-Si tendría que definirlo, diría que es un psicópata y un manipulador.
Francisco Albarenque ahora tiene 36 años, es profesor de Inglés, acaba de bajar de un colectivo que lo devolvió de unas minivaciones en Misiones y se entrega a una charla relajada. De quien habla es del arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari.
Cuando fue adolescente, a los 15 años, pensó que podía ser cura. Se anotó en el Seminario Arquidiocesano de Paraná y ahí estuvo hasta los 21. No fue cura, pero su búsqueda siguió. Viajó varias veces a Córdoba a compartir experiencias de vida comunitaria asceta con los cartujos, pero de momento la vida monacal no está en su proyecto de vida. «Pero, ojo, no me cierro. No sé», aclara.
Cuando fue seminarista, entre 1998 y 2003, tuvo como director espiritual al hoy arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari, Esa relación cercana lo impulsó a acudir por su ayuda cuando en su familia comenzaron a observar comportamientos extraños en su hermana, Silvia Albarenque, monja carmelita en el convento de Nogoyá.
Luisa Toledo, priora entre 2008 y 2016 del Monasterio de la Preciosísima Sangre y Nuestra Señora del Carmen, de Nogoyá, había convertido una casa de monjas contemplativas en una sucursal del infierno. Imponía sus reglas, cercenaba lazos familiares, obligaba a sacrificios que bordeaban los tormentos. La Justicia abrió una investigación en 2016 y en 2019 sometió a juicio a Toledo, que el 5 de julio último fue condenada a 3 años de cárcel al habérsela hallado culpable del delito de privación ilegítima de la libertad.
El padre de Silvia Albarenque pronto fue persona no grata en aquel convento de Toledo. Le impidieron seguir viendo a su hija por su situación marital: era un divorciado vuelto a casar.
-Tampoco a mi hermano le permitían contacto porque era padre soltero. Y a mi hermana le ponían reparo porque trabajaba los domingos. O sea, era cada vez más reducido el círculo de los familiares que tenían contacto con Silvia. Y el contacto era escueto, a través de una reja, con dos monjas escuchas. También las cartas que escribía mi hermana eran leídas por las superioras. Además, las cartas que salían del convento no siempre eran de Silvia, sino dictadas por las superioras.
Antes de hablar con Puiggari, Francisco Albarenque puso al corriente de lo que ocurría en el convento al arzobispo Mario Maulión, en 2008. Lo escuchó Maulión, le preguntó detalles y le pidió que le escribiera un informe. Le escribió un informe y se lo envió por correo electrónico. Nunca Maulión respondió nada.
Ninguno: ni Maulión ni Puiggari hizo nada. Eso dice Francisco Albarenque.
Silvia Albarenque salió exclaustrada del convento en abril de 2013, luego de batallar con la priora por su salida, tras haber soportado los tormentos más infames.
-Mi hermana sale en 2013 de una forma muy irregular. Una carmelita puede salir exclaustrada, puede pedir el indulto, salir por un tratamiento medico, pero por la forma en que sale no encaja en ninguna de esas figuras. Esto fue advertido por el párroco de ese momento en nuestro pueblo, María Grande, Mariano Martínez. Lo llamó al obispo (Puiggari), y preguntó en calidad de qué estaba la monja en María Grande. Martínez la ayudó mucho a mi hermana, la acercó al obispo, y no bien salió del convento le pidió que escribiera todo lo que había soportado. Leyendo eso que escribió mi hermana me enteré del castigo de la mordaza. Yo sabía del cilicio y el flagelo, pero no sabía de la mordaza, y no sabía que el cilicio era usado como un elemento de castigo. Es cierto que estas penitencias existen en la tradición católica, pero nunca como elemento de castigo, sino como un elemento de autoflagelación elegido en forma libre. Pero lo de la mordaza en la boca nunca había escuchado antes. Hasta una semana llegó a estar con la mordaza en la boca, en actos comunitarios y en el recreo. Algo totalmente humillante.
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En 2015, Francisco Albarenque historió lo que ocurrió con su hermana en el monasterio carmelita de Nogoyá y la nula intervención que tuvo la Iglesia de Paraná.
«En octubre de 2008, preocupado por mi hermana, había hablado con Monseñor Maulión, en dos audiencias. Me pidió que escriba en detalle todo lo que le conté, escrito del que no guardé copia con un sello de “recibido”. Dudo que haya una copia en el archivo del Arzobispado; Monseñor Puiggari (una vez arzobispo) me dijo que no sabía de ese escrito. Con él también mantuve dos audiencias, la última muy tensa, creo que en agosto de 2013. En un momento le dije: “Por el momento no pienso ir a la prensa por respeto a mi hermana”. Me contestó algo que me dejó muy sorprendido: “No, Francisco, ahora todo el mundo recurre a la prensa… Fijate que por culpa de la prensa ahora el Seminario menor está por cerrar”. Al respecto, es importante notar que en toda institución, tácita o explícitamente, existen tres poderes. Y cuando estos poderes no funcionan correctamente, es el cuarto poder el que aceita los engranajes de los otros tres. Es por eso que recurro a la prensa, sería irresponsable de mi parte no hacerlo si está a mi alcance».
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De Puiggari guarda ahora un recuerdo amargo.
-De quinto año de secundaria hasta que salí del Seminario, Puiggari fue mi director espiritual. Con lo de mi hermana, conocí las dos caras de Puiggari. Al principio, era muy paternal, comprensivo, me ayudó mucho. Pero no fue así con el tema de mi hermana. Una vez me comparó la situación del convento con un gallinero. «Son gallinas, que les tirás un poquito de maíz y hacen lío», decía. Me naturalizaba todo. Eligió naturalizar todo y no intervenir. En 2013, después de que sale mi hermana del convento, me reúno con Puiggari. Fue una charla amena. Salí optimista porque me dijo que nos iba a ayudar. Esa vez dijo que no había leído el informe que yo le presenté a Maulión, que no estaba. Entonces le envié una copia por correo, pero nunca recibí respuesta. Mariano Martínez (excura en María Grande, NdelR) charló con el obispo y Puiggari le dijo que yo exageraba. Después le pedí otra charla, y fue distinto el clima. Esa vez le dije que no iba a la prensa a contar lo que pasaba en el convento por respeto a mi hermana. Y Puiggari me contestó que con la prensa no tenía que meterme. Que por culpa de la prensa, que trató el caso Ilarraz, el Seminario Menor se había quedado sin seminaristas y que por eso tuvo que cerrarse.
-¿Cómo definirías a Puiggari?
-Si tendría que definirlo, diría que es un psicópata y un manipulador. Cuando me contó lo de la prensa y el Seminario me hizo un click y me di cuenta de que estaba frente a una persona con total incomunicación con la realidad. La culpa de todo era de la prensa. Yo había hablado con Maulión y hablé con Puiggari y ninguno hizo nada. Cuando Toledo estuvo en el monasterio tuvo un poder absoluto, y eso en parte fue gracias a Puiggari y los demás obispos que no hicieron nada, no intervinieron. Toledo fue condenada justamente porque es una persona perversa. Pero es un chivo expiatoria. Hay una persona atrás que controlaba todo. El que tuvo que inspeccionar y no lo hizo.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.