-Debo ser yo. No sé manejar estos aparatos y seguro algo hice mal.

Está parado bajo un sol indolente, un día de febrero, y espera en vano que el colectivo aparezca en esa esquina. Ahí, en esa esquina, un número escrito en la vereda indica que por ese lugar para el colectivo.

Es una parada ad hoc.

No hay garita, ni una señal más o menos indicativa de algo. Hay que moverse por intuición, sentido común, costumbre.

¿Acá para el 10?

Pulsa el celular, busca la aplicación para enterarse en qué momento pasa el próximo coche pero la información que le devuelve la pantalla lo turba: las únicas paradas a la vista están a 15 cuadras. Se angustia, pero se queda: parado, un día de calor asfixiante, guarecido bajo un sauce mañoso y raleado.

Se queda parado en ese lugar.

En algún momento pasará -piensa-: no me queda otra.

El lunes fue un día de furia en las calles de la ciudad.

El martes también.

Durante esos días, y los que siguieron, en una cuenta a la deriva, el servicio de colectivos colpasó: los empresarios sacaron unidades de servicio, y las esperas fueron eternas.

Una maniobra conocida, reclamar por la suba del boleto, con los usuarios en el medio.

«No son nuevas las ganancias extraordinarias que pretende la empresa prestadora, Buses Paraná. Los/as responsables de costos de todas las partes reconocieron la rentabilidad extraordinaria durante 2018, la cual ascendía a más de 80 millones de pesos por encima de la rentabilidad que debe obtener una empresa que presta un servicio público. No pueden hacer a la ciudadanía de Paraná rehén de la crisis institucional y política a la cual han llevado al municipio de Paraná. El gobierno de Cambiemos encabezado por Sergio Varisco y las decisiones del gobierno nacional de quitar los subsidios al transporte, no hacen más que desordenar la vida de los y las paranaenses», escribió en Facebook la concejal justicialista Stefanía Cora.

Pueden. Y lo hicieron de nuevo. Otra vez. Con Cambiemos y con quien esté en el gobierno de la ciudad. La lógica empresaria es así.

***

 

Es casi mediodía y la cuadra de calle 25 de Mayo, frente al Ministerio de Salud, parece una concentración de manifestantes que reclaman algo.

Pero no son manifestantes. No reclaman nada. Solamente esperan. Esa espera incierta.

Una mujer sale a la puerta de un negocio que vende ropa y zapatillas deportivas. Mira el desconcierto y la perplejidad de todos.

-Son unos hijos de puta -grita, como un conjuro-: yo les aplicaría multa en vez de darles aumento. Imagínese, yo tengo que hacer cuatro viajes por día. ¿Cómo quieren que viajemos así?

Un coche rojo de Ersa Urbano está parado hace varios minutos. Adentro hay una población que se apretuja como puede. En la garita, otros tantos que esperan subir.

El chofer mira con fastidio.

Dos chicos corren con desesperación: vienen del lado de Plaza 1° de Mayo. Pasan como una exhalación. Llegan con lo justo, antes de que arranque.

Correr el colectivo, como escapando a un toque de queda, como huyendo de algo malo: el plantón, la espera vana, no saber cuándo.

Todos arriba, como se puede: con la dignidad rasgada.

No se puede respirar. No hay capacidad de movimiento. Uno que baja produce un movimiento de ola, hasta que logra llegar al timbre, tocar, avisar que baja. Bajar.

Una parada puede significar dos cosas: el alivio de los que bajan y aligeran el pasaje; la angustia de más viajeros en un pasillo que agobia.

El chofer pone pie en el acelerador. El calor es más intenso todavía. Una chica intenta correr el vidrio de una ventanilla: no puede. Una señora pulsa el botón y pone un audio de whatsapp que escuchan todos. Se apura a buscar el auricular: no lo encuentra. Guarda el teléfono en la cartera, y el que estaba hablando, sigue.

Nadie se queja. Todos viajan como pueden.

Sienten un alivio extraño: al menos pudieron subirse al colectivo.

No importa cómo.

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.