Cuatro años atrás, Leonardo Tovar dejaba la parroquia de San Benito Abad y anunciaba su ida de Paraná. Se fue ninguneado, perseguido y con un ruidoso vacío producido por sus hermanos sacerdotes.
Convertido en réprobo del rebaño del arzobispo Juan Alberto Puiggari, Tovar se marchó, primero a Buenos Aires, después a Río Negro, y explicó por qué se fue: porque no podía obedecer a un superior, Puiggari, a quien consideraba -todavía lo piensa- un encubridor de los abusos del cura Justo José Ilarraz, condenado en 2018 a 25 años de cárcel.
No intentó decirlo: lo dijo.
En julio de 2015, el mundo eclesiástico paranaense se vio conmocionado con las declaraciones del entonces párroco de San Benito, Leonardo Tovar, que trató de “mentiroso” a Puiggari. “Quiero que la gente sepa que hay cosas que no se dicen. Sé que esto causará dolor y división en el clero. Pero hay que decirlo: Puiggari está mintiendo. En mi caso, por intentar ir con la verdad, he sido implícitamente perseguido y excluido, y mi comunidad se ha visto resentida”, dijo entonces.
“Hice todo lo que correspondía, y no me escucharon. Pedí que me digan cómo llegar al Papa, y todavía estoy esperando”, contó. “Lo más aconsejable sería que yo me retire. Si yo procedí mal, que el Papa me juzgue. Mi permanencia acá en San Benito va a depender de Puiggari. Pero mi proceder ante el obispo, lo juzgará el Papa. Estoy dispuesto a irme. No del ministerio, no pienso dejar el sacerdocio, pero sí dejar la parroquia. La entrego. Y me voy a vivir con mi viejo, a Santa Fe”.
Tovar se fue de Paraná. En dos oportunidades intentó volver, pero Puiggari le negó el regreso.
Está en San Antonio Oeste, Río Negro.
Ha vuelto al sur después de pasar unos días en Paraná, una visita que fue por un compromiso: declaró como testigo en el juicio que se le sustanció al secretario de Puiggari, el cura Mario Javier Gervasoni, finalmente condenado a un año de prisión condicional por el delito de falso testimonio. Gervasoni no contó todo lo que sabía cuando declaró en la instrucción de la causa Ilarraz en abril de 2015. Y por eso quedó en la mira de la Justicia.
«Yo, como padre, jamás hubiera tirado como carne de cañón a un hijo, como pasó acá», dice. Lo dice con conciencia de quiénes habla: el padre es Puiggari, el hijo, Gervasoni.
Sigue con una mirada reprobadora sobre la actuación de Puiggari en el caso Ilarraz: fue superior de éste en el Seminario, y luego arzobispo. Por eso decidió marcharse, asegura. «No podía obedecerle a Puiggari porque había cometido el delito de encubrimiento. En conciencia, no estoy obligado a obedecer el delito. Por conciencia no puedo seguir a una persona a quien no puedo obedecer», dice.
«Puiggari dice que cree en la inocencia de Gervasoni. Con eso, queda claro para nuestra gente -la gente de nuestras parroquias tiene una visión idealizada de los curas- que acá hubo encubrimiento. Cuando fue el juicio a Ilarraz, los obispos anduvieron a las vueltas, y no se sabía si querían declarar o no. Ahora, con el juicio a Gervasoni, Puiggari se ofreció voluntariamente como testigo. Mario lo encubrió a Puiggari en la declaración contra Ilarraz. Y Puiggari, siendo superior del Seminario, tuvo su parte de encubrimiento con (el cardenal Estanislao) Karlic para fondear a Ilarraz», cuenta en una extensa entrevista con el programa Puro Cuento de Radio Costa Paraná 88.1.
Gervasoni había sido acusado de no haber contado todo lo que sabía del caso cuando declaró como testigo en la instrucción de la causa por abuso y corrupción de menores que se abrió en 2012 al cura Justo José Ilarraz, finalmente condenado en 2018 a 25 años de cárcel. La Fiscalía lo acusó de haber sido “reticente” y no haber contado todo lo que sabía. Dice la imputación: «Que al declarar como testigo en la audiencia testimonial en la causa Nº 52886 caratulada ´Ilarraz Justo José s /Promoción a la corrupción agravada» , que se desarrolló ante el Juez de Transicion N° 2 de esta capital, en fecha 8 del mes de abril de 2015, a partir de las 18,10, haberse pronunciado con falsedad y reticencia, ocultando al juez datos que no podía ignorar, por la relevancia de los mismos y por el rol protagónico que le tocó desempeñar como secretario del Arzobispo Juan Alberto Puiggari – con quien convive en calle Etchevehere 171 de esta ciudad- en relación al hecho investigado contra Justo José Ilarraz. Así obró cuando dijo que prestó declaración en la investigación diocesana tramitada contra Ilarraz sin que Puiggari le manifestara cuál era el objeto de la investigación y de la declaración. Así también obró cuando dijo que pudo charlar algo con Puiggari referido a la investigación para luego decir que no charlo el tema con Puiggari”.
-¿Cómo recibió la noticia de la condena al cura Gervasoni?
-Con mucha tristeza recibí esta condena, porque hablamos de la Iglesia, y como Iglesia, deberíamos tener alguna conducta más decorosa, porque somos predicadores del Evangelio. Lo recibí con mucha tristeza porque esto es una herida. Pero por otro lado, con mucha satisfacción porque hay que empezar a sacar el trigo de la cizaña. Así que estoy muy contento. La Justicia habló.
