El sacerdote carapintada José Miguel Padilla, exsuperior de los capuchinos recoletos de La Pampa, denunciado por abusos sexuales por el santaelenense Vicente Suárez Wollert, sigue complicándose en la Justicia. Ahora, un exestudiante del Colegio Nuestra Señora de Luján, de la localidad pampeana de Intendente Alvear, lo denunció también por abusos.

La novedad la dio a conocer la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico de Argentina y el Ministerio Público Fiscal de La Pampa. «Padilla está suelto en la Provincia de San Luis, con dos denuncias por abuso. Y estamos segurxs de la existencia de más víctimas», señaló la Red.

Vicente Suárez Wollert, oriundo de Santa Elena, que fue seminarista en La Pampa, presentó la primera denuncia por abuso contra el religioso a principios de noviembre de 2019. La denuncia la tomó la fiscal Viviana Hernández.

Abusos en el convento: la historia de una denuncia

 

El miércoles 20 de noviembre de 2019, el fiscal general de General Pico, Armando Agüero, encabezó un allanamiento al convento de los Capuchinos en General Alvear, La Pampa, como consecuencia de la denuncia que presentó el joven entrerriano. El procedimiento judicial, del que participó la fiscal Ivana Hernández, alcanzó también a la parroquia Inmaculada Concepción. Del operativo tomaron parte además personal de la Agencia de Investigación Científica y el jefe de la Departamental de Intendente Alvear, comisario Cristian Navarro.

Pero para entonces, Padilla no se encuentra en Alvear. Se mudó a San Luis, territorio que conoce bien.

Luego del allanamiento, Agüero sostuvo que “esto tiene que ver con una denuncia que hizo un joven, de algunos hechos que le habrían ocurrido en el tiempo que estuvo en la Iglesia de Alvear. A partir de su denuncia, de los hechos que ha venido relatando, nosotros venimos a conocer el lugar donde se sostiene ha pasado. Se hacen inspecciones oculares, se toman fotografías, para reconstruir un poco las situaciones. Los hechos denunciados son reservados, no son abiertos al público, porque hace a la intimidad de las personas. Así que mucho más no se puede agregar”, según declaraciones que recogió el diario La Reforma.

Los capuchinos tienen su sede en Intendente Alvear, a 166 kilómetros al norte de Santa Rosa, la capital pampeana, y allí regentean no sólo el convento sino también la Parroquia Inmaculada Concepción y el Colegio Secundario Nuestra Señora de Luján. Tienen otras casas religiosas: el convento María Madre de la Iglesia, en Intendente Luiggi, La Pampa; el convento San Antonio y Parroquia del Santísimo Rosario en El Dique, La Plata; y el convento Nuestra Señora de Belén, de General San Martín, también en La Pampa.

Como contó Entre Ríos Ahora, Vicente Suárez Wollert había dejado su ciudad, Santa Elena, para vivir la vida monacal. Se trasladó a La Pampa, con los frailes Capuchinos Recoletos. Tenía 19 años.

Los Capuchinos Recoletos llegaron a Intendente Alvear, en La Pampa, en año 2004 por pedido del entonces obispo Rinaldo Fidel Brédice. Tomaron a su cargo la parroquia y convento de la Inmaculada Concepción. Los frailes también tienen bajo su responsabilidad el Colegio Secundario Nuestra Señora de Luján.

Los Recoletos, que conformaron una versión dura y anclada en las viejas tradiciones del catolicismo, adoptaron el nombre de Fraternidad de Belén, y en sus estatutos dejan en claro su perfil: “Los miembros de esta fraternidad se proponen ante todo buscar la perfección de la caridad, es decir tender fervientemente a la santidad de vida para la mayor Gloria de Dios, de acuerdo a la espiritualidad franciscano capuchina, acentuando la sublime Cátedra de Belén, como camino de recolección”. Tienen tres casas religiosas. Una, en Intendente Alvear, La Pampa. Allí llegó Vicente Suárez Wollert con la pretensión de hacerse monje.

Nunca lo consiguió. Allí fue abusado por uno de los superiores, el padre fundador.

Vicente Suárez Wollert lo contó públicamente en su cuenta de Twitter.

Ahora tiene 24 años y busca entender qué fue lo que le pasó en la casa de Dios.

Todo empezó con aquel llamado del superior del convento Inmaculada Concepción, en Intendente Alvear, a 150 kilómetros al norte de Santa Rosa, La Pampa. La convivencia llevaba no más de tres meses y era el nuevo en aquel lugar. Lo sorprendió cierto trato privilegiado que empezó a tener. Pero no encontró nada extraordinario en eso. Hasta que sucedió todo lo que sucedió.

Un día el padre fundador pidió que fuera a su habitación.

Que debía medirle la presión arterial y ponerle crema en un tobillo, lastimado producto de una caída. Eso hizo: fue a su habitación, le midió la presión, le aplicó la pomada en el tobillo.

