El último domingo de noviembre, en Santa Elena, a 150 kilómetros de la capital entrerriana, es apacible: a las 17, un sol radiante baña la ciudad y un viento suave murmura. No hay mucha gente en las calles. O por lo menos no se ven en la intersección de las calles 9 de Julio, Presidente Perón y Avenida San Martín. El centro de la ciudad.

Allí se encuentra uno de los atractivos del pueblo: el Anfiteatro Municipal Presbítero Fidel Alberto Olivera, un amplio espacio con escalinatas de piedra y mucho verde. Cruzando la calle, en lo alto de la Iglesia, una estatua de la patrona del pueblo, Santa Elena, mira en dirección al río Paraná.

Pero aquí, este domingo apacible de noviembre, Vicente Suárez Wollert, de 24 años, le pone palabras al proceso que inició cuando decidió contar en Twitter que fue abusado sexualmente por el cura José Miguel Padilla, cuando estuvo en un convento de los frailes Capuchinos Recoletos, en Intendente Alvear, provincia de La Pampa. Padilla acudió el viernes 29 de noviembre a la Justicia de General Pico a anoticiarse de la denuncia, y este lunes se conoció la decisión de su renuncia a la titularidad del Colegio Nuestra Señora de Luján, de Intendente Alvear, y del pedido de dispensa para alejarse por un tiempo del sacerdocio.

A mediados de octubre, Vicente contó en la red de los mensajes breves lo que le ocurrió en aquel lugar. Días después, aquella historia se transformó en un expediente judicial en el Ministerio Público Fiscal de General Pico, que ya inició la investigación penal preparatoria y tiene en la mira al sacerdote Padilla. La historia de Vicente se hizo conocida a través de una charla con el programa Puro Cuento de Radio Costa Paraná 88.1, luego reproducida por Entre Ríos Ahora.

“Lo único que pido es que el cura Padilla no esté cerca de ningún chico”, sostiene el joven santaelenense que integra la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico.

Vicente cuenta que animarse a romper el silencio fue un proceso que germinó tras su salida del convento y que encontró en las redes el canal para comenzar a sanar. “Fue un proceso que llevó bastantes años; de guardar este secreto por muchos años y de estar al pendiente todos los días de que alguien hable. Incluso estando dentro de la vida religiosa me acercaba a mirar las noticias, a poner el nombre (de Padilla) en el buscador para ver si alguien se había animado a hablar”, arranca en diálogo con Entre Ríos Ahora.

“Dejo la vida religiosa por decisión propia. Fue pasando el tiempo y fui tratando de insertarme en la sociedad como una persona corriente y empiezo a notar que de alguna manera lo que no estaba diciendo lo estaba manifestando el cuerpo. Fue todo un proceso que me llevó a ponerle palabras en Twitter, veía hilos de situaciones parecidas, a  veces de abuso eclesiástico y a veces no. Sin dar nombres, fui contando todo lo que me había pasado y que de alguna manera me había marcado”, dice.

Al sacerdote José Miguel Padilla, a quien denunció por abuso, Vicente lo define como un “sacerdote ultraconservador dentro de la Iglesia Católica”, con un prontuario que incluye su participación en el levantamiento carapintada de 1988 contra el gobierno de Raúl Alfonsín. Entonces, Padilla fue capellán del Ejército. En la actualidad, es el fundador y superior del convento de frailes llamada Fraternidad de Belén de los Capuchinos Recoletos; y ejerce funciones sacerdotales en la Parroquia Inmaculada Concepción y es representante legal del Colegio Secundario Nuestra Señora de Luján.

“Muchos de los defensores del cura dicen que esto hace que lo estemos condenando, y no es así. Aunque es parte de su historia y es un dato que marca su forma de ser: autoritaria, inquisidora y ultraconservadora. Dentro de la Iglesia hay toda una red de congregaciones, incluidos los Capuchinos Recoletos, que operan de esta manera. Puedo nombrar el caso del Instituto del Verbo Encarnado, que el padre Miguel Buela está condenado y recluido en un monasterio en el exterior; y tenemos el caso de los Legionarios de Cristo. Son cosas reales. Entiendo por ahí el hecho de que la comunidad interna los defienda, porque cuando se toca a un fundador, o una persona que para uno es sinónimo de fe, de creencia, de respeto y autoridad es difícil creer esto. Hay que separar a la comunidad de frailes, que no tiene nada que ver. Si me escuchan, es bueno pensar las cosas en frio y a la luz de la fe, la razón y la verdad”, plantea.

Señala, a su vez, que “las cosas no son como los libros de la vida de los santos” y remata que “por ahí la realidad es más cruda”. “Hace poco me preguntaron las expectativas de lo que implicaba la denuncia, si estaba buscando dinero. Yo lo único que quiero es que Padilla no esté más cerca de ningún chico, y que no esté a cargo de la parroquia y el convento”, resalta luego.

