Por César Pibernus (*)

 

Hace hace algunas semanas se presentó públicamente un grupo llamado Padres Organizados, cuyo principal propósito -así lo manifiestan- es forzar que las clases sean presenciales, a pesar del contexto que estamos padeciendo.

Lo hacen invocando una amplísima representación, a pesar de haber convocado apenas a unas pocas personas a los banderazos que organizaron. El último, esta semana, reunió en la ciudad de Paraná y por algunos minutos a un puñado de asistentes. Muchos de ellos menores de edad -llevados por adultos- que asisten a escuelas públicas de gestión privada del centro de la ciudad.

No analizaremos ni el ya inocultable origen partidario de la organización -que fue recibida muy gustosamente por Martín Muller, el presidente del CGE-, ni el claro y excluyente componente de clase que evidencian en cada una de sus intervenciones (en muchos casos, directamente han atacado de forma pública a los trabajadores de la educación en general y a los sindicatos bien focalizadamente, olvidándose del tono conciliador que ensayan para la prensa)

Aprovecharemos este episodio para remarcar la complejidad de las realidades institucionales, la diversidad de problemáticas que enfrenta nuestra Escuela Pública y la vital efervescencia de los actores reales de las escuelas. Esta realidad -cuya existencia es muy previa a la pandemia- desborda absolutamente categorías como las presentadas por esta organización y, por otra parte, exige que entendamos las cosas apelando a un concepto infinitamente más pertinente como el de “comunidad educativa”.

Cuando hablamos de “comunidad educativa”, contemplamos a todo el abanico de actores involucrados en la vida institucional de una escuela. Sea cual sea la escuela, hablemos de una escuela privada del centro o una escuela pública recién abierta en las periferias de una ciudad, o una escuela ancestral en alguna colonia. Porque es fundamental entender que estas diferentes instituciones conforman perfiles de actores muy disímiles de una escuela a otra.

Cualquier discusión en educación debe tener en cuenta esta diversidad, si no, el sesgo que se utilice creará más desigualdad de la que ya existe en el sistema.

Por otro lado, cuando hablamos de las familias de los estudiantes, es sumamente inexacto hablar de “padres” sin más, como hace esta organización. Y no sólo porque son las madres quienes asumen muy mayoritariamente la relación con la institución, sino porque no siempre son sus progenitores quienes ejercer en términos formales o prácticos la tutela de los estudiantes. Abuelos, tíos, vecinos, hermanos mayores, hay tutelas circunstanciales, estacionales (no sólo por cuestiones laborales). Esta cuestión parecería sólo un detalle, pero no lo es. Este tipo de vínculo es crucial en las dinámicas de las comunidades, como también en las perspectivas desde donde hablan, viven y deciden.

A todo esto debemos decir que miles de estudiantes de diversos niveles son adultos y esta instancia no requiere de ningún tipo de tutela externa. Este sector está totalmente negado por la organización Padres Organizados, en parte por lo que dijimos, en parte porque los niegan y ningunean por cuestiones de clase.

Pero hay algo que aún debemos repensar más profundamente, porque constituye uno de los mayores problemas a la hora de analizar la realidad educativa, es un terrible error. La inmensa mayoría de los 50 mil docentes entrerrianos activos somos además madres, padres, tutores, etc…

La dicotomía “Docentes” vs “Padres” en términos reales no existe. Es falsa.

Es más, en las comunidades educativas, los roles -como en la vida, claro- son intercambiables: una persona es directivo de la institución por la mañana, pero a la noche es además miembro de la Junta de Gobierno que va a tratar un tema relacionado con la escuela, otra es ordenanza por la mañana y asiste como estudiante en el turno nocturno, otra es madre de un estudiante y, a su vez, provee a la escuela de insumos desde su local que es vecino a la institución. Y, en esta realidad tan compleja, miles de entrerrianos que somos trabajadores de la educación somos, además, madres, padres, progenitores, adultos responsables, tutores permanentes, estacionales, circunstanciales.

Por todo esto , la reunión entre el CGE de Martín Müller y Padres Organizados discriminó prácticamente al 95 % de las realidades concretas escolares entrerrianas, y capaz me quedo corto.

Y eso es absolutamente inaceptable e imperdonable, sobre todo para el CGE.

Nosotros insistimos desde este espacio que la construcción de soluciones reales, efectivas, duraderas sólo puede darse con datos fidedignos del panorama y con la participación de actores mayoritarios de nuestra Escuela Pública. Cualquier otra salida representa dar la espalda al pueblo, negar los problemas que nos acosan y dar la decisión de las políticas educativas a élites que jamás se preocuparon ni por el hambre, ni por la educación, ni por la salud de la ciudadanía, ni por el frío. El frío no fue jamás un problema para ellos que se reunieron esta semana calentitos y de forma virtual para empujar los contagios a través de la presencialidad.

El otoño entrerriano nos espera esta semana próxima con menos de 10 grados. Ellos no lo sienten, no lo ven, no les importa la población que lo padece ni las consecuencias que traerá esto en la educación, en la salud y en la vida de los entrerrianos.

Es claro, Gustavo, que a la Escuela Pública entrerriana sólo la fortaleceremos con más Escuela Pública.

 

 

(*)  César Pibernus es  Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER). Secretario de organización de la Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos (Agmer).