-Me dijo que nadie lo iba a hacer mejor que yo. Dije que sí, que iría, y pregunté si tenía que ir con mi Ángel Guardián, que me seguía a sol y a sombra. Me dijo que no, que tenía que ir solo. Fue ahí que pasó: primero dijo una serie de incoherencias, que uno tiene que compartir el alma. Esa frase siempre la decía para justificar las groserías que decía o cuando se propasaba. Hasta ahí no había contacto físico. Me empecé a ponerme nervioso. Intento salir de la habitación, pero el salta de la cama, me agarró de atrás, me besó el cuello y me dijo que yo era solamente de él. Me acuerdo las palabras justas que me dijo: «Ya te siento un poquito más mío». Pensé que estaba poniendo a prueba mi castidad. Cualquier cosa pensé, menos que la persona que estaba encargada de cuidarnos, iba a tener este tipo de intenciones.

-¿Qué rol cumplía ese sacerdote?

-Es el fundador de la congregación y el superior actual. No me animaba a contar esto, porque pensaba qué podía pasar. Pero ahora poco me importa lo que pase. Todo eso que pasó se lo conté al obispo (auxiliar de Santa Rosa) Luis Martin, a través de un correo que le envié. No me contestó. Le envié un segundo correo. Llamé al obispado. Además, este sacerdote, después de que salí del convento, consiguió mi número de teléfono y me envió una serie de mensajes. Hice captura de esos mensajes y se los envié al obispo, y no hubo una sola contestación.

El padre superior es el cura José Miguel Padilla. Es el mismo que en su rol de capellán del Ejercito acompañó, en 1988, el alzamiento carapintada contra el gobierno de Raúl Alfonsín. La primera chirinada tuvo lugar el 17 de abril de 1987 y se originó por la negativa del mayor Ernesto Barreiro a presentarse a declarar en la Justicia por delitos cometidos en la última dictadura. No hizo eso sino que se refugió en su regimiento, medida que fue acompañada desde Campo de Mayo por Aldo Rico.

En enero de 1988, cuando Rico fue llevado a la Justicia por aquel primer levantamiento, se produce el segundo movimiento carapintada, esta vez con el acompañamiento del capellán José Miguel Padilla.

En 2013, en Alvear, provincia de La Pampa, Padilla adquirió triste notoriedad por distribuir entre los alumnos del Instituto Nuestra Señora de Luján un material que contenía un feroz ataque a la presidenta de entonces, Cristina Fernández, por «no decir la verdad sobre la guerra contra la subversión llevada adelante por las Fuerzas Armadas» contra las «minorías rebeldes extremistas», enrostrándole al mismo gobierno nacional el hecho de «exaltar la gallardía de sus patéticos y deplorables protagonistas, hoy apañados».

También, por intentar desmentir «la historia oficial kirchnerista», que subraya que los indígenas masacrados durante la llamada «Conquista del Desierto» no eran originarios de este suelo, que eran «sanguinarios, cuatreros y extorsionadores». Y que esa actitud empobrecía el tesoro nacional.

Por ello, el material que el cura distribuyó en el colegio tildó de «monumental empresa» la llevada a cabo por el general Julio Argentino Roca en 1879 y difamó sin ruborizarse a quienes pretenden suplantar su nombre en calles o eliminar su imagen del billete de 100 pesos por la figura de Eva Perón, mujer que «no consiguió los logros» del militar.

Los abusos

-Previo al desayuno, había oraciones cantadas. Amaba el canto gregoriano, pero me resultaba terriblemente denso tener que hacerlo sin desayunar, con frío y con luz baja para ´conservar el ambiente monacal´. El estómago me hacía ruidos vergonzosos, cabeceaba de sueño. Si cerraba los ojos como fingiendo meditar, me dormía. Las letras se me escapaban y no retenía nada en mi mente. Cantaba rock nacional en mi mente para mantenerme despierto. Los minutos para consumir un té negro sin azúcar eran contados y muy deprimentes. El superior hacía sonar una campana y si no terminaste, pues doble falta por no seguirle el ritmo a la comunidad y por desperdiciar la gracia del buen Dios. Una falta total al voto de pobreza.

Había poco tiempo, mucho silencio, bastante disciplina y ningún espejo en el convento. Un día, lo encontró el superior husmeando su aspecto en el reflejo de un vidrio de la biblioteca.

Lo prohibido.

-No había espejos, por lo que no supe en mucho tiempo cuál era mi aspecto. Me observé en el reflejo del vidrio de un estante de la biblioteca y por primera vez pensé que de verdad era una linda persona. Sobre mi hombro vi al superior de la comunidad observándome… ´Cagaste, Ruso. Vanidad´. Fingí estar retirando suciedad del vidrio, pero fue en vano. Se acercó, me recriminó tal acto de vanagloria y agregó: ´Y pensó bien, hermano Vicente. Usted es verdaderamente precioso´. Poco acostumbrado a recibir halagos y sorprendido, sin dudas, siempre esquivo a los mismos, lo tomé como una muestra de paciencia a mis torpezas. Seguidamente, me pidió que luego de las oraciones de la noche pasara por su celda -siempre inaccesible para la comunidad- a medirle la presión arterial y colocarle una pomada antinflamatoria en el tobillo como tratamiento a una caída bastante severa que le afectó esa parte del cuerpo. Lo tomé como una muestra increíble de confianza».

-¿Voy con mi ángel guardián?

-No, vaya usted solo.

Entonces empezó lo que nunca quiso que pasara.

-Debía atravesar un largo salón que usábamos para la catequesis, una puerta, otra puerta y la mirada fija para no pensar en la terrible fobia que le tenía por aquel entonces a la oscuridad. Golpeé la puerta. Pasé. El superior ya estaba sin su hábito. Era un hombre muy grande, de buen físico pese a estar entrado en años. Medí la presión, valores normales, también su pulso. Coloqué la pomada y apliqué calor según las indicaciones médicas. Sentí un leve quejido y le pedí disculpas», recuerda en su relato.

-A usted le perdono cualquier cosa, mientras sea solo mío -le dijo el superior en aquel momento.

«Quedé helado pensando por pocos segundos qué quiso decirme y una vez más fue el humor mi escapatoria: -Padre, creí que el voto de pobreza no le permitía tener nada como propio».

Entones, recuerda, el superior «lanzó una fuerte carcajada – de esas prohibidas por el manual de costumbres del convento – y rompió el Gran Silencio obligatorio al finalizar las oraciones, pero al menos me alegró verlo un poco mas suelto, más humano. Sin embargo mi incomodidad era notoria».

-Relájese. Hay que saber compartir el alma.

El relato de Vicente sigue:

«Esa sería su frase recurrente y su mejor excusa a partir de entonces: compartir el alma. Aquella noche, mientras realizaba mi tarea, atinó a acariciarme un brazo y a preguntarme qué llevaba debajo de los hábitos. Ya temblaba. Al levantarme de la silla, despedirme y dar media vuelta, se levantó de un salto (¿Y el tobillo?) me abrazó por detrás, me besó el cuello y me dijo al oído:

-Mío, de nadie más, mío.

Quiso ignorar lo que sabía que había pasado. Pensó que lo estaba poniendo a prueba. Fingió que nada de lo que había pasado había fatalmente ocurrido. Se despidió:

-Santa noche, padre.

Ahora recuerda aquella situación traumática: «Esa noche no recé mis oraciones en la celda. Estaba triste. Me saqué los hábitos, caminé por el pasillo, utilicé el baño e intenté dormir. Dentro de la habitación donde fui a atender al sacerdote había una especie de mini capilla donde celebraba misas privadas ¿No pensó que el mismo lugar donde buscaba satisfacer sus pasiones más bajas estaba en la presencia de Dios? Lo más triste es que a pocos metros estaban mis papás, que habían ido – con mucho esfuerzo- a visitarme tan lejos. No podía hacer más que pensar en ellos. En buscar las palabras para decirles que me sacaran de allí cuanto antes. Nunca lo hice. Me invadían las preguntas, las dudas, los miedos. Trabé la puerta – algo también prohibido – por miedo a que aquella noche entrara en algún momento. ¿Me seguiría molestando? ¿Me va a echar si no le sigo la corriente? ¿ Será que solo buscó probarme? En algún momento logró vencerme el sueño y el cansancio, porque me despertó el repique de campanas indicando que comenzarían las oraciones».

Qué dijo el superior

El superior de los capuchinos, José Miguel Padilla negó las acusaciones en su contra.

En un comunicado que reprodujeron medios pampeanos dijo que “ante la difusión de graves acusaciones que han salido en redes sociales de Vicente Suárez Wollet, quien fuera postulante hace tres años en nuestra comunidad, manifiesto con toda firmeza que jamás ha sido abusado y es falso de toda falsedad esa declaración”.

“A este joven se le pidió oportunamente se retirara de la comunidad y hay varios elementos objetivos que muestran un comportamiento singular del mismo en varios lugares y ocasiones”, expresó Padilla.

“La sospecha, la difamación y la calumnia destruyen rápidamente, pido al Buen Jesús que es Camino, Verdad y Vida, su asistencia y gracia en este doloroso momento para que iluminados por él, la fortaleza y la caridad nos guíen”, se defendió.

En el comunicado el sacerdote acusado de abuso sexual expresó que “hace más de quince años que comparto con ustedes la vida del pueblo y colegio, que estos años sirvan como silenciosa respuesta”.

No obstante, distintos colectivos están manifestándose a las puertas de la Parroquia Inmaculada Concepción de General Alvear.

El colectivo “Sororas Libertarias” y autoconvocadxs alvearenses repudió los dichos de Padilla. “Creemos en Vicente y lo apoyamos en este duro y valiente momento en el que decidió sacar todo ese dolor a la luz”, dijeron.

“Repudiamos los dichos del párroco en los que niega la acusación, repudiamos todo su accionar y dejamos en claro que nuestra posición es del lado de la única víctima, Vicente. Y a todos los Vicentes que estén con miedo a hablar les decimos que no están solos, les creemos. ¡Basta de curas abusadores! ¡Basta de impunidad! ¡Basta de obispos encubridores! ¡Basta de doble moral!”, dijeron.

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.