Cajas y más cajas de mercadería, como en juego de encastre sin terminar, ocupan buena parte del galpón, con local al frente, sobre Avenida de las Américas. Detrás se arrinconan dos oficinas montadas en material en seco. Ya se siente más a mano el verano y el aire del galpón se caldea pasadas las 9. Sergio Bruzzoni se hace lugar en uno de los escritorios que generalmente usa gente que necesita sentarse a trabajar. Él casi que no permanece sentado. Ni quieto. Su lugar natural no es la oficina sino la calle. Desde pibe Bruzzoni se gana la vida al aire libre, buscándole la vuelta al asunto de hacer un negocio que funcione y lo exija. El esfuerzo es una suerte de condición. Hay que poner el ingenio, pero también el cuerpo. Eso lo aprendió de chico.
Su apellido es una marca. Hoy, una marca muy difundida que identifica una empresa con cuatro locales comerciales de bebidas y una agencia de promociones que se extiende y se orienta, en gran medida, a lo que realiza en Buenos Aires. Es proveedor de bares, boliches y restaurantes aquí, pero especialmente en Buenos Aires. Y, además, mantiene el ejercicio de “hacer hablar a las marcas”. Llevar productos, firmas y estampas a la vía pública, lograr que la gente se interese o empatice con su propuesta a través de alguna idea, una vuelta de rosca, una mirada innovadora.
Eso hace Bruzzoni, la marca conocida. Pero, en rigor, Bruzzoni es una marca desde mucho antes de las promociones y los locales comerciales. Es una marca que tiene su cara y una historia. Un modo de hacer particular y con tintes locales, que sin embargo le valieron para abrirse camino en otra parte. Desde su modo de hablar, es un paranaense nato. Conversa a ráfagas que se interrumpen se apagan o completan su sentido con una forma de reír que integra el discurso. Es parte del sentido.
Está por cumplir 50 años en unos días, pero parece menos. Trabaja entre 10 y 12 horas por día. Está casado con Graciela y tiene tres hijos. Los sábados deja el remolino comercial en suspenso y se va a Tilcara. Ahí, de alguna manera, empezó una parte de todo. Es dirigente, entrenador, colaborador. Bruzzoni no puede parar. Entonces descansa trabajando en Tilcara.
Alguna vez fue, sin duda, el faro de la noche paranaense. Por años las fiestas organizadas por él concentraron mayor cantidad de público que cualquier otra. Su apellido resultaba garantía de éxito nocturno, aunque más allá de miles de anécdotas, lo que recuerda de esos tiempos es entrar a la tarea, por caso, un 31 a la noche 20 minutos después de las 12 y brindar por primera vez a las 11 de la mañana luego de dar por terminada una jornada laboral demasiado larga, demasiado extenuante.
“La noche es muy dura”, dirá Bruzzoni durante la charla.
Se dedicó también al turismo -fue coordinador de viajes en dos empresas- probó durante año y medio como estudiantes de ingeniería en construcción y también fue empleado bancario. Lo suyo, sin embargo, estaba en otra parte. Estaba en la acción.
El camino
Es, originariamente, del barrio Tiro Federal. Hijo de padre comerciante y madre maestra, Sergio Bruzzoni hizo la primaria entre la Escuela Centenario y la República de Entre Ríos. Junto a sus hermanos, se entusiasmó con la natación en Rowing, compitió en pileta y aguas abiertas, hasta que a los 13 años, a través de un amigo, llegó a Tilcara. Y al rugby.
Antes de eso, ya se había asomado al asunto de hacer una tarea que le permitiera sacar algunos pesos. Buscar la independencia. Lo primero fue junto a su abuelo que tenía un mercado de barrio, por Córdoba y Mitre. Le gustaba estar, ayudar, hacer algo, ser útil ahí. Después se enganchó con su padre en el tema de la impermeabilización y la pintura. Aprendió el oficio y más adelante lo hizo por cuenta propia. No tenía más de 16 años.
El otro rebusque que le dio resultados fue la venta de cohetes a fin de año. Un clásico. Una semana antes de Nochebuena y tres días previos al 31, Bruzzoni y amigos asociados se apropiaban de la esquina de Raffe, en plena Peatonal San Martín, para acaparar el mercado de la pirotecnia. Funcionaba. “Lo hicimos mucho, todos los fines de año, había que ganarse la esquina y para eso nos turnábamos para que siempre hubiera alguien, las 24 horas del día”, recuerda.