Recuerda que ingresó a la vida monacal cuando tenía 19 años, en septiembre de 2015, y que se despidió de la comunidad de frailes entre mayo y junio de 2016. Tras ello, en 2017, hubo un primer contacto con la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Argentina, que se frustró por el miedo a  realizar la denuncia penal.

“Entonces creí que era algo que había quedado en el pasado. Luego perdí el contacto con la Red. Me voy a Paraguay, a continuar la vida religiosa, y en enero de este año vuelvo a contactarme con la Red y la integro de manera plena”, rememora.

Enseguida, recuerda que se contactó con autoridades de la Iglesia Católica, a quienes le contó de los abusos de Padilla, pero que no recibió respuestas. La historia la escucharon Monseñor Héctor Rubén Aguer, el arzobispo emérito de la Arquidiócesis de La Plata; y Raúl Martín, obispo de La Pampa. “Cuando salgo del convento de La Pampa, contacté a Monseñor Aguer en La Plata, donde los Capuchinos Recoletos tienen un convento. Después vine a Entre Ríos y le escribí a monseñor Raúl Martin. Ninguno de los dos inició una investigación canónica. Sé que a Padilla le impusieron algunas medidas de prudencia, como cambiar el número de teléfono y no tener contacto conmigo, pero concretamente una investigación no se inició”.

“Yo esperaba como mínimo que hicieran un comunicado, o al menos que le suspendan el ejercicio de las funciones sacerdotales en público. Tampoco se comunicaron. El único contacto fue con el párroco de acá (NdelaR: Santa Elena), que me brindó su apoyo, unas palabras de aliento e incluso me ofreció integrar los espacios de la Parroquia, pero no es algo que me interese en este momento”, comenta.

Enseguida, responde a una de las preguntas que suelen hacerle desde que denunció a Padilla: ¿Seguís creyendo en Dios? “A mí me lo nombras a Dios y la primera imagen que se me viene es el padre José Miguel. Mi relación con Dios es algo que todavía tengo que ir sanando”.

En esa línea, se muestra pesimista sobre el devenir de su caso, aunque reconoce que en el país y la provincia se han logrado fallos condenatorios contra curas acusados de abuso. “Los casos de Entre Ríos los he seguido de cerca, y a la mayoría de los sacerdote los conocía, incluso a sacerdotes que todavía no han sido denunciado y que la Iglesia sabe que tienen un pasado particular”, advierte.

Luego vuelve al punto de su preocupación: “Lo que espero es que Padilla no esté más. No que desaparezca, simplemente que él no tenga cargos que impliquen manipular la vida de las personas. Sé que la justicia va a actuar, y lo está haciendo con bastante celeridad, lo cual me alegra”.

Desde que denunció a Padilla, Vicente dice que se sacó un peso de encima, y que comenzó una nueva etapa, que tienen que ver con la búsqueda de otras personas que hayan sido víctimas del sacerdote. Para ello utiliza Twitter, la red en la que rompió el silencio.

“Lo que estoy tratando de hacer a través de las redes no es ensuciar o difamar, es decir la verdad. Estoy esperando a los chicos que sé que han pasado lo mismo, y no sé dónde están, no sé cómo se llaman y no sé dónde viven. Si alguno de ellos escucha, y ha sufrido algún tipo de abuso de esta persona o de otro consagrado es bueno que hable, no es necesario hacerlo público como lo hice yo. Se dio así, fue la manera que yo encontré. Me hizo bien, por momentos me abrumó y sentí demasiado la exposición, pero sirvió para que otros puedan hablar”, resalta y agrega que “es importante ponerle palabras y empezar a sanar”.

En ese camino de sanación, comenta que son calve su familia, amigos y profesores y compañeros del Instituto de Educación Superior de Santa Elena (IESSE), donde estudia la carrera de Educación Especial. “Fue como encontrar ahí un motivo para todos los días levantarme y salir a enfrentar la vida”, asegura.

“En el entorno de los amigos fue difícil para ellos acompañarme. Saber qué decirme. Saber de qué manera estar. Por ahí algunos eligieron la lógica de la huida, por no saber qué hacer. Eso fue bastante doloroso. Son gente que me siento a esperar todos los días. Por otro lado, apareció gente desconocida que implicó charlar, compartir, entendernos y conocernos. Fue un apoyo muy importante, como así también los que se quedaron. Hay días que me quiero tragar el mundo y días en los que el mundo me traga a mí, porque se vienen los bajones, las ganas de encerrarse y no querer salir porque se remueven muchas cosas interiormente”, concluye.

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.