-Puiggari dijo sigue creyendo en la inocencia de Gervasoni, a pesar de la condena judicial.
-Es lamentable. Ahora no creen en la Justicia. Se llenaron la boca diciendo que había que dejar actuar a la Justicia en los casos de abuso, y pidiendo que la Justicia actúe, que la Justicia diga. Bueno, ahora la Justicia habló. El gesto que se esperaba de ellos era que dijeran: «Nos equivocamos, cometimos un error, pedimos perdón y asumimos la pena». Eso hubiese sido un gesto bueno. Pero queda claro que siguen actuando de igual forma. En 2010, cuando me entero por Hernán Rausch de los abusos de Ilarraz, esperamos dos años, hasta 2012, aguardando ingenuamente que la Iglesia actuara. Pero si no se hubiese publicado el caso en los medios, la Iglesia no hubiera hecho nada. Fueron dos años de silencio junto con otros curas, como José Dumoulin, José Carlos Wendler y yo, dos años de silencio respetando ingenuamente los procesos de la Iglesia. Pero lo único que hubo fue encubrimiento. Si no salía este caso a la luz, no decían nada, porque quedaba en evidencia que ellos, en el año 1995, hicieron una investigación interna redesprolija, que no cumple normas canónicas. Y después de ese proceso y de la condena que le impone Karlic, lo mandan escondido a Ilarraz a una parroquia de Tucumán.
Los secretos de Mariápolis
El 14 de septiembre de 2012, después de que el caso Ilarraz ganara la luz, la curia convocó a una reunión urgente de todo el clero en el Centro Mariápolis El Salvador, en la zona de El Brete. “En el día de la fecha el presbiterio de la Arquidiócesis de Paraná se reunió, junto al arzobispo, en el Centro Mariápolis El Salvador. Luego de un momento de oración y escucha de la palabra de Dios, el arzobispo expuso la situación del sacerdote acusado. Como resultado de dicho encuentro, los sacerdotes resuelven asumir el comunicado emitido por el arzobispado el día 13 del corriente, como propio”, dijeron entonces desde la Iglesia. En esa declaración, la Iglesia de Paraná hizo saber de la “profunda vergüenza e inmenso dolor por faltas gravísimas cometidas por uno de quienes deben servir a la vida moral del pueblo con su ejemplo y enseñanza”.
A decir verdad, aquel encuentro en Mariápolis fue tenso y escandaloso. Esa vez, Karlic dijo que a Ilarraz lo había presentado en distintos lugares, y en todos lados lo habían recibido con mucha caridad «sabiendo de su situación», según recuerda ahora Tovar. «Cuando dijo eso, yo me paro y digo: ´Acá alguien miente´. Karlic me increpó y me dice: ´Tovar, me dijiste mentiroso. Cómo me vas a llamar mentiroso´. Ante eso, le digo: ´Yo no le dije mentiroso. Maulión me había dicho que no sabía nada de Ilarraz, que cuando le firmó el pase a Tucumán, ni usted ni Puiggari le habían dicho nada a Maulión. Es decir, le hicieron una cama a maulión´. Entonces, Larlic lo mira a Puiggari y lo increpa: ´Juan Alberto, te dije a vos que le informaras´. Entonces, Puiggari dice: ´Yo le dije que había una carpetita que debía mirar´. En todo eso, la única bondad de Karlic fue que dijo la verdad».
En septiembre de 2010, Tovar, Wendler y un grupo de sacerdotes firmaron una carta dirigida a Maulión en la que le hacen conocer la “gran preocupación” que generaban los comentarios acerca de la existencia de casos de abuso de menores por parte de sacerdotes.
Hubo varios envalentonados con esa carta, sentimiento que duró hasta que Puiggari desembarcó en Paraná, para suceder a Maulión. «Cuando vino Puiggari, se mandaron a guardar y no dijeron nada. Los únicos que quedamos fuimos Jose Carlos Wendler, José Dumoulin y yo. Hicieron circular que nosotros hacíamos todo esto porque no lo queríamos a Puiggari. Pero nosotros lo empezamos con Maulión como arzobispo y con Benedicto como papa», recuerda.
-¿Qué pasó entonces?
-Me hicieron un vacío entre todos los que lamentablemente tenemos que llamarlos hermanos curas. No sangro por la herida. A raíz de eso y de muchos otros hechos, me tuve que ir de la diócesis. Después de la reunión de Mariaplis, y tras la publicación de lo que había ocurrido allí, me empezaron a llamar un montón de curas de mala manera, acusándome de que yo había sido el que había hablado. Ahí empezó la persecución y el vacío. Tuve que renunciar al consejo presbiteral. Ignacio Patat mandó una carta diciendo que si yo permanecía, él no iba a ir más a las reuniones. Me obligaron a renunciar. Tuve que renunciar. Empecé con problemas de salud, y entonces decido irme. Me fui fundamentalmente porque yo no podía obedecer a Puiggari, que era mi arzobispo y de quien yo pensaba que había encubierto a Ilarraz. Por eso, yo digo que hasta acá la Justicia de Entre Ríos ha actuado bien, ha marcado un camino. Pero creo que falta dar un paso más: ese paso sería el juicio por encubrimiento a Karlic y a Puiggari.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.