Son más de las 7 de la tarde del martes 2 de mayo. Del otro lado del teléfono, Vicente Suárez Wollert, 27, habla con voz un poco apagada desdela habitación de un hotel de General Pico, a 700 kilómetros de Paraná, en La Pampa. El Hotel Pico es un edificio chato y breve.
Acaba de declarar durante cuatro horas ante un tribunal que lo escuchó, y donde respondió preguntas y contó, el músculo tenso, la angustia al acecho, cómo fue intentar, sin haber cumplido los 20, ingresar a una congregación religiosa de clausura y salir, un año después, con el cuerpo roto y eso que creía su fe hecha añicos: el superior de la Fraternidad de Belén, una versión anticuada de los Capuchinos Recoletos, en General Alvear, La Pampa, José Miguel Padilla, terminó abusándolo.
Nunca fue monje. Fue víctima. Y, para siempre, sobreviviente de los abusos de un hombre dizque de Dios.
En el juicio, primero habló el cura Padilla. Declaró entre las 8,30 y las 11. Luego, ingresó Vicente Suárez Wollert. Se sentó en medio de la Sala 1 del Edificio Judicial de General Pico, de frente a la jueza de juicio María José Gianinetto. “Cuando empecé a declarar, recordé un nuevo hecho. No sé por qué, pero justo ahí lo recordé. En total, fueron cinco situaciones: cuatro de abuso sexual y una de abuso físico”, contó a Entre Ríos Ahora.
Todo empezó en la casa de Dios: la casa de Dios suele alojar también al Demonio. Todo empezó, entonces, con aquel llamado del superior del convento Inmaculada Concepción, en Intendente Alvear, a 150 kilómetros al norte de Santa Rosa, La Pampa. Un día el padre fundador pidió que fuera a su habitación a medirle la presión arterial, a encremarlo con una crema para aliviar el dolor en un pie. Allá fue.
“Me dijo que nadie lo iba a hacer mejor que yo. Dije que sí, que iría, y pregunté si tenía que ir con mi Ángel Guardián, que me seguía a sol y a sombra. Me dijo que no, que tenía que ir solo. Fue ahí que pasó: primero dijo una serie de incoherencias, que uno tiene que compartir el alma. Esa frase siempre la decía para justificar las groserías que decía o cuando se propasaba. Hasta ahí no había contacto físico. Me empecé a poner nervioso. Intento salir de la habitación, pero él salta de la cama, me agarró de atrás, me besó el cuello y me dijo que yo era solamente de él. Me acuerdo las palabras justas que me dijo: «Ya te siento un poquito más mío». Pensé que estaba poniendo a prueba mi castidad. Cualquier cosa pensé, menos que la persona que estaba encargada de cuidarnos, iba a tener este tipo de intenciones”, contó alguna vez sobre aquellos abusos en las celdas del convento.
Este martes, cuando declaró en el juicio al cura Padilla por abuso sexual, lo escucharon con atenta mirada. Las audiencias continuarán hasta el próximo martes 9. Además de la jueza que dirige el proceso, ahí estaban la fiscal interviniente Andreina Montes, acompañada por la fiscal adjunta María Emilia Oporto y Cintia Schenfeld; todas integrantes de la Fiscalía Temática de Delitos de Género. También, los defensores del cura, Jorge Salamone y Florencia Boglietti, y los querellantes, Guillermo Costantino y Mauro Fernández.
Vicente Suárez Wollert es oriundo de Santa Elena, pero ahora vive en Santa Fe: allá es docente de educación especial, de modo que sólo viajó para declarar y ya emprendió la vuelta.
“Pude contar todo y fue liberador”, dice ahora, cuatro horas y media después de salir de los Tribunales pampeanos. “Me angustié varias veces y tuve que interrumpir mi relato. Tuve que pausar y recibí la asistencia de los psicólogos de la oficina de Atención a la Víctima. Pero todo fue muy liberador: no podía parar de hablar, de contar cosas. Fue más que liberador”, dice.
Vicente primero contó los abusos que padeció en un hilo de Twitter: no había pensado en denunciar en la Justicia sino en exponer lo que había pasado en la casa de Dios. Después, supo que además tenía que viajar a La Pampa y formalizar la denuncia contra el cura Padilla, que entonces abandonó la provincia y se mudó hasta San Luis, donde el obispo Gabriel Barba le asignó la parroquia de Nuestra Señora del Rosario del Trono para que dé misa una vez por semana. Vicente le escribió al obispo, el obispo dijo haber recibido ese texto, pero nunca contestó. No explicó por qué un sacerdote, con denuncia por abuso sexual, sigue al frente de un templo y oficia misas.
Ahora no se detiene en ese detalle. Ahora cuenta un dato revelador del proceso al cura Padilla –el religioso que a mediados de los 80 apoyó los movimientos carapintada que sacudieron al gobierno constitucional de Raúl Alfonsín-: por primera vez, tres obispos no se ampararán en sus prerrogativas y no declararán por escrito en el juicio. Lo harán en forma virtual: Raúl Martin, nombrado por el papa Francisco obispo de Santa Rosa; su auxiliar, Luis Martin; y el arzobispo emérito de La Plata, Héctor Aguer.
De todos ellos, y de la Justicia, Vicente Suárez Wollert espera respuestas. “Nunca fue mi intención denunciar. Pero entendí que era necesario. Esto terminó siendo necesario y más que reparador. En las luchas hay que poner la cara y el cuerpo. Hubo que dar todo”, dice.
Tenía 19 años cuando ingresó a la Fraternidad de Belén. Había dejado su familia y su ciudad, Santa Elena. Permaneció enclaustrado entre diciembre de 2015 y mayo de 2016, cuando decide irse. Fue víctima de los abusos del superior de la congregación. Ahora, es un sobreviviente que denuncia y acusa. Y que espera justicia.
De la Redacción de Entre Ríos Ahora