Las fiestas nocturnas para adolescentes empezaron con la idea de juntar fondos y viajar con la división de Tilcara, entre los 16 y 17 años. “Hacíamos fiestas en Zombi disco, ahí en peatonal San Martín cerca de donde está el Banco Francés. Con lo que sacamos fuimos a Salta, Tucumán y Jujuy, conocimos Tilcara que para nosotros era importante”.
De boliche en boliche
La marca de Bruzzoni en la noche de la ciudad alcanza más de una década. Bastante más. Repasemos.
Después de Zombi disco empezó otra historia que se remonta a los años 86´ y 87´: “Arrancamos a hacer fiesta en la Belle (Urquiza, entre San Martín y Buenos Aires), que ya estaba en actividad pero era medio antro y con nosotros empezó a andar bien. Me acuerdo que hacíamos las entradas con una cartulina verde grande, sellábamos, cortábamos y listo. Era todo muy artesanal. Metíamos algo más de 300 personas dos veces al mes, más o menos”.
Ya más cerca de los 90´, en un predio en Bajada Grande, que en realidad era una quinta con acceso al río, Bruzzoni y otros socios, fueron organizando lo que se llamó Portezuelo. La idea era boliche de noche y club de día, con cancha de fútbol, vóley, pileta y playa. Durante dos años hicieron la temporada de verano completa y fueron referencia de un gran sector de jóvenes de Paraná.
Al poco tiempo se inauguró Danhes, ahí donde ahora funciona el Centro Cultural Gloria Montoya y Bruzzoni participó en el impulso de un lugar que resultó emblemático en los 90´. En ese caso se dedicaba a la promoción, trabajaba con los tarjeteros, le aseguraba público al boliche.
Mientras acontecía el suceso de Danhes, se le presentó la ocasión de hacer otra experiencia: Los Faroles.
“Me acuerdo que invertimos todo para que nos fueran bien. Diez años consecutivos lo hicimos, viendo que no nos arruinaran las lluvias o alguna competencia ocasional que apareciera”.
Los Faroles fue por una década el punto de encuentro excluyente en las fiestas de fin de año, en noches que convocaban entre 5000 y hasta 8000 asistentes. El trajín del trabajo nocturno, lidiar con miles de personas, la tensión de mantener un sistema de equilibrios donde mucha gente está decidida, justamente, a perder el equilibrio, lo fue degastando.
“Yo hacía mucho hincapié de seguridad y en el servicio y la gente lo veía. Rompía mucho las pelotas con la seguridad, con la relación con la policía, la municipalidad, no éramos improvisados y por eso nunca tuvimos problemas graves”.
Una de las últimas experiencias, como cerebro de un local bailable, fue Establo, ya promediando los 90’: un boliche en pleno centro, en calle 25 de junio, donde hoy funciona un estacionamiento. Después se fue corriendo de ese plano para dedicarse a promociones y a su especialidad: el marketing de la calle.
La agencia Bruzzoni concentró las principales marcas que funcionaban en Paraná, llegó a Santa Fe y de ahí saltó a Buenos Aires. En 2001 cuando todo hizo crack, en su rubro también se sintió el estruendo.
“Nos quedamos sin trabajo, teníamos para hacer la Costa Atlántica y se cortó todo, dieron de baja todas las promociones. Después de 2 o 3 meses empezamos a recorrer los bares, a salir vender, la estructura estaba armada, así que ahí organizamos la distribución, empezamos a vender a bares y boliches, fuimos zafando. Como ya estaba la agencia, fuimos sumando distribución, agencia y arrancamos con el primer negocio en calle Ramírez”.
Bruzzoni hoy es una marca con alcance nacional y organiza un evento anual donde recibe las principales bodegas del país.
Su creador fue construyendo esa marca durante más de 30 años. Lo hizo paso a paso, como un especialista del comercio formado a cielo abierto, ya sea de día o de noche, poniendo en juego la energía de hacer, contagiar y, en lo posible, ganar.
Especialista en ofrecer, distribuir, vender y provocar instancias de diversión y esparcimiento, cuando tiene que relajar sus propias tensiones, Bruzzoni se va con su familia al sur. A la nieve. Lejos del ruido y cerca de la montaña. Entonces sí, descansa.
Julián Stoppello
De la redacción de Entre Ríos Ahora