En el verano de 2016 dejó su último destino pastoral en Paraná, la Parroquia San Benito Abad.

Las tensiones con el arzobispo Juan Alberto Puiggari fueron de un nivel tal que decidió mudarse a Buenos Aires, y allá está ahora. Ni se fue echado ni se fue escapando: simplemente decidió irse, para preservar su salud.

Pero antes de irse, arrinconó a la Iglesia de Paraná con denuncias de encubrimiento sobre uno de los casos más emblemáticos de pedofilia, los abusos del cura Justo José Ilarraz en el Seminario Aruquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo.

Este lunes está citado a declarar como testigo en el juicio a Ilarraz. «Voy a Paraná a ofrecer mi humilde testimonio de lo que sé que es la verdad», dice Tovar.

Antes de irse, en el verano de 2016, dijo: “Acá –puntualiza, y señala al clero de Paraná– hay una concepción ideológica que sostiene que ciertas cosas había que ocultar para cuidar la fe. Se cometieron abusos con eso, a tal punto que se encubrió a un pedófilo, eso es lo que ocurrió en la Iglesia de Paraná”.

Tovar trató de mentiroso al arzobispo Puiggari, por no decir todo lo que sabe de Ilarraz, y tuvo un furioso cruce con el cardenal Estanislao Karlic en aquella polémica reunión secreta que hubo en el Centro Mariápolis El Salvador, el viernes 14 de septiembre de 2012, un día después de que el caso Ilarraz saliera a la luz tras su publicación en la revista «Análisis».

A ese encuentro, todos los curas fueron citados sin que se les explicara para qué iban, y antes de ingresar al salón de reuniones, debieron retirar las baterías de sus celulares para que nadie se enterase de qué es lo que allí se hablaba. Los pormenores de ese cónclave después se supieron, y el primero que habló fue el cura Mario Taborda, amigo personal de Ilarraz.

Tovar defiende la difusión en los medios de la causa Ilarraz, y en eso disiente con Puiggari, que llegó a cuestionar la “mediatización” de la causa penal. “Si no hubiera salido en los medios, esto no se hubiera sabido, e Ilarraz hubiera seguido siendo cura”, apuntó, y entonces recordó aquel encuentro de septiembre de 2012 en el Centro Mariápolis El Salvador, en el Brete, cuando Karlic y Puiggari citaron a todo el clero para hablar del caso Ilarraz.

“Esa reunión fue vergonzosa -recordó Tovar-. El padre Ignacio Patat (vocero de la curia), lo único que dijo fue que cueste lo que cueste, lo que había que defender era sillón del supremo, o sea la figura del obispo. Y el padre Fabián Castro pedía por favor que se hiciera una estrategia para que los medios no manejaran la agenda del caso. No se habló de las víctimas, sobre cómo acompañarlos, cómo apoyar a la Justicia para que se esclarezca el caso. Fuimos pocos los disidentes en esa reunión. Karlic reconoció que no le había contado nada a Maulión, y que le había dejado esa misión a Puiçiggari. Y él dijo que le había dejado una ‘carpetita’ a Maulión, con la recomendación que debía verla. Pero nada más”.

Ahora, con Ilarraz sentado en el banquillo de los acusados, Tovar respira aliviado.

«Gracias a Dios y a la Virgen, comenzó el juicio a Ilarraz», sostiene. Y lo primero que hace es dar «mi apoyo, mi cercanía, principalmente a las víctimas», a quienes admira «por el coraje que han tenido, por la valentía».

Les pido a todos nuestras hermanos, a las las familias de las diócesis, que nos pongamos en oración. Estamos pasando momentos difíciles como sociedad y como iglesia», explica. Y enseguida aclara que «el camino siempre es la verdad».

Después, cita palabras del papa Francisco y afirma que la tolerancia debe ser para los pecadores, no para los corruptos. Y que la corrupción -y el caso Ilarraz fue un hecho de corrupción, además de un pecado, sostiene- «no se combate con el silencio, sino que se combate hablando. Es lo que traté de hacer todo este tiempo».

«La causa Ilarraz fue un gran momento de corrupción, no sólo de pecado», plantea el sacerdote, hoy afincado en el Santuario de San Cayetano, en Buenos Aires. «Recemos por la vida que le arrebataron a tantos muchachos, por los que conocemos y se animaron a denunciar, pero yo voy a declarar en el juicio para cumplir con los que no pudieron denunciar, por vergüenza o miedo, pero que también fueron abusados y para que cuando termine este juicio tengan un poco de paz y de alivio», puntualiza.

«Es muy duro todo esto -plantea Tovar respecto de los abusos de Ilarraz-, pero los problemas no los arreglamos dejándolos debajo de la alfombra, sino sacándolos a la luz. Quiero una iglesia distinta, que pueda empezar a surgir cuando la verdad se sepa».

 

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.