Fue el 27 de mayo de 2003, cuando todavía el ciclo escolar no había podido empezar con regularidad en Entre Ríos, y en la provincia gobernaba el radical Sergio Montiel, agobiado por los paros en las escuelas. Era el Kirchner en una versión que se popularizó: ajeno al protocolo, encabezó un acto en el CGE en el que anunció una asistencia financiera que permitió la vuelta a clases, y al que el gobernador no pudo asistir.
Jueves 28 de Octubre de 2010
Las aulas estaban vacías. El gobierno de Sergio Alberto Montiel se sostenía en el aire y su administración buscaba vanamente encauzar el conflicto que más dolor de cabeza le había acarreado, el más largo: el que le plantearon los docentes. Les pagó –a los docentes, a todos los estatales– en bonos Federales el salario; en medio ensayó una receta de achique del Estado con despidos en masa; y después se hundió en el descrédito y el desfinanciamiento: los recursos no alcanzaban para pagar a tiempo los sueldos.
Era el otoño de 2003. El año anterior, 2002, había cerrado con déficit: los estudiantes habían perdido el 25 % del tiempo escolar en medio de paros de los maestros, y ahora no era distinto. Había pasado más de la mitad del mes de mayo, y la huelga docente se sostenía. De no haber sido por una seguidilla de amparos en la Justicia, que habían obligado a los docentes a levantar las medidas de fuerza, aquel año escolar hubiera sido más catastrófico de lo que finalmente resultó.

El viernes 9 de mayo de 2003, siete defensores de Pobres y Menores –Luis Franchini, Marcela Piterson, Pilar Mestres, Mario Franchi, Alicia Olalla, Marta del Barco y Mario Gómez del Río– presentaron un recurso de amparo que encontró acogida favorable en la entonces jueza de Instrucción –hoy vocal del Superior Tribunal de Justicia (STJ)– Susana Medina de Rizzo, que obligó a los maestros a volver a clases.

“Nuestra función fue evitar que se den situaciones como las que estábamos viendo, en la que sólo accedían al derecho a la educación aquellos que podían pagarse una escuela privada”, justificaron entonces los funcionarios judiciales.

Tironeos

Aquel año había amanecido con el humor puesto al revés. El 14 de febrero la Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos (Agmer) determinó un paro por tiempo indeterminado en reclamo del pago de los salarios adeudados: la medida obligó al Gobierno a posponer en dos oportunidades el inicio del ciclo lectivo, que quedó fijado para el 24 de marzo. Tres días antes, un congreso provincial del sindicato resolvió no iniciar el ciclo, medida que sería ratificada en forma sucesiva: el 3 de abril y el 24 de ese mes. El 9 de mayo, vuelta a sesionar, y vuelta a decidir lo mismo. En medio, actuó la Justicia.

El clima se sostenía tenso, y el cumplimiento del mandato judicial sólo duró unos pocos días. El conflicto seguía porque la solución a las demandas no estaba: el Estado, desfinanciado, no podía cumplir con la función más básica: pagar los salarios a sus empleados.

En el país algo pasaba. El domingo 25 de mayo Eduardo Duhalde le transfería el bastón de mando del país a Néstor Carlos Kirchner, aunque aquí, en Entre Ríos, gobernaba Montiel y el clima social era de hastío y revuelta, más todavía en las aulas. Dos días después de calzarse la banda presidencial, Kirchner ordenaba a su ministro de Educación, Daniel Filmus, dar solución al conflicto entrerriano.

Filmus negoció con Marta Maffei, entonces secretaria general de la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (Ctera), y ésta a su vez bajó la orden a los dirigentes de Agmer en procura de sellar un acuerdo que destrabara el conflicto docente.

Era el 27 de mayo. Fue el primer gran acto del gobierno de Kirchner presidente. La noche anterior Filmus ya tenía redactado el borrador del armisticio, que los docentes analizaron durante un congreso relámpago en Paraná. A primera hora de la mañana del martes 27 el ministro había llegado a Paraná en el mayor sigilo: armó su cuartel general en una habitación del Hotel Mayorazgo (hoy Howard Johnson) y cuando logró el objetivo, llamó a su jefe por teléfono. El escenario era el mejor: el acuerdo era posible.

Cerca de las 15, Kirchner abordó el avión Tango 10, un Lear Jet de la Fuerza Aérea en el Aeroparque Jorge Newbery, en Buenos Aires, sin custodia ni edecán: lo acompañaban el entonces jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, y el vocero, Miguel Núñez.
Alrededor de las 16 ya estaba en Paraná. “Pongamos mucho coraje, demostremos que se puede hacer una Argentina distinta, un país con convicciones”, dijo, ya en tierra local, de frente a los maestros. “Tenemos que trabajar mucho, estar donde están los problemas, nos faltarán muchas cosas pero no nos faltan ni fuerza ni decisión de construir una Argentina distinta”, aseguró.

Era la tregua final que permitía la vuelta a clases. Aquí, se habían perdido hasta entonces 70 días de clase.
A las 6 de la tarde de ese mismo día, volvió a Buenos Aires.

Ricardo Leguizamón
Publicado en El Diario, de Paraná.