La Cámara de Casación Penal confirmó hoy la condena a 3 años de prisión que le aplicó en 2019 el Tribunal de Juicios y Apelaciones de Gualeguay a la monja Luisa Toledo, expriora del convento carmelita de Nogoyá por el delito de privación ilegítima de la libertad doblemente calificada, por uso de violencia y por su extensión en el tiempo, en perjuicio de dos religiosas, Silvia Albarenque y Roxana Peña.
Al llegar a Casación, Miguel Cullen, defensor junto a Guillermo Vartorelli de la religiosa, señaló que «la sentencia contiene contradicciones entre los hechos reales sustanciales y lo que termina decidiendo cuando aplica la norma, es decir se contradice en sus propios términos». La defensa de la monja planteó que el juzgamiento de las conductas de Luisa Toledo «importa inmiscuirse en cuestiones internas de la iglesia, el fallo no respeta la libertad de culto consagrada por la Constitución Nacional -ya que interpreta, reinterpreta y reescribe las normas eclesiásticas- y esa fue la gran discusión que se dio durante todo el trámite de este proceso, en el que lo que se puso en juego fueron las normas de los monasterios de clausura como los regula la Iglesia Católica».
En su voto, la vocal Marcela Davite -al que adhirieron Marcela Badano y Hugo Perotti- sostiene: «Quedó claro en la sentencia que la imputada prohibía, restringía y controlaba las visitas y evitaba así que se diera un marco de confianza en el cual pudieran manifestar su deseo de irse; no le daba los medios para realizar un pedido formal; ocultaba los pedidos, no les daba tratamiento y las castigaba hasta el punto tal de quebrar su voluntad». Y apuntó que «el comportamiento de Toledo no era un exceso de una conducta autorizada en las normas del carmelo, sino castigos que no podía imponer y que cada uno de ellos constituían privaciones ilegítimas de libertad que a su vez se daban -y agravaban- dentro del marco general de privación ilegítima de libertad configurado por la imposición de permanecer en el convento».
«Debe recordarse que justamente lo que ni Peña ni Albarenque podían hacer era desobedecer, no sólo porque habían hecho un voto de obediencia y porque Toledo había quebrantado su voluntad, sino porque estaban vigiladas todo el tiempo. Prueba de ello, es que Toledo se enteró de la ausencia de Peña a los pocos minutos de que había logrado escapar», señala la magistrada en un tramo turbador sobre una casa religiosa.
En ese sentido, Davite señaló: «La Iglesia Católica no avala el despliegue de conductas como las de Toledo, por ello apenas se supo lo que ocurría en el Carmelo la imputada fue destituida. Los sacerdotes y las monjas que declararon en el juicio, incluso el presbítero (Mauricio) Landra -especialista en Derecho Canónico- dejaron en claro que la normatividad religiosa prohíbe este tipo de comportamientos tortuosos y violatorios de la libertad. La privación de libertad llevada a cabo por la imputada consistió en que actuó en contra de la voluntad de las víctimas, porque durante los años de cautiverio no estuvieron allí para servir a Dios ni para entregar sus vidas para la salvación de nuestras almas como dijo la Defensa. Estuvieron allí cumpliendo obligadamente la voluntad de Luisa Toledo, que era muy diferente a la de ellas mismas y a la de la fundadora de las Carmelitas conforme puede leerse en las constituciones y ceremoniales, de donde surge que la entrega a Dios y al prójimo es un acto de libertad, porque sin libertad no es posible el amor».
Casación Monja Toledo by Entre Ríos Ahora
La condena
El 5 de julio, la monja Luisa Ester Toledo, expriora del convento carmelita de Nogoyá, fue condenada a la pena de 3 años de prisión de cumplimiento efectivo en la Unidad Penal N° 6 de Paraná. El Tribunal de Juicio y Apelaciones de Gualeguay la halló culpable del delito de privación ilegítima de la libertad en perjuicio de las excarmelitas Silvia Albarenque y Roxana Peña, a quienes durante años impidió la salida del Carmelo, y a las que sometió a la aplicación de violencia, amenazas y tormentos que no estaban establecidos en las constituciones de la orden religiosa.

Cuando emitió el fallo, el el tribunal de Gualeguay había morigerado la pena que había pedido el Ministerio Público Fiscal, 6 años y medio, por cuanto consideró la avanzada edad de Toledo, su estado de salud y el hecho de haber vivido casi toda su vida enclaustrada en un convento. En su resolución, desechó los argumentos de la defensa, y consideró probados los hechos –el convento convertido en una cárcel “inexpugnable”, con cámaras de seguridad, cerco perimetral de alambre de púa y vidrio molido, muchas puertas con llaves, la existencia de vigilancia en el “locutorio”, el lugar donde las religiosas del claustro recibían visitas-, y condenó a la monja por el delito de privación ilegítima de la libertad agravada bajo la utilización de violencia y amenazas
En su descargo, Toledo se definió como una mujer que pasó toda su vida en una casa religiosa. «Yo no viví: viví toda mi vida en un colegio donde teníamos misa todos los días y nos confesábamos toda la semana. Fue una vida muy santa la que tuve la gracia de vivir, a pesar de que no tuve a mi padre, ni a mi madre ni a mi hermana”, dijo.
Luisa Toledo habló ante el tribunal que primero la juzgó y después la condenó a 3 años de cárcel, el 5 de julio último, bajo el cargo de privación ilegítima de la libertad agravada. “Quiero declarar. No tengo nada que ocultar”, dijo.
Negó, de plano, haber aplicado tormentos a las dos monjas que la denunciaron ante la Justicia, Roxana Peña y Silvia Albarenque, y aseguró que siempre se ciñó a lo que establecen las constituciones de la orden de las carmelitas descalzas, “aprobadas” por el extinto papa Juan Pablo II. “Nunca actué de esa manera”, aseguró, al negar la aplicación de tormentos en la casa religiosa.
Su rol en el convento carmelita de Nogoyá, dijo Toledo ante el Tribunal de Juicios y Apelaciones de Gualeguay, fue el de priora a partir de 2008, cuando resultó elegida por votación de las religiosas, y la priora, “así dice la constitución, es una madre, y la madre tiene que estar pendiente de cada hija, de todo lo que le pasa”. Y relató que la aplicación de cilicio entre las carmelitas –una forma de autoflagelarse- está previsto en las reglamentaciones de la orden religiosa. “Están los días, están los salmos con que se toman, y se toman en un lugar muy privado, y cada una se lo tiene que dar, es un acto de penitencia que nosotros hacemos por la iglesia, por la salvación de las almas, nosotros entregamos nuestras vidas libremente”, aseguró.
También explicó que cada monja sabe, al ingresar al convento, de qué va la vida en el interior. “Cada hermana sabe lo que le toca vivir y lo hace con amor, porque nadie está obligada y no entra nadie menor de edad. Si ingresa, ingresa con autorización de sus padres. Nadie está obligada a vivir esa vida. Sabemos todo lo que tenemos que vivir, y esa penitencia la hacemos con mucho amor y mucha entrega, y cada una -le vuelvo a decir-, el cilicio se lo coloca cada hermana y en su habitación, en privado, para decirle más, para tomar una disciplina o llevar un cilicio extra tiene que ir a la madre superiora, y la madre superiora, como le decía, como madre, tiene que ver si esa hermana está con fiebre, está engripada, si no se siente bien. Tiene que ver todo eso para decirle: ´No, hermana, supla con una oración, porque eso le va a hacer mal´. Yo nunca puedo, nunca una religiosa, una superiora puede tomar una disciplina. Además, es algo que no lastima nada, no lastima, y ya le digo: cada una se la da, se la da como quiere, si quiere se toca y si quiere no se toca, se la da cada una, yo no puedo ir porque es una falta de pudor si yo voy a dársela a otra hermana. Lo mismo el cilicio. Son cosas muy delicadas, muy delicadas de cada persona. Es algo de mucho pudor. En el Carmelo se cuida mucho eso. No hay, como me acusan a mí, que soy torturadora, no, jamás, tengo que decir delante de Dios que no torturé a nadie. Si yo hubiera torturado a alguien, yo misma me hubiera acusado. Por eso yo quise venir a este juicio, les pedí a los médicos que me permitieran, yo no puedo ocultar nada”.
Toledo aseguró más adelante: “entregó su vida a la Iglesia”, y negó que haya cometido el delito de privación de la libertad. Dirigiéndose al tribunal, invitó a los jueces: “Ingresen ustedes al Carmelo, (y verán) lo que es la felicidad del Carmelo. Las llaves están colgadas a la mano de todas. Cualquier hermana puede tomar la llaves, aunque la constitución dice que la llave de entrada la tiene que tener, una, la priora, la madre, y la otra, la madre tornera (…) Yo nunca la privé (de la libertad) a la hermana, a ninguna de las dos”.
Contó después cuál es el trámite para la exclaustración de la monja que quiera irse del Carmelo y de qué modo se consigue la dispensa del Papa para dejar de pertenecer al mundo religioso. Negó que haya encerrado a una religiosa en su celda y le haya privado de la comida. “Jamás hice eso yo -aseveró. Yo me maté cuidando a esa comunidad. Dos hermanas murieron en mis brazos”.
Según su descripción, esas dos monjas murieron con olor de santidad. “Yo la cuidé todo, todo, con transfusión de sangre, con barbijo, con todo. Le ponía las inyecciones, yo me hice cargo de esa hermana, murió con nosotros santamente. Después, la madre fundadora también, que fue una muerta tan santa, pero también yo cargué con toda esa enfermedad. Si yo hubiera sido torturadora y no hubiera cuidado a las hermanas no hubiera muerto como murieron estas dos hermanas fundadoras”.
“No puedo mentir delante de ustedes –les dijo a los jueces-, pero no puedo mentir delante de Dios y de mi madre del Carmen. No puedo mentir. La mentira me va a hundir al infierno. En cambio, la verdad me lleva al cielo. Perdónenme que les diga esto, pero no puedo mentir. Yo tengo que decir la verdad de lo que viví en el Carmelo y lo que hice en el Carmelo. Me desviví por cada hermana”.
