La Conferencia Episcopal Argentina (CEA) expresó su “cercanía a toda la Iglesia que peregrina en Paraná en estos momentos de tristeza esperanzada por la partida de este suelo del cardenal Karlic, quien fuera pastor de esta Iglesia diocesana durante casi veinte años”.

A través de una carta dirigida al arzobispo de Paraná. Raúl Martín, el presidente de la CEA, Marcelo Daniel Colombo, destacó “la lucidez intelectual del cardenal Karlic. Agudeza que puso al servicio de la teología en la enseñanza y en la promoción de esta disciplina en el mundo académico lo que tuvo su corolario al ser elegido miembro de la Comisión redactora del Catecismo de la Iglesia Católica. La pasión del cardenal por la Academia lo llevó a impulsar la creación de la Comisión Episcopal de Pastoral Universitaria de la que fue su primer presidente”.

“Pedimos al Señor que lo reciba en la casa del Padre dando cumplimiento a su palabra: ‘servidor bueno y fiel, entra a participar del gozo de tu señor’”, afirma la misiva firmada también por el secretario general del Episcopado, , Raúl Pizarro.

En 1987 fue elegido vicepresidente segundo del Episcopado, cargo que retuvo hasta 1990, cuando fue votado como vicepresidente primero, hasta 1996. Ese año alcanzó, por primera vez, la presidencia de la Conferencia Episcopal Argentina, función en la que sería reelecto en 1999 y hasta 2002.

Pero también su nombre era conocido en el Vaticano: entre 1987 y 1992 participó junto Joseph Ratzinger, luego Benedicto XVI, en la redacción del Nuevo Catecismo de la Iglesia Universal.

Mientras, aquí, el gobierno de la Iglesia paranaense atravesaba un momento de crisis de conducción. Todavía Karlic no tenía un obispo auxiliar, y sus constantes ausencias de la diócesis crearon un clima de vacío de conducción. Juan Alberto Puiggari sería nombrado auxiliar en 1998.

En medio, ocurrió el caso Ilarraz.

Pero primero fue la primera gran trifulca que soportó Karlic, en el Seminario, cuando echó al equipo de formadores que había dejado Tortolo.

Tortolo había puesto en manos del cura Alberto Ezcurra Uriburu el manejo doctrinal del Seminario de Paraná. Antes de vestir sotanas, Ezcurra Uriburu había estado en el grupo fundador de Tacuara, un comando de derecha, nacionalista y antisemita, que tuvo corta pero ruidosa trayectoria en la vida política argentina de la década de 1960.

De ellos, de Tacuara, el escritor uruguayo Eduardo Galeano dijo en 1967, en un artículo que publicó en el semanario Marcha, que eran “mitad monjes” y “mitad soldados”. Resuelto después a seguir la vida religiosa, Ezcurra Uriburu no se desprendería de aquel misticismo y buscaría afanosamente formar a los milicianos de Dios, él con su estricta sotana negra elegida como su “uniforme”.

Esa peculiar misión empezó a desarrollarla en los claustros del Seminario de Paraná, y en la tarea tuvo el acompañamiento de otros dos sacerdotes de lengua filosa y posturas parecidas: los hermanos Alfredo y Ramiro Sáenz.

Cuando llegó a Paraná en 1983 Karlic supo que su misión era suceder a Tortolo, afectado desde hacía tiempo por una ateroesclerosis profunda que lo llevaría a la muerte el 1º de abril de 1986.

Y aquella sucesión tendría sus costos: Karlic llegó resuelto a enderezar el rumbo ideológico que había tomado el Seminario local, en manos de Ezcurra Uriburu y los suyos.

El camino, en cierto modo, estaba allanado. La enfermedad de Tortolo lo había mantenido desde mucho antes alejado de sus funciones eclesiásticas, tanto a nivel local como nacional.

Tercer titular del vicariato castrense –especie de diócesis dentro de otras diócesis,  destinada a dar atención espiritual a los hombres de los cuarteles–, Tortolo había alcanzado ese cargo en 1975, designado por el Papa Pablo VI. Permaneció en esa función hasta que la enfermedad lo obligó a renunciar, el 30 de marzo de 1982.

Durante los años que siguieron hasta su muerte en 1986, Tortolo estuvo internado, sucesivamente, en dos clínicas privadas de Capital Federal, asistido de cerca por jóvenes seminaristas de Paraná.

La muerte de Tortolo no hizo sino avivar la polémica en torno de su figura, y particularmente su rol durante la última dictadura militar.

De Tortolo, Ana Seoane y Vicente Muleiro escribieron en El dictador, la historia secreta y pública de Jorge Rafael Videla, que el ex arzobispo de Paraná participó activamente en los prolegómenos del movimiento insurreccional que acabaría con el gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón, en 1976.

El 29 de diciembre de 1975, y luego de una reunión de la cúpula de las Fuerzas Armadas, Videla decidió encomendar a Tortolo –a quien conocía por ser el confesor de su madre, primero, y de su familia, después—la misión de convencer a Isabel Perón de la necesidad de abandonar el poder.

La misión la había empezado antes. En sus homilías, Tortolo se encargaba de anunciar lo que vendría: un “proceso de purificación”, tarea que estaría en manos de “hombres incorruptos” provenientes de las Fuerzas Armadas.

Tortolo nació el 10 de noviembre de 1911 en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, pero cursó estudios religiosos en el Seminario San José, de La Plata, adonde se ordenó con tan sólo 23 años, el 21 de diciembre de 1934.

No bien se ordenó, ejerció su ministerio en distintos puntos de la provincia de Buenos Aires, hasta que en 1941 recala en Mercedes, adonde permaneció hasta 1945.

Allí, en Mercedes, fue designado el 21 de junio de 1939 primer notario mayor eclesiástico y canciller del obispado, y dos años después, en 1941, empezó un contacto regular con la familia Videla, según cuentan Seoane y Muleiro.

El 9 de junio de 1956 el Papa Pío XII lo designó obispo auxiliar de Paraná, y aquí se desempeñó junto al arzobispo de entonces Zenobio Guilland, casualmente el mismo que ordenó sacerdote a Karlic en Roma, en 1954.

Guilland y Tortolo se conocían bien. El arzobispo había sido rector del Seminario de La Plata cuando Tortolo estudió allí.

Pero aquí Tortolo estuvo un tiempo breve. Se mantuvo en Paraná durante nada más que cuatro años. El 11 de febrero de 1960 el Papa Juan XXIII lo designó obispo de Catamarca, cargo que ejerció durante los próximos dos años.

El 6 de septiembre de 1962, Juan XXIII vuelve a fijarse en él, y lo promueve al Arzobispado de Paraná, del que tomó posesión el 5 de enero de 1963. En ese cargo quedaría durante dos décadas, hasta que en 1983 lo sucede Karlic.

Tortolo murió a los 75 años. Sus restos están sepultados en la Catedral de Paraná, al pie de la imagen de la Virgen del Rosario.

Pero no descansa en paz: su figura es, todavía hoy, un cuarto de siglo después de su muerte, centro de las más fuertes polémicas.

Aunque no en todos lados ha sido así. El Seminario, su bastión por años, llegó a convertirse en museo de sus “reliquias” y objetos personales. Uno de los más devotos hacia la figura de Tortolo resultó ser el actual arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puiggari.

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora