Se encienden algunas luces de la sala Water Heinze, pero no suena ninguna guitarra. El actor viste de oscuro: buzo con capucha y pantalón de gabardina. En la platea hay estudiantes, actrices, directores, gente de teatro. Mayoría mujeres. Por ahora se contienen las ganas de pedir una foto compartida con él, pero se evidencia esa energía de admiración que tiende, en situaciones semejantes, de alguna intimidad, a dispararse hacia adelante, en busca de algo, como una señal, una palabra, un recuerdo perdurable.

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Mauricio Dayub no sube al escenario, elige una silla, la dispone a metro y medio de las butacas y se ofrece a una conversación abierta. “No hay protocolo”, advierte Mario Martínez, facilitador del encuentro como parte integrante de la casa. La escena transcurre en la Escuela de Música, Danza y Teatro “Constancia Carminio”. Son poco más de las 3 de la tarde de este martes y el actor va a comenzar, por sugerencia del público, desde sus comienzos.

La primera impresión, habría que consignar aquí, es que Dayub está intentando acomodarse en la situación que todavía está en veremos. Veremos qué surge de aquí. Veremos qué preguntas asoman, veremos si se acerca más gente, veremos qué ganas tiene de internarse en una tarea tan ardua como, en hora y media, transferir una vida de experiencias sobre las tablas y lograr en ese trajín una comunicación genuina y provechosa.

Cuando Dayub calza primera y viaja contra corriente para poner en escena sus inicios, ya establece un puente ancho para que la gente se cruce a mirar. Trata de pasar un poco a los saltos, entre la animación de fiestas para gurises en Paraná y el lustro que se pasó en Santa Fe aprendiendo el oficio con un deseo emperrado, pero en el camino lo asaltan, una, dos, tres veces, algunas sensaciones fuertes que le quiebran la voz. Se interrumpe. Mira hacia alguna parte buscando controlar la vibración interna. Y empieza otra vez.

Dayub es un actor paranaense de una trayectoria reconocida ampliamente a nivel nacional, en teatro, cine y TV. Es director, dramaturgo, productor y tiene su propio espacio teatral en Buenos Aires: el Chacarerean. Aquí y quizás allá, le dicen Tata. Fue jugador de básquet del Club Recreativo, monaguillo de la Iglesia La Piedad y alguna vez soñó con entrar al Banco Nación a través de un túnel que iban cavar con otros gurises del barrio. Pero no se dedicó al básquet, ni a la religión, ni a los bancos, sino a la actuación.

Dice ahora, Mauricio, que sus historias, las que va escribiendo en papelitos desvelados que acopia en una caja de pandora, hasta que las reúne, las sopesa, las lleva al ritmo de la escritura, provienen todas de calle Libertad o por ahí cerca, en el domicilio de la niñez.

EXPERIENCIA.

Hay un problema con transferir experiencias. Es como contar un viaje y pretender que el escucha sepa, de nuestra boca, como va reaccionar su cuerpo si le toca subir la misma montaña. No hay caso. Sin embargo, no se pierde nada en el intento y si el narrador toca las cuerdas indicadas, la magia ocurre más allá de las palabras, en un territorio de puntos suspensivos, sensaciones físicas y melodías del silencio.

Dayub lo hace ahora. Toca muchas cuerdas y afina con la emoción detenida en el aire.

Vamos a los apuntes.

“En teatro siempre es mejor sentirse un principiante”, dice el actor. Ahí está el juego, el riesgo y la posibilidad de encontrar nuevas herramientas en la caja propia.

En esos comienzos, recuerda, “tenía la necesidad de actuar todos los días y en los primeros años no trabajaba lo suficiente, entonces creía que sino actuaba me iba a desafinar”.

No hay tiempo suficiente para sentarse a esperar. Dayub empezó a escribir para actuar, se dedicó a producir para actuar y creó su propia sala por la misma razón.

Ahí vamos con las crisis, de las crisis, de las crisis.

“Creer que la imposibilidad se debe a la situación general…”, dice o compara, es más o menos parecido a creer que las mismas imposibilidades son por los otros. Entonces concluye: “Son argumentaciones que no son reales…”. Por la misma dirección, dice y piensa Dayub, “a veces la carencia es buena porque te obliga a buscar…tener es complicado…”. Y no está hablando de que falten cosas esenciales, habla de que sobren posibilidades y falte contenido.

Le habla a actrices y actores. Insiste. “Todos esperamos que alguien nos llama y cuando nos llaman lo que vamos a hacer es cumplir el sueño del otro.”

Viaja Dayub a sus entrenamientos con Carlos Gandolfo. Agradece. Representa larguísimas  sesiones de relajación, intentando discernir la parte exacta de la lengua donde impacta con más vigor el sabor del café o el sentir profundo del cuerpo ante un sol impiadoso o una lluvia torrencial. Agradece, otra vez, en una reverencia, cada enseñanza, como si el rostro del maestro estuviera en alguna parte de la sala. Creo que lo ve.

“Una vez lo seguí a un chico con dificultad para caminar como 10 cuadras, hasta que saqué el ritmo, su modo de andar”. Escucha las conversaciones de las mesas vecinas en los bares, mira como cuenta y de qué habla la gente. Se guarda cosas, como papelitos anotados, gestos, tonos, palabras. Todo va a ser útil en alguna escena, donde se juega lo que trae, lo que lleva y lo que está estampado en la memoria sensible.

La trampa, interpreta, es la repetición, hacerlo igual, quedarse en el mismo traje.

“A mí me gusta más construir, me gusta más la transformación”, dice Tata. Después habla de una época de “adulteraciones”, donde suben a escena muchísimas personas que no son actrices o actores, pero hacen lo suyo. No abre juicio, pero define su modo de ver, ya sobre el último tramo del encuentro: “Si te lo cuentan, si te lo dicen, es otra cosa; es teatro si te lo hacen imaginar”.

Tal vez con transmitir experiencias puede suceder algo parecido, se me ocurre. Si te la cuentan, si te la dicen, no va más allá de una conversación. Pero si te hacen imaginar, si crean allí mismo la ilusión y te llega, entonces ya es algo más: una instancia del arte, donde lo vivido gana altura, flota en la respiración y cobra sentido entre los hilos que conmueven al narrador y que el narrador contagia. Eso es magia. Eso hace Dayub aquí, con la energía abrazadora de la primera vez.

 

Julián Stoppello de la Redacción de Entre Ríos Ahora