la colaboración y solidaridad fraternas. En esa inteligencia corresponde destacar la ayuda desde 1984 del Estado argentino con asistencia crediticia para compra de maquinarias industriales y agropecuarias y con importantes acciones diplomáticas como fue el impulso a la constitución del Grupo de Apoyo a Contadora (junto a Brasil, Perú y Uruguay), políticas llevadas a cabo desde la Cancillería por parte de Dante Caputo y en especial desde la Subsecretaría de Asuntos Latinoamericanos, a cargo de Raúl Alconada Sempé, entre otras acciones de solidaridad, sin soslayar – claro está – la actitud de Alfonsín cuando se plantó frente al mandatario norteamericano Ronald Reagan en los jardines de la Casa Blanca, con réplica medida, exenta de estériles bravuconadas pero firme en relación a las expresiones reprobables en torno a la cuestión nicaragüense.
El triunfo de la insurrección popular en la patria de Rubén Darío dio paso a la conformación de un gobierno provisional pluralista compuesto no sólo por sandinistas. El FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) y mucho menos la conducción del gobierno podían ser calificados como “clasistas”. Imperaban ideales que reivindicaban una economía mixta y pluralismo político.
Ratificado en elecciones generales en 1984, el FSLN sería derrotado en los comicios de 1990. Daniel Ortega, luego de varios intentos frustrados, llega nuevamente al poder en 2007 siendo reelecto en 2012 y en 2017, en las que convirtió a su propia mujer Rosario Murillo, en vicepresidente. En estos doce años muchas son las regresiones que parecen haber llevado al país a los aciagos años ’70. La OEA ha expresado su “preocupación” frente al “deterioro de las instituciones democráticas” y la vulneración de “los derechos humanos” en Nicaragua.
Este “nuevo” Daniel Ortega cada vez se asemeja más a Anastasio Somoza, no sólo por las reiteradas violaciones a los derechos humanos, sino también por horadar la institucionalidad en el retorno al Estado patrimonialista, colocando las instituciones y el poder del Estado a su servicio personal.
Los jóvenes y la dirigencia que a principios de los ’80 plagados de ilusiones habían empezado a cambiar las relaciones sociales, a generar una ética de la solidaridad, de seguro nunca imaginaron el regreso al peor de los caudillismos. Si bien a ellos puede criticárseles cierto mesianismo en los comienzos que los llevó a imaginar la permanencia eterna del FSLN en el poder sin siquiera contemplar la posibilidad de la alternancia en el gobierno, jamás esos protagonistas de las décadas de los ’70 y ’80 concibieron al poder en torno a una persona y más lejos aún de “una persona y su familia”.
Otra vez como a lo largo de la historia de América Latina, con el patrimonialismo, el personalismo, el verticalismo exacerbado “la familia vuelve a ser el molde en que se vacía un partido político y se vacía el Estado” como sostuviera el ex vice de Daniel Ortega, Sergio Ramírez Mercado.
(*) Jorge Monge fue diputado provincial entre 2011 y 2019, secretario del Comité Nacional de la Juventud Radical, 1987-1991. La foto que acompaña el texto muestra a Monge junto a Daniel Ortega.