«Ha habido una herida y ahora me doy cuenta de que es muy profunda». (Paul Auster, La invención de la soledad).
Sergio Decuyper descubrió que tenía una herida. Y que esa herida se hundía en la piel, en la carne, y que le llegaba a los huesos, y le provocaba inquietud, zozobra, miedo, un estado de desasosiego que el principio no entendía muy bien por qué.
Ahora tiene más de 40. La herida tiene casi tantos años como tiene Sergio Decuyper.
Cuando tenía 6 años fue abusado por su tío, el sacerdote José Francisco Decuyper, en el baño de la casa de sus abuelos paternos en Puiggari, a 55 kilómetros de Paraná. Su tío ya usaba sotanas y Sergio no sabía nada del mundo, ni de la belleza ni mucho menos del horror.
«Puedo seguir huyendo hacia ninguna parte. Pero, si sano mis heridas, lloro, me enfrento… debo dejar de huir», escribió en noviembre último.
Escribir es el modo que encontró para exorcizar sus fantasmas, los estragos que arrastra desde niño.
El primer paso fue denunciar a su abusador, su tío sacerdote José Francisco Decuyper, ahora con un cuadro de Alzheimer, alojado en el Hogar Sacerdotal del Arzobispado de Paraná.
El sábado 19 de septiembre de 2020, vía Skype, desde desde Vitoria-Gasteiz, País Vasco, donde vive ahora, Sergio Decuyper les contó a los fiscales Leandro Dato y Fernanda Rufatti de qué modo fue abusado por su tío sacerdote en la casa de campo de sus abuelos paternos en Puiggari, departamento Diamante. El caso salió de la Unidad Fiscal de Violencia de Género y Abuso Sexual y, por cuestiones de jurisdicción, pasó a la Unidad Fiscal de Diamante, a cargo del fiscal Gilberto Robledo.
El cura Decuyper es un personaje vastamente conocido en la Iglesia de Paraná. Nació en Bélgica, en 1935, y es considerado el «padre fundador» de la Escuela Privada N° 116 San Joaquín. Durante muchos años fue párroco en Santa Ana y también en la parroquia Virgen de la Medalla Milagrosa, en Paraná, aunque también se ha desempeñado en General Ramírez y en Las Cuevas, en el departamento Diamante. Desde 2004 está retirado de la vida activa de la Iglesia, alojado en la residencia sacerdotal Jesús Buen Pastor, en Italia al 400.
El caso del abuso a Sergio Decuyper llegó a conocimiento de la Iglesia local y de la de Roma mucho antes que a la Justicia: en 2019.
En los primeros días de septiembre de 2020, hubo una presentación formal en Roma.
«Mi experiencia de cuando fui a hacer la denuncia canónica en Roma fue espantosa», cuenta Sergio Decuyper a Entre Ríos Ahora. «Yo me comuniqué primero con el Arzobispado de Paraná para anoticiarlos de mi viaje a Roma. Les pedí que me consiguieran la audiencia en la Congregación para la Doctrina de la Fe -el dicasterio romano adonde recaen las denuncias por pederastia del clero, NdelR-, pero no hicieron nada. Yo estuve del 7 al 14 de septiembre en Roma. Se comunicó conmigo María Inés Frank -de la Comisión de Protección de los Menores del Arzobispado, NdelR- el jueves 10 y me dijo: ´Parece que mañana te reciben. Presentate a las 9 de la mañana y te van a recibir´. Fui el viernes 11, a las 9. Nadie hablaba español, nadie me entendía, nadie me esperaba. La experiencia fue horrible. Pedí mi expediente, porque sabía que se había cerrado. Lo único que sabía es lo que me dijo monseñor Puiggari, que me llamó y me aconsejó cerrar esa investigación. Me llamó en enero de este año y me dijo que había que cerrarla por temas de salud de mi tío».
En julio, cuando el terapeuta le da el alta -ingresó en un proceso de toma de conciencia de lo que fue el abuso siendo niño-, Sergio Decuyper hace lo que en Roma le habían aconsejado: realizar la apertura de un proceso canónico contra su tío sacerdote, y a la vez iniciar la denuncia penal. «Cuando estuve en Roma para hacer la denuncia fue espantoso. Tuve que hacerlo en forma manuscrita, ahí, sin saber a quién dirigir la denuncia. Pero hice la denuncia».
¿Cómo llegó a esa situación, el 11 de septiembre de 2020, sentado en un sillón de una oficina de la Congregación de la Doctrina de la Fe, y escribir, a mano, una carta de denuncia?
«Yo me doy cuenta de mi trauma en febrero de 2019. Envío una carta a Roma, a través de un amigo. El Papa me llama el 19 de marzo de 2019. Luego, el 17 de abril de ese año, después de hablar con Puiggari, viajo a Argentina. Después, viajo a Roma -Puiggari también lo hace-, entre el 2 y el 5 de mayo. Logro que me vea el Papa, no gracias a Puiggari sino por mi propia iniciativa. Le dejo una carta el 3 de mayo, y me llama y me recibe el 4 de mayo en la Casa Santa Marta. Era la segunda vez que me hablaba por teléfono. Me recibe media hora en Santa Marta. El 7 de mayo el Papa saca una carta sobre cómo denunciar el encubrimiento -se refiere a la carta apostólica en forma de ´Motu proprio´ titulada ´Vos estis lux mundi´ (´Ustedes son la luz del mundo´), en la que se establece nuevos procedimientos para prevenir y denunciar los casos de abusos sexuales dentro de la Iglesia, NdelR-. La leí estando en Madrid, y me sentí muy mal: me sentí utilizado, sobre todo por la charla que tuve con él. Me habló de que tenía que tener confianza en Puiggari, que no lo hiciera público porque los periodistas son unos hipócritas y que mi homosexualidad es una enfermedad. Me pidió que volviera con mi esposa, que siguiera trabajando, y llevar todo este caso en silencio. Ese es el consejo que me da el Papa. Yo salí destrozado de esa audiencia. Después, publica esa carta apostólica. Fue después de esa reunión con el Papa que inicié terapia. Me explotó la cabeza», cuenta.
