Por Marcelo Olmos (*)
A principios de 1903 el Gobierno de la Provincia, encabezado por el doctor Enrique Carbó, consideró necesario hacer reparar revoques, pintar al óleo y blanquear la parte exterior de la Casa de Gobierno (1). Con este propósito, el 16 de abril de ese año se llamó a licitación por pliego cerrado para pintar los frentes, puertas y ventanas exteriores del edificio. El llamado fue publicado dos días más tarde en “El Entre Ríos”, órgano periodístico editado por entonces en la capital entrerriana que contaba con el favor del gobierno .
En la publicación que llamaba a concurso de precios por los trabajos se establecían las condiciones bajo las que debían ejecutarse los trabajos, detalladas con notable precisión técnica. En primer término debían repararse los chapiteles, bases, parapetos y demás adornos y molduras de tierra romana de las fachadas. Una vez ejecutada aquella tarea previa, se estaría en condiciones de comenzar los trabajos de pintura propiamente dichos, trabajos estos que por entonces tenían una complejidad bastante mayor que hoy en día.
Se debía comenzar dando una mano de ácido sulfúrico con aceite inglés de linaza crudo, que cumplía la doble función de eliminar hongos o humedades superficiales y consolidar o fijar revoques flojos. Se aplicaba luego una mano de minio y recién entonces se estaría en condiciones de aplicar la primera mano de pintura con albayalde de plomo y aceite de linaza cocido marca “Pajarito”. A continuación se debía aplicar una segunda mano y luego la tercera y última, teniendo ambas casi la misma composición de la primera.
Pero había una diferencia al aplicar la segunda mano, ya que aquí se incorporaba el color. Y en esto queremos detenernos brevemente -aunque volveremos sobre el tema más adelante-, para destacar una particularidad que llama la atención de quienes estamos acostumbrados a ver la hoy llamada “Casa Gris”: la pintura de los frentes debía hacerse a cuatro colores, diferenciando de este modo cornisas, adornos, fondos y zócalos.
La pintura de las carpinterías no era más simple.
Ventanas y celosías debían lavarse con potasa y soda, debidamente reparadas e integradas de los herrajes que faltan. Una vez realizados estos trabajos se pintarían en ambas caras con albayalde de plomo y aceite inglés de la misma marca comercial que la pintura de las paredes. Para las puertas o “portones” se indicaban iguales trabajos previos y luego la aplicación de dos manos de aceite y una de barniz carriage extranjero. El barniz “carriage” (carroza o carruaje) se empleaba para pintar el exterior de estos vehículos y tenía notable resistencia a la abrasión y el desgaste producidos por la prolongada exposición a los efectos de la intemperie. Al mencionar que debía ser “extranjero” se refería a su origen británico, ya que la casi totalidad de la producción de este tipo de barniz por entonces provenía de Gran Bretaña.
Tras describir los trabajos, la convocatoria exigía que la mano de obra fuera lo más esmerada posible y que las ofertas contemplaran precios en globo por las paredes y por unidad para puertas y ventanas.
Eran éstas épocas de estabilidad económica, ya que el pago de los trabajos de pintura que se contrataran se efectivizarían en tres cuotas, correspondiendo cada una a una tercera parte del total y el último pago se haría a los seis meses de terminada la obra, sin reconocer mayor costo ni interés alguno.
A la licitación se presentaron tres firmas: “Blas Stopello y José Guggiari”, “Tacchi Hnos.” y “Volpe y Gaggero”, asociados éstos últimos con Lértora Damide. Tal como ocurría con la construcción por entonces, las empresas de pintura de obras parecen haber sido casi exclusivamente propiedad de italianos, que por entonces eran legiones el país y en nuestra provincia.
Un decreto del 15 de mayo aprueba la propuesta de los Sres. Volpe & Gaggero y Lértora Damide. Esta empresa presupuestó la pintura de paredes globalmente -como se exigía en el llamado a licitación- en 7.630 pesos moneda nacional de curso legal y cada una de las carpinterías en precios que variaban desde cuatro a quince pesos, siendo este último el precio de los portones como se denominaban a las ocho puertas de ingreso al edificio.
Tanto en la escritura celebrada con motivo de la contratación de la obra como en el Decreto que adjudicó la misma se denominan los trabajos como pintura al óleo y blanqueo, diferenciando así los dos tipos de trabajos que deberían hacerse: una era pintura al óleo y otra a la cal. La primera es la descripta para las paredes exteriores mientras que la pintura en cal y á la cola sólo se especifica para la parte baja del edificio que forma el ángulo N.O.
Pero retomemos el tema del cromatismo en las paredes. Parece oportuno aclarar que el término “blanquear”, aún hoy usado, no implica que el color a usar sea necesariamente el blanco como podría inferirse. Por el contrario, en este caso, como vimos, la pintura se haría con cuatro colores diferentes, que debían ser elegidos por el Departamento de Obras Públicas del Gobierno provincial en base a muestras preparadas por la empresa de pintura.
Y esto no habría incluido innovación alguna, según inferimos, ya que cinco años antes la misma empresa había realizado trabajos análogos, y aún sin haber podido constatarlo, ya entonces se habrían pintado las fachadas del edificio con colores que resaltaban el rico y equilibrado trabajo de las molduras y ornamentos de las fachadas. No hemos tenido acceso a documentación que lo pruebe, pero nos arriesgamos a suponer que desde su construcción, casi dos décadas antes de la fecha que estamos tratando, la Casa de Gobierno ostentó un marcado tratamiento cromático en sus fachadas. Algo poco usual en otras sedes gubernamentales provinciales de posterior construcción, pero que se reitera en otros ejemplos contemporáneos de arquitectura italianizante en el país.
Posteriormente, ya bastante avanzado el siglo XX, aunque sin poder precisar fecha, se comenzó a pintar exteriormente el edificio en uniforme tono gris, desnaturalizando parcialmente el fuerte carácter ornamental de la arquitectura de sus fachadas, tal como las concibió su proyectista, el arquitecto italiano D. Bernardo Rígoli.
Cabe aclarar que el uso de colores muy saturados no era privativo de las fachadas. Los muros interiores de nuestro palacio de gobierno ostentaron tonos muy saturados que variaban del tierra siena al terracota en una gama relativamente amplia, habitual en la arquitectura interior de fines del siglo XIX y primeras décadas del siguiente. Algunos descuidados sectores de la Casa de Gobierno, justamente por ese estado de descuido, mantuvieron parte de su color de esa época hasta hace poco más de una década.
En 1994, cuando se hicieron trabajos de puesta en valor en el recinto de la Legislatura en ocasión de la Convención Constituyente, se rescataron parte de esos colores originales mediante cateos en distintas partes de los muros.
Si bien esta última fue una intervención parcial en un sector del edificio, sería deseable que trabajos similares continuaran gradualmente para devolverle al centenario edificio, o al menos a sus locales principales, su carácter original.
La Casa de Gobierno, un muy valioso Monumento Histórico Nacional, merece un tratamiento serio y riguroso. Décadas de irrespetuosas intervenciones han introducido -y lo siguen haciendo- serias alteraciones a algunos sectores del edificio y una deslucida gama de tonos mayoritariamente neutros ha uniformado paredes y molduras, columnas y cornisas, sin duda un resabio de los años en que se imponía uniformar no sólo el color de las paredes.
(*) Arquitecto, especializado en preservación del patrimonio, exrepresentante de la Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos. Texto publicado por la Asociación Albacea, en 2008.