Nico tiene ahora 10 años. Cumplió 10 años el lunes 16, pero festejó a medias.
Ese día su papá Fabián Schunk ingresó a las ocho y media de la mañana a una sala desangelada del edificio de Tribunales y esperó una eternidad: cuatro horas. Ese tiempo vacío y oscuro, como un desierto sin límites: esperar sin tiempo.
El lunes, Fabián Schunk declaró en el juicio al cura Justo José Ilarraz, a quien denunció en la Justicia en 2012 por haber abusado de él cuando era un adolescente, pocos años más grande que Nico, mientras estaba como pupilo en el Seminario de Paraná.
Lo denunció porque su mujer, Mónica Sacks, mordió la bronca cuando lo supo y le dijo aquella frase que jamás nunca olvidó: «Tenés que denunciarlo: mirá si eso mismo le pasa a Nico».
En 2012, cuando se sentó por primera vez ante una jueza a contar lo que soportó en el Seminario lo apabulló el pudor. Lo envalentonó su mujer, siempre, en todo el camino que recorrió el caso en la Justicia. «De no haber sido por ella, no hubiese denunciado -dijo en la Justicia en 2012-. Tuve que vencer muchas cosas. Mi mamá, hasta el día de hoy, no sabe nada de los hechos y cree que soy testigo de la causa».
Dejó atrás todo eso.
Fabián Schunk es la voz y el rostro aquí de la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico, y pilar clave en la acusación contra el cura Ilarraz. Es papá de Nico y de Sofía, esposo de Mónica, hijo de Apolonia, profesor de Ética y Psicología en la Escuela Provincia de Neuquén, exsacerdote. Sus dos hijos saben lo que pasó en el Seminario: se lo explicaron los papás. Apolonia, su mamá, empezó a enterarse por lo que dijo la tele en los últimos días.
«Te vi en canal 11 recién. Bravo. Ese es mi hijo», le escribió por whatsapp Apolonia. Fue el lunes, cumpleaños de Nico, el día que tuvo que declarar en Tribunales.
Cuando leyó el mensaje, Fabián Schunk había terminado de declarar: tenía el cuerpo laxo, la mirada enrojecida, y no paraba de hablar con todos. «Orgulloso de vos por dar la cara, que se enteren todos en Paraná, que lo miran mucho a canal 11 por ese mal parido de Ilarraz», le dijo su madre. Lo leyó en la pantalla del celular, lo mostró, y dijo: «Mi vieja».
Varias veces contó lo que su madre supo el lunes por la tele.
El 22 de octubre de 2017, escribió: «Esa última vez que se sentó en mi cama, una noche, tarde, me dijo: `No basta que seas bueno, tienes que ser muy bueno´.
Fueron sus palabras frente a mi negativa a su intento de abuso.
Fue también la última vez de muchas cosas: de jugar en su equipo, de entrar a su habitación, de formar parte de su pergeñada trama de corrupción.
Y a partir de de ese momento, comenzaron en mi mente, como en la mente de muchos de mis compañeros, un sinfín de inseguridades, vergüenzas, miedos a tomar una decisión, pesadillas nocturnas y el llanto escondido, ahogado, para que nadie supiera, ni sospechara siquiera, que algo estábamos padeciendo.
Ya pasaron casi 30 años de aquella noche.
En el medio, la vida que muchos no soñamos vivir.
La vida que nuestros padres no pensaron para nosotros cuando nos dejaron en el Seminario en las manos de aquellos sacerdotes que ellos esperaban que nos cuidarían.
Ahora, ese tiempo de espera llega a su fin.»
El lunes 16 Nico Schunk estaba sentado en la escalera de su casa: era el día de su cumpleaños y tenía una mirada rara. Su mamá Mónica se sentó junto a él y hablaron: le contó qué había pasado con su papá cuando tenía dos años más que él y era pupilo en el Seminario Arquidiocesano.
Nico escuchó. Preguntó. Después, dijo:
«Ese tipo tiene que estar preso».
Este miércoles, Fabián Schunk leyó uno de los tantos mensajes que recibe a diario en su celular. Es el mensaje de Margarita, una exalumna de la Escuela Neuquén.
«Leí la nota que le hicieron, no quisiera incomodarlo, sino que quería saber si quería y podía visitarlo en la escuela. Usted estuvo para mí y me ayudó a crecer, mínimo quisiera ir a verlo y darle un abrazo en este momento que está pasando».
Ricardo Leguizamón
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.