Al recordar su vida religiosa, contó que fue “llamada” cuando tenía 10 años pero que entonces no le permitieron sumarse a las monjas de la Divina Providencia. “Yo estuve en un colegio de hermanas, y la madre me quería mucho.Yo cuidaba a todas las chicas, 200 chicas. A los diez años, cuidaba de más de 200 chicas, mucho más grandes que yo”, reveló.
De modo que su pase a la vida en el claustro no fue un gran cambio. “Cuando ingresé al Carmelo, no necesité mucho saber (…) De chiquita viví lo que es la vida religiosa, lo que estoy viviendo hoy en el Carmelo. No fue un cambio, porque sinceramente, les digo, no tuve mundo. Yo no viví: viví toda mi vida en un colegio donde teníamos misa todos los días y nos confesábamos toda la semana. Fue una vida muy santa la que tuve la gracia de vivir, a pesar de que no tuve a mi padre, ni a mi madre ni a mi hermana”.
Después, abundó en la santidad de las carmelitas que la formaron y de los supuestos milagros ocurridos. Toledo ingresó al Carmelo de Concordia, “estando como priora la Madre María Imelda de la Eucaristía y maestra de novicia, María de los Angeles. Dos santas”.
María de los Angeles, contó, que fue fundador del convento de Nogoyá, es la milagrera. “Yo viví 35 años con ella y sinceramente tiene tres milagros para hacerse santa. Eso lo recibí yo estando en el convento de Nogoyá. El primero fue un niño que sanó estando en el Hospital de Niños de Paraná, donde se invocó a la Madre María de los Angeles, y ese niño se sanó. Y después, una señora que iba todos los días a misa al Convento, que sufría depresión hacía 20 años y esa señora había concurrido a muchos médicos y no había podido lograr su salud. Cuando muere la madre, ella le pide esta gracia, y al año siguiente ella me lleva, me habla, me va a ver a mí y me dice: ´Hermana, vengo a contarle algo. El día que muere la Madre María de los Ángeles yo le pido que me cure de la depresión y hoy puedo decirle delante de los médicos que estoy curada´.
En el convento de Nogoyá, aseveró ante los jueces, no hay disciplina ni castigos sino amor. “No existe la penitencia en el Carmelo: existe el amor”, dijo.
De Silvia Albarenque dice que el problema fue una cuestión de salud. “Ella tenía problemas de salud”, explicó a modo de justificación de sus actos. Y por primera vez lo involucró al arzobispo Juan Alberto Puiggari. “Yo hablé con el señor obispo. Lo llamé al convento. Le expresé todo al señor obispo, y el señor obispo me dijo:´Sí, está bien madre, llame a su mamá, hable con su mamá´. Yo la llamé a la mamá, hablé con su mamá primero y luego la mamá la fue a buscar con sus dos hermanos Francisco y no me acuerdo del otro, que siempre lo tengo en mis oraciones, Marcelo, entonces la llevaron con la condición como me había dicho el señor obispo, para que ella se pudiera atender con el psicólogo y el psiquiatra que eran de Paraná, y luego volver al Carmelo”.
De Roxana Peña dijo que fue una religiosa “que siempre tuvo dudas” de la vida de enclaustramiento. Dijo que le escribía “papelitos” pidiéndole salir, luego quedarse, y así. Hasta que un día escribió una carta formal, pero Toledo entendió que no estaba redactada de la mejor manera. “Nunca me escribió la carta formal como se debe hacer, como dicen nuestras constituciones para salir bien. Si ella quería salir bien, era eso, nada más que escribir esa carta, y no estar haciendo todos los días cambios, yo creo que en cualquier trabajo, en cualquier institución yo no puedo ir decir hoy voy para acá, mañana para acá, hoy llévenme para allá, hoy, no se puede, creo que hay tener una seriedad, ¿no?”,
La causa contra Toledo se abrió en 2016 y ese año fue apartada de su función de priora del convento de Nogoyá, hasta 2019, que fue condenada. “Tres años afuera no saben lo que es el sufrimiento mío. De estar tres años afuera de un Carmelo después de 40 años, yo tranquilamente hubiera podido hacer una carta y decir me mando a mudar, pero no puedo porque es mi vida, la vida religiosa, es mi vida que yo entregué para sacrificarme para entregar mi cuerpo por las almas”, contó.
Toledo aseguró que Puiggari nunca le manifestó ninguna queja tampoco. “El obispo nunca me dijo nada. Nunca me advirtió ni me dijo nada. Monseñor iba con frecuencia al Carmelo (…) siempre estaba informado porque nosotros continuamente lo informábamos, estábamos con él, además, por medio de los confesores que tenían una unión porque uno de los confesores vivía en Paraná con monseñor, así que continuamente él tenía información de cómo iba la comunidad y todo; el confesor era el padre Javier Balcar”, recordó.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.