La causa contra el exarzobispo de Santa Fe, Edgardo Gabriel Storni, fallecido en 2012, finalmente tuvo una definición en la Justicia Civil. La jueza Beatriz Forno de Piedrabuena, del Juzgado de Primera Instancian de Distrito en lo Civil y Comercial Nº3, condenó a los herederos de Storni y al Arzobispado de Santa Fe por daños y perjuicios a pagar la suma de $756.000, en favor del exseminarista Rubén Descalzo, quien denunció a Storni por acosarlo en los años noventa.
Storni había sido condenado a ocho años de prisión por abuso sexual agravado en 2009; pero luego, en 2011, la Cámara de Apelación Penal de Santa Fe declaró la nulidad de la sentencia, según publica el diario Uno de Santa Fe.
La investigación sobre los abusos de Storni empezó, de modo silenciosa, en la residencia episcopal de la Costanera alta, en Paraná. La inició monseñor José María Arancibia, y el entonces arzobispo Estanislao Karlic prestó su casa para que allí fueran a declarar las víctimas.
En 1994, un poco más de una década después de haber sido designado Karlic por el Papa Juan Pablo II como arzobispo coadjutor de Paraná y administrador apostólico, la apacible residencia episcopal de la Costanera baja, fue sacudida durante varios días por un constante ir y venir de caras extrañas.
El Vaticano había encargado al arzobispo de Mendoza, José María Arancibia, una misión delicada: investigar las denuncias por abuso sexual sobre seminaristas que pesaban sobre el entonces arzobispo Storni. Para escuchar los desgarradores testimonios, Arancibia pidió a Karlic ocupar uno de los despachos de la residencia.
Fueron escasísimos los testigos de aquella faena que llevó adelante Arancibia: apenas dos sacerdotes de la Curia local, y el propio Karlic. Aunque entonces nada se sabía del trámite que se llevaba adelante.
En ese clima de resguardo, Arancibia cumplió su misión, que se extendió hasta finales de 1994, y sus resultados fueron elevados a Roma.
Pero de aquella investigación, y de los testimonios recogidos, no se tuvieron noticias hasta que en agosto de 2002 se conocieron a partir de la presentación del libro “Nuestra Santa Madre”, de Olga Wornat, quien le dedicó un capítulo especial a la Iglesia santafesina.
Se había basado en el informe Arancibia, que recopiló las declaraciones de 49 testigos, entre seminaristas, laicos, sacerdotes y hasta el ex juez Federal Raúl Dalla Fontana. Un juez intervino al tomar conocimiento de los hechos, y procesó a Storni por abuso sexual.

ACOSOS EN CORDOBA.
La estancia de veraneo Los Algarrobos, ubicada en la localidad cordobesa de Santa Rosa de Calamuchita, fue uno de los lugares donde se consumó el escándalo, pero no el único: el arzobispo Storni también acosó a seminaristas jóvenes, a veces desvalidos, a veces envueltos en crisis familiares, en su propio despacho del Arzobispado, y también el Seminario Nuestra Señora Madre de Santa Fe de la Vera Cruz.
Tres casos llegaron al punto de la denuncia judicial: los que llevaron adelante los exseminaristas Martín Lascurrain, Pablo Ordano, y Rubén Descalzo. Aunque finalmente la Justicia de Santa Fe se basa en este último para condenar a Storni. En su testimonio, Descalzo contó que a fines de enero de 1993, luego de fallecer su madre, recurrió a Storni para comunicarle que no tenía intención de ir a Santa Rosa de Calamuchita, a lo cual Storni le pidió que fuera a verlo al Arzorbispado para seguir la conversación.
Allí, lo hizo pasar a su despacho, y luego de darle razones de por qué le resultaba conveniente viajar a la estancia de verano de la Curia en Córdoba, comenzó a acosarlo: según la jueza de Sentencia Nº 2, María Amalia Mascheroni, que lo condenó a ocho años de prisión por el delito de “abuso sexual agravado”, quedó acreditado que “El rosadito”, el apelativo con el que lo da a conocer Olga Wornat en su libro, “convocó a la sede del Arzobispado en febrero de 1993 al seminarista Rubén Alejandro Descalzo para tratar cuestiones de índole personal. Que en dicha circunstancia y estando a solas con él, efectuó sobre el cuerpo del seminarista abrazos, besos y apretones contra su cuerpo, haciéndole sentir el roce de sus partes íntimas, actos de contenido sexual tendientes a mantener relaciones sexuales con el mismo. Que ello se produjo cuando el imputado se encontraba en pleno ejercicio de su ministerio sacerdotal, como Arzobispo de la Arquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz, en su carácter de máximo representante de la Iglesia santafesina y autoridad del Seminario Nuestra Señora”.
Martín Lascurrain sería otro de los seminaristas acosados, en Calamuchita. Según el testimonio de la causa judicial, en enero de 1992, en la estancia de descanso de Córdoba, y en oportunidad de acercarse a Storni para que le bendijera un crucifijo, éste “lo sujeta fuertemente con su mano, mientras le sonreía, se apoya sobre su cuello ininterrumpidamente, en una forma loca, mientras le sujetaba fuertemente la cintura, el declarante sorprendido y con asco, saca intempestivamente su cuerpo para un costado tratando de zafar de la situación, al mismo tiempo que le pregunta si se sentía bien”.
Lascurrain le comentó lo sucedido al fallecido sacerdote José Guntern, y éste redactó una carta dirigida a Storni, en la que le reprocha el “desliz”, aunque después, en agosto de 2002, hizo público el hecho a través de los micrófonos de LT10. Rápidamente, la Curia procuró acallar las habladurías, y convocó a Guntern para que, en acta firmada bajo coacción, según después denunció en sede judicial, se desdijera de lo que había dicho por radio. Aunque ya la suerte de Storni estaba echada: con dos denuncias judiciales en su contra, y un libro en la calle que retrataba con pelos y señales de qué modo había pretendido abusar de jóvenes seminaristas, en la primavera de 2002 presentó su dimisión al Vaticano.

Ricardo Leguizamón
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.
En Twitter: @ricleguizamon