El cura Mario José Taborda renunció a su función de párroco en la Parroquia Inmaculado Corazón de María, de Bajada Grande. Lo suplantará el exrector del Seminario Arquidiocesano de Paraná, Eduardo Jacob.

La baja fue acordada con el obispo Juan Alberto Puiggari a finales de 2017, y se relaciona, según explicaron en la curia, a razones personales: el deterioro de la salud del padre del sacerdote lo movieron a estar más tiempo junto a él y eso le impedía cumplir con sus labores de párroco.

De todos modos, Taborda mantendrá su cargo de capellán de la de la Unidad Penal de Paraná -y por esa razón el sueldo que le paga el Servicio Penitenciario de Entre Ríos- aunque en lo pastoral tendrá tareas pasivas: fijó la residencia en la parroquia Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, ubicada en avenida Jorge Newbery al 2900, de Paraná.

Taborda, nacido en Crespo en 1958 y ordenado sacerdote por el ahora cardenal Estanislao Karlic en 1984, llegó a Bajada Grande en 2010 para reemplazar al histórico párroco Orlando Mattiassi, quien gobernó la zona desde 1976.

 

Confesiones


 

 

Taborda ha sido de los pocos sacerdotes que han osado hablar de su vida privada, un asunto que siempre es comidilla de propios y extraños.

 Una noche de invierno de 2011, en la parroquia Inmaculado Corazón de María, de Bajada Grande, adonde había llegado para suplantar al histórico Orlando Mattiassi, contó parte de su historia, o su historia la contó a su modo, con algunos retazos dejados entre paréntesis.

–Yo tuve momentos de crisis. Viví situaciones que no debe vivir un sacerdote, me enamoré de una mujer, algo que me hizo sufrir mucho. Pero yo no tengo vergüenza de eso. Yo lo digo públicamente, de esa situación aprendí mucho, y ahora es parte de mi felicidad. Me hizo aterrizar. Fue el comienzo de mi aterrizaje en lo humano. Yo pude empezar a trabajar mi condición de persona. Imaginate, ingresé a los 12 años al Seminario. Me desgajé de mi familia antes de tiempo. Si bien nunca dudé, no pude desarrollar la madurez lógica que debe desarrollar alguien que vive la relación humana en el trato con lo femenino, con el mundo. Viví un mundo entre algodones.

-Ingresaste de muy chico al Seminario, ¿eso te impidió la posibilidad de tomar opciones en la vida?

-Nunca tuve la posibilidad de optar. Si bien la elección que hice la sentí siempre, no tuve esa opción. Desde chico quise ser cura. Sin embargo, hay procesos humanos que no se pueden negar. Y a veces lo que no se vive antes, se lo vive después, con dolor. Pero yo estoy tranquilo con eso, aprendí mucho, y ahora tengo un vínculo muy especial con la persona con la que viví esa situación.

-¿Te enamoraste? ¿A qué edad te pasó?

-Tendría 37 años. La situación, entiendo yo, fue producto de haber tenido demasiado laburo. Me pasé de vueltas, dormía poco. Empecé a angustiarme, vivía muy tenso. Pero yo nunca busqué a esta persona. Nunca pensé que la situación se daría así, pero bueno, fue lindo, y hoy lo agradezco. Hoy tengo una linda amistad, sana, con esta persona, una relación libre. Pero siempre hay que ser prudente y cuidadoso, porque uno nunca pierde las pulsiones de la humanidad.

-Hablás del dolor que te produjo aquella relación. ¿Qué te hizo sufrir?

-Lo más doloroso fue que no podía ser yo. Yo siempre fui muy libre, muy transparente. Y tuve que empezar a mentir. La situación me llevó, tenía miedo. No sabía cómo resolverlo, no podía. Y no poder ser yo, ese ser libre, tranparente, ese loco que dice barbaridades sin culpa y que peca de inocente.

-Alguna vez dijiste que cuando viviste esa situación, y lo contaste a tus superiores, no encontraste ayuda, sino que te dieron otro destino.

-A veces, cómo decirte, es difícil ayudar. Así como a veces le pasa a los jóvenes, que no saben cómo hablar con el padre, a mí también me pasó algo parecido. Ahora entiendo a los que no sabían qué hacer conmigo. Y comprendo que me quisieron salvar, no que me quisieron castigar. No es que no me comprendían.

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.