José Carlos Wendler dejó el sacerdocio en 2012, el año en el que estalló públicamente el escándalo de los abusos a menores en el Seminario Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo. El único imputado por esos graves hechos es el cura Justo José Ilarraz, que fue prefecto de disciplina en el Seminario entre 1985 y 1993, que está siendo sometido a juicio oral desde el lunes 16 de abril.

Wendler había sido uno de los impulsores de la carta que, en 2010, redactó un grupo de curas y elevó al arzobispo de entonces, Mario Maulión, en la que manifestaron una seria preocupación por la situación de Ilarraz, el encubrimiento de la cúpula de la Iglesia y la falta de denuncia en la Justicia. Este jueves, Wendler llegó, pasadas las 11, para declarar como testigo en el juicio a Ilarraz.

Llegó con el tiempo justo –en el viaje de Crespo, donde vive, a Paraná, pinchó una rueda del auto- pero con la certeza transparente de quienes van a contar lo que saben sin ambages, ni doblez. Primero, la rutina: esperar en la sala contigua al salón de audiencias, ingresar, sentarse frente al tribunal –que conforman Alicia Vivian, Carolina Castagno, Gustavo Pimentel., escuchar las preguntas de los fiscales Álvaro Piérola y Juan F. Ramírez Montrull, de los querellantes Walter Rolandelli, Marcos Rodríguez Allende, Santiago Halle, Victoria Halle, Milton Urrutia, Alejandra Pérez, del defensor Jorge Muñoz. Nada de todo eso le resultó turbador.

“Esto -dijo, y «esto» es el escándalo de los abusos en el Seminario- lo venimos contando hace tiempo, aunque contarlo de vuelta, acá,  reaviva emociones, nuestras y de las víctimas. Si bien nosotros no pasamos por esta situación delictiva de los abusos, las víctimas son amigos nuestros, y esto nos reaviva cuestiones personales muy hondas”, dijo.

Wendler firmó aquella carta que cayó en manos de Maulión en 2010, y cuenta al respecto: “La respuesta que tuvimos a esa carta no era la que esperábamos. Esperábamos la expresión de asombro, de incredulidad, la decisión de dar a un grupo de curas notables que llevara el caso a la Justicia. Pero no: la discusión fue resolver si eran dos, tres o cincuenta las víctimas. Discutimos por un punto o una coma, mientras en la sociedad ese hecho generó estupor. Ese estupor no lo tuvo la Iglesia”.

No todos los curas estuvieron de acuerdo con esa carta –que surgió del decanato III, de los nueve decanatos en los que se divide el territorio de la diócesis de Paraná-: los sacerdotes Luis Alfredo Anaya y Daniel Silguero rehusaron estampar su firma. “No sólo que no firmaron, sino que 15 días después nos citaron para retarnos por esa carta. Quizá esperaban una carta escrita en otro tono, pero también creo que en el fondo sabían algo que nosotros todavía no sabíamos. Creo que algunos estaban en conocimiento (de los abusos de Ilarraz)”, asegura Wendler.

-¿Y qué pensás de Maulión, que fue el arzobispo que recibió esa carta y decidió no involucrarse porque ya se estaba yendo?

-Creo que a Maulión lo tomó la aceptación de su renuncia (por parte del Vaticano) en medio del curso de todo esto. Los pasos en la Iglesia siempre son muy lentos, y eso nos decía, que los pasos que había que hacer se estaban dando. Obviamente, pudo haber hecho más. Pero era una persona grande. Creo que hizo mucho más que otros.

-¿Cómo fue encontrarte con Ilarraz ahora?

-Suena feo, porque yo ya lo he dicho y a otros compañeros, como Leo (Tovar), le cae mal. Pero a mí me da pena, y me da mucha bronca también. Son sentimientos muy encontrados.

-¿Qué dato más aportaste, además de contar lo de la carta?

-Yo conté la anécdota del seminarista Pucheta (el ahora sacerdote Néstor Pucheta) cuando cuenta, en una reunión en la que estaban también Jorge Charreun y Mario Gervasoni, lo que había sucedido en una de las víctimas, que luego termina originando la investigación diocesana. Me acuerdo de la cara de Gervasoni. Yo compartí con él mucho tiempo en el Seminario, y recuerdo su expresión al escuchar de parte de Charreum contar lo que había pasado.

-Qué raro Gervasoni, secretario privado del arzobispo Puiggari, que en la investigación dijo no saber nada.

-Bueno, que se haga cargo.

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Gustavo Mendoza dejó el sacerdocio en el verano de 2015.

Lo dijo ante su comunidad, la última que lo tuvo a cargo, la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, en barrio La Floresta, un domingo de febrero. Dijo que se iba, que se había enamorado, y que prefería la honestidad de salir y conformar una familia. Eso hizo.

Pero siendo cura decidió por voluntad propia ir a la Justicia y testimoniar lo que sabía del caso Ilarraz. Cuando resolvió hacer eso, desde la curia le llamaron la atención: por qué hacía eso.

“Vine, y por eso declaré, para que todas estas cosas se puedan esclarecer, por el bien de la Iglesia, a la que amo, por el bien de los muchachos, que tal vez están sufriendo. Ese es el motivo por el cual estoy acá”, explicó.

Mendoza fue el último de los siete testigos que declararon hoy en la sexta audiencia del juicio oral a Ilarraz.

-¿Crees que va ha haber justicia en esta causa?

-Yo quiero creer  en la Justicia. También creo que la verdad a salir a la luz, por eso estamos acá. Que de una vez por  todas esto se pueda terminar, se pueda cerrar.

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.