Carina Quiroga bailaba en milongas de Paraná, en salones con piso de madera y en las cantinas de clubes donde junto a las primeras estrellas del viernes soplaba una inspiración tanguera.

De civil, a la luz del día, Carina trabajaba de diseñadora gráfica. Había venido a Paraná desde Tostado, Santa Fe, para estudiar comunicación social, pero se había formado especialmente en el oficio, logrando a través del diseño organizar su vida por aquí: trabajó más de diez años en un estudio y luego en su propia firma.

La revista Algarroba, financiada por el CFI y producida por Mariana Paez durante algunos años, aún hoy es un objeto de precioso diseño que revela, como una foto, la calidad estética y la visión artística de Carina en su trabajo. Es, nada más, un ejemplo.

Pero Carina Quiroga, ya vestida para la ocasión y en las noches de milonga, era una visión del encanto de bailar: el lado misterioso y osado del corazón en un pleno repicar de aventura.

En Paraná, Carina bailaba y daba clases de tango. Había empezado allá por el 93´ y en ese inicio había conocido a Pablo Villarraza, quien algún tiempo después resolvió su mudanza a Buenos Aires y se empeñó en fundar una escuela de tango. Con el paso del tiempo, DNI Tango se erigió en el espacio más prestigioso del país para aprender el arte de bailar.

Ya con la experiencia de tantas pistas y luego de atravesar una de esas instancias personales que provocan, más de una vez al día, la pregunta constante “¿qué quiero hacer con mi vida?” Carina, que venía generando espectáculos junto a Gastón Ferreira y también enseñando a bailar, resolvió apostar un pleno al tango y se fue, también, a Buenos Aires.

Se pasó buena parte de 2008 estudiando en DNI Tango y ya para finales de año era una de las instructoras de la academia. El carácter internacional de la escuela exigía, además de las credenciales en la materia, un manejo fluido de inglés. Llegaban, se quedaban o pasaban por un tiempo, alumnos de diferentes lugares del mundo. Los más exóticos, los cercanos, de cualquier parte. Entre esos alumnos asomó Arttu Artkoski, un finlandés alto y rubio que al menos una vez por año llegaba a la escuela, como quien elige una playa paradisíaca del caribe para el descanso soñado durante meses. Pero Arttu no buscaba retozar, al menos de un modo convencional, sino sumergirse en la cultura del tango.

“Nos enamoramos rotundamente –dice Carina- y no nos separamos más desde ese día”.

carina3

Durante tres años, Carina y Arttu manejaron la situación intercalando encuentros en Finlandia y Buenos Aires, hasta que en 2013 resolvieron elegir un lugar en común y se instalaron en Tampere, una localidad finesa de poco más de 200 mil habitantes, atravesada por dos lagos, con inviernos larguísimos y helados que hacen de la aparición del sol todo un acontecimiento.

Allí construyeron su casa y allí nació su hija Nina.

El otro alumbramiento de la pareja fue artístico. Junto a otros amigos le dieron impulso a una escuela de tango.

Entre 130 y 150 alumnos es la matricula habitual de La Fábrica de Tango, el lugar que encontraron Carina y Arttu para enseñar, difundir y hacer crecer, en una ciudad hermosa y helada de Finlandia, la pasión por el tango argentino.

La escuela funciona en el predio donde alguna vez existió una fábrica, entre tantas que hubo en Tampere dedicadas a la industria textil, la celulosa o el cartón.

Carina se ocupa de la gráfica, Arttu se dedica a la parte administrativa y la pareja de amigos y socios, organizan la programación. Entre todo, claro, se reparten las clases y también los seminarios que se ofrecen los fines de semana. Carina también tiene su propio a atelier en la fábrica y diseña ropa exclusiva para bailar.

La escuela funciona y atiende los requerimientos de un público ávido por aprender. Lo hacen en tres niveles: principiantes, intermedios y avanzados, en clases de técnica y de práctica. La asistencia es diversa pero casi siempre se trata de mayores de 25 años.

El tiempo libre, en Tampere, también tiene una conexión argentina. Carina formó con amigos un grupo de bailes folclóricos, comenzaron a ofrecer shows, con milongas, zamba, chacarera y escondido. Pero con el tiempo se armó también orquesta y ahora se organiza con bajo, cuatro guitarras, voces, bombo y flauta traversa.

“Yo estoy cantando y me lleva a un lugar de mi niñes, porqué mi papá cantaba en Tostado, tenía un grupo que se llama “Las voces del río”, entonces yo hincho mucho para cantar esas canciones que le escuchaba a mi viejo en el patio de mi casa”, dice Carina, en comunicación por watsapp con Entre Ríos Ahora, mientras se agotan los últimos soles de verano en Finlandia.

Es, apenas, una referencia de nostalgia la casa familiar. Tal vez los días cortísimos de invierno pueden resultar una especie de cuesta a remontar, pero Carina hace ya cinco años se fue de tangos con un amor finlandés multiplicado y frente a eso el frío es solo un dato más del cielo. Si hay añoranza en el transcurrir y recuerdos de un paisaje anterior, pues bien, la nostalgia también se baila.

 

Julián Stoppello de la Redacción de Entre Ríos Ahora