Por Pablo Huck (*)
Trabajar en la prevención del Abuso Sexual Infantil (ASI) surge, sin dudas, del profundo deseo de que nadie más padezca el derrumbe psíquico-emocional y la oscura tormenta espiritual a la que te arroja esta aberración. El abuso sexual infantil sepulta en vida, arrebata la alegría, trastorna la persona, daña y marca el ser, y esa marca, esa huella es tanto más destructiva e imborrable cuanto más temprano acontece en el transcurso de la vida.
Mi motivación surge de una claridad adquirida sobre la real dimensión del abuso y sus consecuencias, del análisis y entendimiento de conceptos como: vulnerabilidad, asimetría relacional, perversión, empoderamiento, etcétera. Discernimiento que se obtiene “tantos años” más tarde, y que nos permite retomar el camino de nuestra vida.
Esos “tantos años” por los que suelen preguntarnos, con asombro – allegados y no tanto-, que nos ocasiona inmenso dolor y bronca a los que hemos sufrido esta experiencia. “Tantos años” son los que lleva romper la lógica opresiva del abuso, voltear las cláusulas impuestas por la manipulación, despojar al silencio de sus reaseguros y sobreponerse a la complicidad y encubrimiento.
Complicidad y encubrimiento muchas veces ejercidos de manera burdamente obvia e intencionada por hipócritas representantes de arcaicas instituciones, y siempre abonado por la pasiva, irreflexiva y domesticada sociedad en la que vivimos.
Esta tarea es reconfortante y sanadora; y, sobre todo, esperanzadora. Esta acción se logra gracias al orden recuperado, ese que solo es posible al sacarse lo sucedido de encima, arrojarlo fuera y poder verlo con “nuevos ojos”, hablándolo, hablándolo… y hablándolo.
En psicoterapia, en familia, con amigos, con parejas, con todos y cada uno de los seres que nos rodean, compartirlo cuantas veces se sienta necesario, y siempre denunciarlo.
El abuso sexual es un delito grave y tiene su pena correspondiente, al menos en la “justicia terrenal”, que es, en definitiva, la que nos rige y cabe a todos. Abuso sexual es a cualquier acción (física, sexual o emocional) u omisión no accidental en el trato hacia un menor, por parte de sus padres o apoderados, que le ocasiona daño físico o psicológico y que amenaza su desarrollo tanto físico o psicológico.
Es entonces importante recordar que no es necesario que exista contacto físico entre un menor y un adulto para incurrir en este delito.
Sobrevivir es, entonces, el objetivo primero, es convertir el dolor en lucha, la parálisis del daño en acción, abandonar ese espacio colmado de vergüenza y angustia al que fuimos arrojados. Es ponernos en movimiento, alerta y al cuidado de niños y niñas de este flagelo social.
Sin dudas, el gran estímulo es poner a resguardo a nuestros niños y niñas, empoderarlos, educarlos en el respeto y el amor, y así, generación tras generación, terminar con la vulnerabilidad a la que muchos de ellos hoy están expuestos.
Es probable que los abusadores no desaparezcan de la faz de la tierra, pero trabajamos para que tengan nulas posibilidades de actuar y dañar a nuestros niños y niñas. En especial, siendo conscientes de su cuerpo, nutridos de una educación integral (incluida la educación sexual, respaldada hoy por una ley, que lamentablemente no es tenida en cuenta) que les proporcione claridad y certezas en los límites del accionar de “otros” sobre ellos.
Centrar atención y energía en esta problemática es practicar el amor verdadero (sin sesgo religioso alguno), producto de la sanación del espíritu. Es la necesidad de apostar a ser lo más “ecológico-político y humanamente consciente” posible. Es volver a sentir lo humano, aquello tan sutil como esencial que nos acerca. Es volver a ser comunidad y parte. Es remediar lo profundamente dañado por el abuso.
Así nació “Compromiso con Voz”, asociación civil abocada a la visibilización y prevención del abuso sexual infantil. Surgió de los debates y preocupaciones comunes, de sobremesas charladas con amigos y familiares, donde se planteaban muchos temas del diario, y otros no tanto. Desde temores como el de ser padres hoy, hasta cuánto de lo que habíamos recibido como educación nos era útil en nuestras vidas, o si las nuevas generaciones padecerían nuestras falencias emocionales y formativas. Muchos temas, muchas horas de charla, debate y discusiones debían transformarse en hechos.
Esas ideas, energías y esperanzas se canalizan hoy en “Compromiso con Voz” y en la “Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico”, grupo de decenas de víctimas de abuso sexual eclesiástico de todo el país, quienes me extendieron su mano y compromiso. Siempre con eje en visibilizar y prevenir el abuso sexual infantil y en garantizar los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Trabajando en forma conjunta con muchas otras organizaciones de gran compromiso social.
Convertirme en un sobreviviente, me ubica en esta vereda de la vida, una que implica exigir justicia y reclamar memoria para todos, sin dudas, sin vueltas. Por esto que alerto a quienes viven en la localidad de María Grande de que conviven con un abusador: Marcelino Moya, a quien he denunciado penalmente en junio de 2015 por abuso sexual contra mi persona, delito cometido en su paso por Villaguay, en la década de los ‘90. Y cuando pienso en la localidad de Seguí, donde vivió tantos años y en ejercicio de monopólico poder, siento la inmensa necesidad de acercarme a sus esquinas y gritar a los cuatro vientos que ayuden a las víctimas que sin dudas dejó en su extenso paso por allí.
Y no me baso únicamente en mi triste experiencia. También en la certeza de que un abusador lo es siempre, la realidad nos lo ha demostrado en otros casos de asombrosa similitud, también denunciados en la Justicia entrerriana, donde tanto los perfiles de los abusadores como su manera de actuar es calcada. Delinquen una y otra vez. Estos delincuentes tienen un perfil y modus operandi característico que tarde o temprano los delata.
Hoy, a casi dos años de realizar mi denuncia, sigo expectante de algún reflejo de ésta letárgica “Justicia”; sanado y apoyado en el compromiso común; empujando a destajo para visibilizar esta problemática; generando consciencia y prevención.
Ahora, vuelven los colores y brillo, y uno retoma el control y el poder sobre su vida. Decide uno mismo y no ya su miedo, silencio e indignidad. Ese pesado lastre cargado durante tantos años sobre mí hoy lo comparto, queda acá, transformado en luz. Ahí queda todo ese lastre que huele a podrido, huele a mentiras, a abusos de todo tipo, a mucha ignorancia, a mucho “no te metas”, a doble discurso de perversas palabras.
Hablemos, pongámosle voz… para que esto no le vuelva a pasar a ningún niño, a ningún adolescente, nunca más.
(*) Integrante de Compromiso con Voz y de Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico.