La casa de Victoria a las 4 de la tarde de un sábado dorado aspira el color del otoño. Ella pone el agua para el mate en la cocina, frente a una ventana antigua que abre hacia un patio largo y angosto con zapallos rastreros, una mora sombreadora y los restos de un fuego que ya pasó.

La luz anaranjada que tiembla en el patio propone entrecerrar los ojos y dejarse estar. Pero en la cocina ya hay solo reflejos de aquello: Victoria vuelca el agua sobre la yerba y comienza a hablar a un ritmo propio, que guarda relación con el color de la tarde y la parsimonia dorada de este otoño que es solo este y ningún otro.

Victoria es Victoria Ruiz Díaz, vive en esta casa antigua de calle Villaguay, en Paraná, donde reserva un lugar especial para recibir personas que quieren marcarse con sus obras, sus dibujos, con las líneas que ella inventa y permanecerán mientras la piel dure.

Antes de vivir aquí estuvo en otras casas y en otras ciudades, vecinas y diferentes. Para empezar con algún orden hay que decir que Victoria es de General Ramírez, un pueblo de unos 13 mil habitantes, a unos 60 kilómetros de Paraná.

Ese punto de inicio, como el principio de una línea, ya debería contener algunos dibujos alrededor: suyos y ajenos. Hay una madre artista que trabaja en un hospital y por las noches contaba historias fantásticas, a veces inspiradas en Ray Bradbury. Entonces, en el origen, se ve una niña que dibuja, por amor e imitación y también imagina sus propias criaturas, después de jugar al básquet en el polideportivo del pueblo.

Llegado el momento de hacerlo, la decisión fue estudiar artes visuales en Paraná. Una elección consciente, dice ella, que sobrevolaba sus caminos desde niña y más o menos señalaba el sentido de las búsquedas por andar. Victoria estudió tres años en Paraná y después siguió con diseño gráfico en Santa Fe.

“En Artes yo estaba haciendo pintura, pero en realidad quería experimentar el dibujo. Me fui a vivir a Santa Fe y me metí en diseño. Hice tres años y abandoné, pero me dio muchas herramientas para experimentar materiales y jugar más con la imagen. Me abrió un camino muy interesante. Me ayudó a organizarme y sistematizar mi trabajo”.

VIVIR DEL ARTE.

Cómo sucede la asunción de un proyecto artístico ya integrado al vivir. Es decir: cómo es saberse en ese tren con destino a alguna parte y escribir artista al lado de ocupación en una planilla con preguntas. Dice Victoria que en su caso vino más o menos con la primera muestra, pero sobre todo después.

“Me vi más como artista en una muestra que hice acá, en Elefante Multiespacio con Nati Zarate. “La maga” era una serie sobre un personaje, una nena a la que le sucedían cosas: la dibujaba en situaciones, muy autorreferencial”.

Probó y se sumergió en la ilustración digital “llevando lo de que me estaba pasando a mí en otros cuerpos”, dice Victoria. Lo que siguió fue la vuelta al papel y al lápiz, con animales, plantas y esos cruces que dieron aire a la serie “De otros mundos”, permeado por lecturas fantásticas y una imaginación entrenada en criaturas de sueños y pesadillas.

“Empecé a producir obras, a enmarcar, pulir los trabajos, que estén más prolijos, pero también hice fanzines porque soy muy fanática de eso y remeras para vender y objetos de arte”, enumera.

Ya recibía entonces consultas por sus obras y hubo la necesidad de saltar la dificultad de poner un precio. La resolución de vivir del arte.

“Empecé a publicar los trabajos que iba haciendo y empecé a vender”. Entonces llegó ese proyecto, de nombre precioso y sugestivo, “Tu flora y mi fauna”, con muestras, ferias, packaging. Victoria dio clases y talleres de dibujo también, siguió vendiendo obra, pero comenzó a asomarse a otra ventana: observó lo que podía hacer y ofrecer en el mundo de los tatuajes.

EN LA PIEL DE ESA CHICA.

Ella tiene varios. Hay unos puntos pequeños, como detalles debajo de los ojos. Hay dibujos en su mano derecha, que en realidad viene del anteabrazo y hay otros también en el brazo izquierdo. De lo que aquí se ve. Aquí y ahora. El primero que se hizo fue en Ramírez a los 17 años. Y hasta ahí llegaba su experiencia cuando le empezaron a pedir diseños suyos para tatuarse en la piel, amigas, amigos, observadores de su trabajo.

“Me llamaba la atención pero no lo podía apropiar”, dice Victoria, aunque empezó a hacer dibujos ya pensando en la piel. La piel como soporte.

Un amigo la invitó a usar su máquina y probar. Lo hizo y enseguida se compró el kit para principiantes. Ensayó en dos naranjas, una banana y luego en ella misma. “Lo que tenía que destrabar era eso de clavar la aguja en la piel de otra persona y hacer algo que no se puede borrar, sobre todo porque la base de mi dibujo es a lápiz, puedo borrar y borro mucho”.

El proceso demandó su tiempo y otras pruebas, pero se presentó como un camino abierto y la posibilidad, dice Victoria, de “trasladar todo el mundo natural que yo venía haciendo a la piel”.

Hay imágenes santas, nombres, escudos, tribales, palabras en otro idioma, pero también hay arte en el universo de marcar la piel. Victoria hace eso. Ofrece sus obras, aunque también dibuja en dirección a los deseos, mayormente nebulosos, de personas que imaginan arte en su cuerpo.

“Ya no es tabú, hay un montón de artistas que se volcaron al tatuaje”, dice ella y también habla de la ceremonia que requiere la tarea.

“Muchos tatueros piden que no se hable porque te demora en el hacer. Yo lo vivo de otra manera, sigue siendo una ceremonia, hay otra persona ahí, tengo que resignificar mi espacio con esa persona y lo que le está pasando. Es muy íntimo, viene a marcarse. Se genera un lazo y me parece importante generarlo desde mi lugar. Es una experiencia que puede parecer una tontería pero es fuerte. Yo estoy pasando una barrera, un límite, me está dando la confianza para que la toque y decida sobre su cuerpo. Me gusta que sea todo con mucho cariño y mucha confianza”.

Victoria dice que ahora hay muchas chicas tatuando, algo que antes era reservado solo para varones y eso también se refleja en el sentido estético de las imágenes que se ven. Sus líneas, por caso, son más bien finas, lo que supone una dificultad mayor y una búsqueda delicada de belleza.

Hace ya dos años que tatúa y tiene una agenda cargada de pedidos y encuentros que vienen con la narrativa de un sueño por interpretar o la solicitud de la imagen de un caballo salvaje o un pellote.

Su público es mayormente de mujeres, algunas que vienen desde Santa Fe y, también, algunos varones.

“Te cuentan cosas re profundas en el momento, lográs una conexión muy linda. Me ha pasado, muchas veces, vienen chicas acompañadas de amigas. Veo esa situación de mujeres haciendo cosas que era de hombres solo por placer y se genera una energía muy potente”, dice Victoria.

Habla ahora, con el último hilo de agua volcado sobre un mate tibio, de la dificultad que hay en la ciudad para poner el valor adecuado al trabajo. De que a veces dan ganas de irse. También del recuerdo de esa exposición de grandes dimensiones que hizo junto a artistas amigas y se llamó Oda a la Intemperie.

Ya declina la tarde, el cielo se ve ya más frío y cristalino. Calle Villaguay está vacía.

 

Julián Stoppello de la Redacción de Entre Ríos Ahora