
- Por Washington Varisco (*)
A propósito de Villa Libertador San Martín, que fue noticia estos días en Entre Ríos por ser una ciudad donde se dispuso el uso del barbijo para circulación social, voy a contar cuando nos tocó hacer allí la cobertura periodística de la histórica internación de Diego Maradona en el Centro de Vida Sana.
El tiempo nos lleva al 28 de febrero de 1996 y los siguientes primeros días de marzo. Ha pasado bastante (yo estaba por cumplir 21 años de edad) así que voy a escribir los momentos sueltos que me vienen a la mente, porque los recuerdos cronológicos ya se me van perdiendo.
Mi trabajo era para el diario Hora Cero (puede ser que para la época ya haya sido Diario Nueva Hora, entre los tres o cuatro cambios de empresa que tuvimos hasta la llegada del nuevo siglo y el arribo de Diario Uno).
Imaginarán que nada era como ahora: no existían internet, redes sociales ni cámaras de fotos digitales. El fax era la “estrella” de la época: un aparato de teléfono que enviaba y recibía escritos que se imprimían en un papel satinado, como si fuera una fotocopia de lo que se enviaba. Dios mío: qué loco tener que explicar lo que era un fax. Recién empezaban a aparecer los primeros celulares (los denominados, por su tamaño, ladrillos; eran los modelos Tele Tac 250 y Tango, de Motorola). Además, las llamadas eran bastante costosas (luego, si el llamado era desde una línea fija, también el propietario era el que debía abonar el costo).
En síntesis, a la noticia había que ir a buscarla mano a mano, preguntar, hurguetear, establecer contactos, el famoso “ir a la fuente”, o en su defecto, realizar una llamada desde línea fija del laburo o de tu casa, de allí que adquiría un valor relevante el tener una buena agenda de contactos telefónicos.
En ese momento, la crónica iba a destacar la paz de Puiggari, como se conoce a esta ciudad también, por el nombre de un barrio –antes allí estaba la estación del Ferrocarril Urquiza que tenía esa denominación-. En este sector, perteneciente al departamento Diamante, el sanatorio como también la Universidad Adventista del Plata, son íconos a nivel internacional. De allí la presencia de deportistas y artistas del país que han decidido hacer internaciones para recuperarse de conductas adictivas de diversa índole, estrés u obesidad.
Hasta allí llegaría en aquella oportunidad el entonces ídolo nacional y volante de Boca, Diego Armando Maradona. Frescos estaban el recuerdo de la inolvidable epopeya del Mundial 86, el épico Italia 90, el tristemente recordado “me cortaron las piernas” de EE UU 94 (el dopping positivo del astro). Llegaba a la provincia el mejor jugador del mundo.
Calles con poca circulación de autos y veredas con pocos peatones eran el paisaje cotidiano. Mucho hermetismo a la hora de ceder datos, porque además, al margen de las entidades mencionadas, sólo había abierto en la zona un restaurante y un par de hoteles (en uno de ellos se alojó el DT campeón del mundo en el 86).
El sector donde estaba Maradona (hasta allí sólo sabíamos que había llegado con su entonces esposa, Claudia Villafañe) quedaba bien al fondo, por lo que con el resto de los colegas –no éramos demasiados- nos apostamos en el tapial del frente, desde donde se divisaba un extenso sendero hasta la construcción central, a unos 350 metros aproximadamente.
De hecho, supusimos que para distraer cuando en determinado momento salió un grupo de personas a hacer caminata, en el cual aparecía una mujer de cabello rubio intenso y vestimenta negra, que de lejos parecía la esposa de Diego. “Claudia, Claudia”, se gritaba, para obtener la atención y la foto, ante la sonrisa de la mujer, que nunca supimos si era ella o no (para mí, no).
Lo que recuerdo de aquella guardia fue el tremendo equipo fotográfico del reportero de la revista El Gráfico. Si la interesante cámara del amigo Julio Blanco –con quien años más tarde trabajaría en El Diario de Paraná- era muy buena para la época, nada tenía que hacer al lado de la del colega del medio nacional, con una lente que, al menos yo, sólo había visto hasta ese entonces en las transmisiones de los Mundiales. Recuerdo haber observado a través del mismo y mirar la puerta del complejo como si lo tuviera al lado.
El dato de la presencia de El Diario, Hora Cero y El Gráfico, no es menor. Esto tiene que ver con el contexto de época. No recuerdo cámaras de TV, tal vez había, pero no recuerdo. Clarín y La Nación se manejaban con corresponsales en ciudades grandes o hechos sumamente relevantes, y los enviados eran muy puntuales, si no, por teléfono. Así trabajaban las radios nacionales también.
De hecho, cuando conseguí pautar un mano a mano con el director del Centro de Vida Sana, estando en su oficina, sonó el fijo de su despacho. “¿Me aguardás que me llama Fernando Niembro –en ese momento, un número 1 de los medios- desde Buenos Aires?”, me dijo. Obviamente, le dije que sí, y escuché toda la charla antes de entrevistarlo yo. La prensa gráfica dominaba el mundo de los medios y El Gráfico, publicación semanal (que salía los lunes por las noches) marcaba la agenda. Para que tengan una idea, recién unos meses después, más precisamente en mayo de ese año, aparecería el diario deportivo Olé, empezando a decretar paso a paso el ocaso de la emblemática revista.
Nada pasó con Diego en esa extensa jornada de guardia (al tiempo sabríamos que también estaban sus hijas Dalma y Gianinna y su representante Guillermo Cóppola, y que se hizo un tiempo cuando nadie estaba, para cortarse el pelo en un local de la zona).
Con quien sí pudimos cruzarnos fue con Bilardo y con el propio padre del astro argentino, “Chitoro”. Don Diego, hombre de pocas palabras y una sonrisa permanente, con su piel rasgada y muy amable, sólo atinó a responderme: “Diego está bien, está bien”. Muy vergonzoso, no habló más que eso.
El que sí no nos dio demasiada bolilla, pero con mucha altura, fue Bilardo. No quiso hacer declaraciones y sólo se dejó retratar por los fotógrafos. Luego, entró al comedor (creo que estaba con su esposa) y sí recibió, café de por medio, al periodista de El Gráfico. Era Matías Salord, un joven santafesino que con buena onda al salir, nos dio la formación de Boca para el debut. Es que la gran duda era saber si Diego iba a jugar el domingo. Estábamos a jueves.
El 10 finalmente sería titular el 8 de marzo, en cancha de Vélez, en la goleada 4 a 0 ante Gimnasia de Jujuy. A los 2 minutos, anotaría un gol de penal; paradójicamente, en ese certamen Clausura, donde jugaría 13 partidos (con dos goles), marraría cinco tiros desde los 12 pasos. El elenco xeneize estaba en los inicios de la era Macri en la presidencia del club y venía de perder sobre el cierre el torneo del año anterior (en el 96, encima, River, que dominó con Vélez esa década, había obtenido la Libertadores).
El Boca del Narigón no sólo tenía a Diego. Se había reforzado con el joven Sebastián Verón y con Claudio Caniggia, que la rompió, con 10 goles en 16 encuentros. Sin embargo, pese a ganar el clásico ante River por 4 a 1, sufrió dos recordadas goleadas: ante Vélez (5 a1, con dos goles de Chilavert a Navarro Montoya y la expulsión de Diego a manos de Castrilli); y frente a Gimnasia La Plata, en La Bombonera, 6 a 0, con una descomunal actuación del mellizo Guillermo Barros Schelloto y de otro ídolo boquense, El Beto Márcico).
El elenco de la Ribera perdería el torneo otra vez sobre el final, en aquella histórica victoria de Racing. El año siguiente se retiraría Maradona y luego vendría la era dorada con Bianchi en el banco, a partir del 98.
De lo único que me arrepiento es, en la última mudanza, tirar los recortes amarillos de todas aquellas publicaciones, por falta de espacio, y de lo que generaba el tener pocos recursos para el desempeño de la actividad: esto es, usar un mismo cassette para varias notas, grabar una arriba de otra, y perder aquellos testimomios. En fin, cosas que pasan. Al menos, como dice León, todo está guardado en la memoria.
(*) Washington Varisco es periodista.