Más de 600 personas, en la penúltima noche de abril, presenciaron la puesta en escena de un espectáculo concebido conceptualmente, con más de 130 personas en acción, entre músicos, bailarines, actores y artistas visuales. Música por la Identidad, en la pista de atletismo del Parque Berduc, reveló el nivel de realización que pueden alcanzar los creadores locales.
Con el arte sucede así y posiblemente con muchas otras razones y ocupaciones humanas. Cuando se encuentra cierto tono, cierto clima, cierto ritmo y un nivel de conexión, lo demás fluye o se desliza por un canal de emociones profundas y ligeras a la vez, que uno va añorando a medida que las goza y las pierde. Esa es, quizás, la mejor parte de crear. Eso sucedió, de alguna manera, en la noche del viernes, con la pieza expuesta ante unas 600 personas en la pista de Atletismo del Parque Berduc.
Es difícil imaginar la instalación de una pieza de arte, cálida y contagiosa, en un campo oscuro y frío, justo en una noche para ir a dormir temprano.
Música por la Identidad, realizado íntegramente por artistas de la ciudad y la región, se propuso plantear en Paraná un espectáculo conceptual, que incluía canciones, danza, actores, artes visuales y, especialmente, una serie de ideas.
En síntesis, se propuso plantear una pieza de arte con muchas partes, que necesitaba encontrar su clima, su ritmo y su tono.
Más de 130 personas participaron del armado y la concreción de un show con algunas suspensiones por los días lluviosos. La organización correspondió a HIJOS, Abuelas de Plaza de Mayo y el Gobierno de Entre Ríos. El mérito de la puesta a Carina Netto, Florencia Amestoy, Marcos Priolo, Nadia Grandón, Soledad González y Analía Bosque.
Pero vamos a la noche fría del viernes, a la pista resignificada con el escenario y un obelisco. A las madres de plaza de mayo en permanente peregrinación y a la sucesión de canciones, elegidas para contar una historia, para transmitir un sentido.
La canción se planteó como el relato y el eje. Desde el escenario giraban las sensaciones, elaboradas en historia a través de las madres en su andar, de los bailes que sucedían entre ellas o frente a ellas, de los niños que llegaron a jugar, incluso del efecto de fiesta noventosa descorchando champagna en la pista.
Las emociones de las músicas y las letras, se contaban, de algún modo, alrededor del obelisco. Tenían su conversación entre escenas. Entre allá y acá. También entre ayer y hoy. Ahí estaba el diálogo del dolor y la esperanza. El diálogo del arte y de la historia.
Y pasaron canciones con mucha identidad, interpretadas algunas con suma belleza y calidez, otras con una fuerza increíble, como la preciosa versión de Ciudad de pobres corazones, por Florencia Di Stéfano. Se podrían enumerar los momentos, como hacemos para no perder nada de la experiencia, como si al nombrar las cosas atáramos con broches los recuerdos a la soga floja de la memoria.
Pero lo importante, sin embargo, es otra cosa: es que promediando la segunda canción, tal vez antes, tal vez después, el público y los artistas, ya habían ingresado por ese canal inefable, deslizándose con un placer sin nombre, en la corriente perfecta de las emociones compartidas, donde el frío no existe y mucho menos el olvido.
Julián Stoppello
De la Redacción de Entre Ríos Ahora