Pero el silencio no fue opción para Sergio Decuyper. Insistió ante el arzobispo de Paraná. «Me decía que rezaba por mí, aunque el primer llamado que recibo fue el 16 de enero de 2020: me habla de la investigación canónica sobre mi tío que él quiere cerrar por el estado de salud de mi tío. Yo no estaba bien de mi salud. Seguía en terapia. Recién en julio me dan el alta. Y fue entonces que le digo a Puiggari de mi interés de hacer esto público, y en septiembre es cuando organizo un viaje a Roma para presentarme ante la Congregación para la Doctrina de la Fe y hacer la denuncia canónica», recuerda.
Viaja a Roma, asiste a la audiencia general el 9 de septiembre en el Vaticano, y consigue que Francisco se detenga a hablar con él un par de minutos, en su recorrida entre los fieles presentes.
-Quiero denunciar a mi tío, quiero que me ayudes -le pido en esa audiencia.
-No, no denuncies. Tu tío está perdido, tu tío tiene demencia -le contestó Bergoglio.
No siguió el consejo del Papa.
“Yo, Sergio Javier Decuyper, 42 años”, dice la carta que dejó en manos de la jerarquía romana el viernes 11 de septiembre último, “comparezco hoy aquí para denunciar: denuncio por abuso sexual con penetración a mi tío sacerdote José Decuyper”. Y también denunció a Jorge Bergoglio “por encubrimiento”.
“El Papa Francisco me ha pedido silencio y que no denuncie”, escribió en esa carta.
Ahora Sergio Decuyper está en ascuas. A 5 meses de haber hecho la denuncia penal contra su tío, no espera demasiado del proceso judicial. «¿Qué puedo esperar de mi denuncia? ¿Avanzará algo más? ¿Puedo pedir responsabilidades al Arzobispado al estar mi tío enfermo?», se pregunta.
Enseguida cae en la cuenta de un logro. Y de una sinrazón. «Yo estoy contento: a mí me dio salud denunciar. Por momentos veo cumplido mi propósito», dice, y después agrega: «Aunque me cuesta pensar que nadie asumirá responsabilidades en mi caso. …y en muchos otros del clero».
El fantasma de la prescripción sobrevuela la causa: a su tío no le cabrían las responsabilidades penales por su deteriorado estado de salud. Y de la Iglesia no se aguarda demasiado: los sucesivos fallos que hubo en la Justicia entrerriana -los curas Justo José Ilarraz, Juan Diego Escobar Gaviria, Marcelino Ricardo Moya- han reprochado el encubrimiento de la cúpula eclesiástica frente a estos delitos pero ningún fiscal dio, de momento, el paso para iniciar un proceso por no haber denunciado.
La causa penal ahora derivada a Diamante comenzará a dar sus primeros pasos en este 2021.
Sergio Decuyper escribió en un texto lo que le pasó, y lo que le pasa con la Iglesia, los abusos y los abusadores. Esto escribió:
Sigo caminando, cada día mejor de salud, agradecido de mis fiscales, orgulloso de mi denuncia penal, intentando comprender.
Esta semana he hablado con un obispo que me decía que » la homosexualidad profundamente arraigada no era compatible con el sacerdocio».
Entonces, yo le pregunté sobre «la heterosexualidad profundamente arraigada» y si hacían lo mismo, y la diferencia con la homosexualidad. Se puso colorado y tartamudeó.
Para ellos un homosexual «profundamente arraigado» es un ser incompatible. Es malo.
En cambio, un heterosexual «profundamente arraigado» es compatible. Es bueno (se me vienen miles de heterosexuales machistas, agresivos, maltratadores…etc, que he conocido, estos son compatibles con el sacerdocio).
Conclusión a la que he llegado: tienen un problema grave con la afectividad y forma de vivir y asumir la sexualidad de forma sana y equilibrada…y se inventan estos términos de «homosexualidad profundamente arraigada»…etc.
Se han creado un problema grave ellos mismos al no asumir, aceptar y vivir la diversidad sexual, de la que ellos mismos forman parte.
No se dan cuenta el daño terrible que causan en el desarrollo de muchos niños y jóvenes con este tipo de «catequesis». Les preocupa el aborto pero no son capaces de explicar cómo se usa un preservativo. Para ellos todos deben ser castos y no practicar relaciones sexuales…
Por eso, su estructura es refugio de los pederastas. Esa doble moral.
Es así de sencillo, y de grave.
Heterosexualidad y homosexualidad bien vividas entre personas adultas, dan salud…son salud afectiva en sí mismas.
Muchos seminaristas con problemas afectivos y desequilibrios llegan a ser sacerdotes sin asumir, integrar y vivir sanamente su sexualidad. Todo sacerdote que pertenece a esta estructura y ha visto, conoce, apoya esta forma de vida afectiva desequilibrada de algunos de sus compañeros, encubre.
Y escriben libros, y tratados, y documentos analizando la sexualidad de los otros.
Hay niños y vidas de por medio.
Sigo hablando con ellos y el nivel de ignorancia me deja muy asombrado.
¿Será inmadurez o son una secta? Yo realmente creo que es inmadurez. Pero esa inmadurez hace daño a terceros, todos los días. Y deben cambiar, afrontar, asumir. Espero no llegar a la otra conclusión.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora