El cura Eduardo Armándola, paranaense aunque ahora con servicio sacerdotal en el África, eligió el Viernes Santo –día clave en la liturgia cristiana, que recuerda la pasión del hijo de Dios- para despacharse con un mensaje cuestionador del Día del Memoria, por la Verdad y la Justicia, el 24 de marzo.
“Paradoja: lo llaman `Día de la Memoria`, pero le cuentan a los jóvenes una historia donde falta la mitad de la verdad”, escribió en su muro de Facebook.
El sacerdote no se tomó el trabajo de identificar a quién dirigió su mensaje, de quiénes hablaba. Escogió el estilo despersonalizado y algo impune que suele merodear en redes sociales. Alguien “le cuenta” a los jóvenes una historia retaceada de la Historia reciente, dijo el cura. ¿Quién? ¿Quiénes?
Armándola prefirió tirar la piedra. Sólo eso.
Armándola nació en Paraná, y alguna vez sintió que debía ser sacerdote, y lo fue. Se ordenó cuando tenía 25 años, el 8 de diciembre de 1983, y entonces, antes también, pensó que su destino no estaba aquí, sino allá, al otro lado del Océano, como misionero en el África. Se enteró de un llamado de las Obras Misionales Pontificias, y se anotó para marchar a Guinea Ecuatorial, pero el arzobispo Estanislao Karlic la convenció de quedarse. No supo entonces, ni lo sabe ahora, por qué.
–Siempre tuve inquietud de querer ir al África. No sabría explicar por qué, pero siempre tuve esa inquietud de querer ayudar a mis hermanos del África. Y eso se fue madurando desde el Seminario. Y después se siguió madurando en los primeros años de sacerdocio, hasta que hablé con monseñor Karlic. Tuve una proposición para ir a Guinea Ecuatorial, pero él me dijo que no, que era demasiado joven, que esperara un tiempo, para hacer experiencia y adquirir madurez.
Dice Armándola.
Llegó al Seminario a los 16 años, pero no para ser sacerdote. Fue a completar la escuela secundaria, la más próxima que le quedaba a su casa, en la zona del Brete. Después, pasó lo que pasó: sintió el llamado a la vocación religiosa, y no tuvo muchas dudas. Se ordenó sacerdote. Pero enseguida no fue como misionero a ningún lado. Más cerca fue el camino que recorrió, primero en Nogoyá, después a Villaguay; después, sí, al otro lado del mundo. Nueve años después de haberse hecho sacerdote, partió rumbo a Costa de Marfil: tenía 34 años.
Seis meses entre Francia y Bélgica, para aprender francés. Desembarcó en el África el 6 de septiembre de 1993, primero por solamente tres años. Pero allá se quedó 19 años. Más de una vez estuvo a punto de hacer las maletas, y volver con los suyos, sobre todo después de los primeros años, cuando contrajo la malaria, y todo era demasiado extraño para él.
–Los dos primeros años me costaron bastante. Extrañaba mucho. Hasta que después me fui insertando, poco a poco. Todo comienzo no es fácil. Tenía el problema de la lengua, de la cultura, costumbres distintas, comida distinta, entonces hay que ir adaptándose, y darse tiempo.
Armándola se dio tiempo.
Y allá se quedó, en sitios remotísimos, Transua, Assuefri, sin teléfonos, sin agua corriente, lejos de todo, de todos. “El correo llegaba dos veces por semana: una carta de Argentina para allá, demoraba un mes en llegar. O sea que la noticia más fresca que tenía era de dos o tres semanas. Ahora todo ha cambiado”, recuerda.
Un sacerdote de Costa de Marfil fue su primer contacto con la realidad local; después, se sumaron otros misioneros argentinos, los curas José Barreto; y Omar Bedacarratz; ninguno de ellos dos duraron tanto como Armándola: el primero seis años, el segundo, siete; Armándola, siguió al otro lado del mundo.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora