El camino de ripio se abre justo frente al ingreso de la ciudad de Viale, donde se ve el cartel de bienvenida con la identificación instalada sobre la arcada de hierro. Hay que entrar por la derecha y andar unos 20 kilómetros. De camino pasa algún auto y un par de camionetas escupiendo piedras y polvo. Mucho polvo. Grandes nubes de polvo que por un rato difuminan el paisaje, el cielo impecable y el sol de febrero que castiga con violencia –ya pasada media mañana – y baña los campos de soja, el trigo quemado y algunos espinillos tortuosos y achaparrados. El paisaje es monótono, entre los tonos verdes de la soja y el trigo calcinado. La vista llega lejos: el monte se fue a retiro.

Se ven los sembradíos y el polvo.

Asoman, al costado del camino, algunas estancias con nombres femeninos. Pero todavía no viene el lugar más conocido de Crucesitas Séptima, más aún que la escuela de la zona o cualquier parador de campo. La Candelaria –ese es el lugar- queda unos metros después de un arroyo que fluye casi escondido, entre la vegetación de sus orillas y la que nada sobre el agua.

Se ve una gran extensión de color verde soja y un casco de estancia que dista a más de 100 metros del camino. La tranquera está cerrada y no se puede observar demasiado desde afuera. Apenas el color rosado viejo de una de las construcciones deshabitadas y los galpones de chapas del fondo. Atrás del casco apenas visible, vivió una familia de seis integrantes de la que se tuvo noticia por última vez el 13 de enero de 2002.

Crucecitas Séptima, su nombre y su lugar en el mapa, viene acompañada en cualquier evocación, desde hace 16 años, con una pregunta: ¿Qué pasó con la familia Gill?

Rubén “Mencho” Gill, en 2012 de de 55 años; su esposa Margarita Norma Gallegos, de 26, y sus hijos María Ofelia de 12, Osvaldo José de 9, Sofía Margarita de 6 y Carlos Daniel de 2, fueron vistos por última vez  en el velorio de un amigo de la familia, el 13 de enero de 2002, en Viale, a treinta kilómetros de este campo en el que vivían y donde el hombre trabajaba como peón. El lugar era propiedad de Francisco Goette, sobre quien se ciñen las sospechas acerca de la misteriosa desaparición de una familia completa. Pero Goette murió en 2016 a raíz de un accidente de tránsito y estas tierras –dirá en un momento el abogado de la familia- se arriendan. Por eso vino el letrado hasta aquí esta mañana, para evitar daños en la soja y asegurar que el procedimiento se ajuste a derecho.

A unos 600 metros del casco de la estancia, se opera la búsqueda que tiene por objeto dar respuesta al interrogante que la Justicia no ha podido resolver en todo este tiempo. Hay que caminar por entre la soja, avanzar en el campo sin mucha guía.

“Ojo con las yarará”, alerta un hombre en la entrada.

Se ven algunos vehículos, detenidos entre la soja, en el lugar exacto donde un testigo dijo haber visto a “Mencho” Gill cavando un pozo algunos días antes de su desaparición.

El hombre que señaló el lugar donde ahora se realiza la búsqueda y otro rincón más del campo -donde se seguirá la tarea en caso de no hallar nada aquí- es Armando Nanni, un contratista rural de Tabossi, que supo realizar trabajos de siembra en el campo de Goette y que conocía a “Mencho” Gill. Nanni dio los datos que reanimaron la búsqueda de la familia Gill. Lo hizo luego de la muerte de Goette.

Hay un móvil policial, una camioneta, otro auto, un móvil de TV y una docena de personas que se reparten en una especie de semicírculo flanqueado por una sombrilla amplia y un gacebo. En el medio está el hoyo. El hoyo donde se buscan restos de la familia Gill. En rigor, lo que hallaron esta mañana en el lugar indicado es un pozo de agua, de gran profundidad.

¿Podrá ser ese el lugar?

Debajo del gacebo está Osvaldo Gill, uno de los hermanos de “Mencho”, acompañado por un policía retirado que dice haber estado en el caso “desde el minuto cero”. Hay un agente, además, que toma nota del procedimiento. Pregunta al personal que trabaja qué van a hacer, qué equipo se utilizará ahora, cosas por el estilo.

La firma encargada de la exploración se llama Natalio Giménez. Llevan unos cascos azules y tratan de ver qué hay en el fondo de ese pozo de agua, además de barro. Traen un guinche, calculan. Necesitan quitar barro para seguir trabajando. Debajo de la sombrilla, con sombrero ligero de ala ancha, espera el médico forense.

El juez de Garantías y Transición de Nogoyá, Gustavo Acosta, observa el procedimiento y reconoce que las expectativas “son moderadas”. Lo que no tiene nada de moderación es el sol ya casi vertical. El policía debajo del gacebo convida agua con una jarra de metal a quien se acerque a realizar alguna consulta. El abogado de la familia Goette intenta detener las cámaras, se queja de los autos que pisan la soja, recuerda que el campo está arrendado y luego se dedica a una llamada telefónica. Aquí casi no hay señal.

“Estoy cansada, muy cansada”, repite Adelia, la madre de Margarita  Gallegos. Lleva unos anteojos negros a modo de vincha sobre el cabello y varias cadenitas colgadas al cuello. Una se corona con la imagen de la Virgen, otra con el rostro del Che Guevara. La acompaña una de sus nietas. Ella cree que Nanni dio un dato muy claro, verdadero. Ella cree. Ya vinieron antes a este campo. Adelia lo conoce porque trabajó aquí y Nanni le dijo que «Mencho» cavaba por esta zona cuando lo vio y detrás del arroyo otra vez.

La imagen, repetida, de «Mencho» Gill cavando aquel día y la idea de que toda la familia haya terminado adentro de ese pozo, fue la que decidió a Nanni a contar lo que sabía, una vez muerto el hombre sobre el que llovía, incesante, la sospecha.

Ya falta menos de 15 minutos para el mediodía. Las grietas que se ven en la tierra dan sed. Hay parte de la soja que viró al amarillo o está directamente quemada. Los familiares de los Gill no se mueven del lugar. Esperan terminar con 16 años de pesadillas. Por eso siguen alrededor del hoyo. El sol quema y observada desde algún otro ángulo, la escena no parece del todo real: una docena de personas rodeando a unos excavadores que buscan restos humanos en un pozo de agua en medio de un campo de soja. ¿Suena irreal? No menos que la desaparición de una familia completa, de un día para el otro y sin dejar un solo rastro. No menos que la ausencia de una respuesta lógica de la Justicia durante 16 años.

“Estoy cansada”, dice Adelia. Y eso es verdad.

Julián Stoppello

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.