Agua
Texto: Ferny Kosiak.
Ilustración: Fernando Miguez.
Para llegar a la Garganta del Diablo hay que caminar más de un kilómetro por pasillos de metal que avanzan sobre el agua calma, a poco más de un metro debajo en este momento.
—This is a súrubi?—pregunta un turista a su guía, señalando un pez negro, de más de medio metro de largo, que junto a dos más nada tranquilamente, una y otra vez, bajo la sombra de un árbol.
—No, is a moncholou—responde el guía. Más tarde alguien me contará, de la nada, que no son ni moncholos ni surubíes sino otros peces de los que no recuerdo el nombre y que no es usual verlos en esa zona, cataratas arriba, ni tan tranquilos. Seguramente el hambre les ha cambiado los hábitos, aventuró.
Sigo avanzando por la pasarela y el agua apenas cubre las piedras en algunos tramos, así que se pueden ver los cientos de monedas que los turistas arrojan, quizás pensando que están ante la versión extra large de la Fontana di Trevi. Un guía les dice a sus guiados que no tiren nada, que en unos días cuando los empleados limpien esa parte del parque se burlarán de los turistas que pagan las cervezas de la tardecita calurosa con sus deseos en forma pecuniaria.
Sigo caminando y en una especie de islita con árboles las mariposas se apoyan en los brazos sudorosos de los turistas, haciendo brillar sus pequeñas alas. Una niña persigue una.
—Dejala que te va a morder—le dice su hermana. Pienso que tengo que dibujar esos maravillosos lepidópteros pero con fauces. Me acuerdo de las hormigas negras que vi hace un rato, a un lado del camino, que medían más de la mitad de mi dedo índice y que me remiten a las terribles hormigas asesinas de Horacio Quiroga, insectos que pueden estar caminando a metros de donde estoy parado.
A un lado de la pasarela quedan los vestigios de lo que fue el viejo camino de cemento, arrasado por una inundación en 1993. Mientras miro el óxido me doy cuenta de la ausencia de silencio: o es el agua que hace ruido (mayor o menor según el momento y el lugar), o son las personas hablando o son las chicharras que no dejan de cantar en la tarde húmeda.
Llego a la Garganta del Diablo, oigo el ruido gutural que hace Satanás. ¿A quién se le habrá ocurrido esta brillante metáfora cristiana? Google. La leyenda dice que el Diablo envidiaba el amor entre un príncipe y una princesa guaraníes y por eso la convirtió a ella en cascada y a él en vegetación que la rodea: estarían cerca pero sin contacto. El arco iris fue el vínculo que derrotó al Mal. La polémica para cambiarle el nombre a la catarata va desde Alvar Nuñez Cabeza de Vaca a Ricardo Montaner, pasando por el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel.
Sé que la catarata está ahí por el ruido colosal, porque el agua se alza hacia el cielo en un fino rocío que se hamaca en las corrientes de viento. Pero no alcanzo a verlas. Unos cien turistas me tapan la inmensidad. Hay que esperar a que las familias se tomen las fotografías, a que los solitarios realicen sus selfies, a que las señoras mayores avancen, hay que esquivar escaleras de dos aguas sobre las que se suben los fotógrafos para tener un mayor rango de fotografía de los grupos turísticos, hay que aprovechar los pocos minutos que te dejarán acomodarte junto a la baranda para observar la porción de inmensidad que te tocó. Mirar fijo a un lugar, donde el agua no es más que eso, marea. Y detrás de mí continúa la marea: señoras, parejas, familias, señoras, niños, parejas y guías turísticos. Saco fotos para mí y para unas señoras que están solas y comienzo a volver.
La curiosidad es más fuerte que el ridículo y le pregunto a otro guía cuántos muertos hay al año. Me mira con cara de ofendido y me dice que el parque cuenta con todas las seguridades necesarias ante cualquier accidente. Más tarde un señor de Córdoba me cuenta que eso no es cierto, que el año pasado dos personas murieron al caerse del bote inflable que lleva a la gente debajo de algunas cataratas menores. Le repregunto al guía por los suicidios, no por los accidentes. Dice escuetamente que suceden uno cada dos o tres años y se aleja rápidamente. Hay algo que me llama poderosamente la atención de este lugar para una muerte elegida: hay melodrama en un suicidio arrojándose a la Garganta del Diablo, hay un cuento, hay una novela, hay demasiada metáfora y hay un derrotar a Alfonsina Storni.