Por Paola Robles Duarte (*)

 

La guardia periodística comenzó a las 14,10 de este viernes, bajo el sol calcinante de un día que contaba con la promesa de los 40 grados, y tal vez un poco más pisando el asfalto de calle Mitre.

Poco antes de las 15 llegaron los agentes penitenciarios para trasladar a Gustavo Rivas -el abogado condenado por abuso sexual a menores- a la cárcel, aunque recién lograron que saliera, dentro de una camioneta que estacionaron en su garage, alrededor de las 16.

Frente al número 7 que marca la casa en la que, hasta hoy, Rivas cumplía arresto domiciliario con una tobillera electrónica, el calor sofocaba tanto personas como dispositivos móviles.

En mi caso, el celu me abandonó cerrando todas sus aplicaciones,  indicando sobrecalentamiento, y no permitiéndome encenderlo. Se apagó y casi me quedo sin poder cubrir el desenlace de un caso que sigo desde que Daniel Enz lo puso en tapa de Análisis Digital en 2017, si no fuera por la genia de la señora que tiene su kiosco en la esquina de Mitre y Urquiza. Ella me prestó su dispositivo para grabar todo lo que allí ocurría, me dejó reenviar los vídeos, confió en mí dejándome trabajar con su teléfono personal. Ella me ayudó a hacer mi cobertura y quiero agradecerle porque gracias a ella – y a los colegas que acompañan y comparten el ejercicio de la profesión- pude obtener el material con el que publiqué esta noticia. No bastaba con estar ahí sin toda esa generosidad.

En otro orden de cosas, el tema del día: hoy metieron en cana a Gustavo Rivas, un hombre que cultivó su vida pública para darle su nombre a una calle, a una biblioteca, pero sobre todo para ganar impunidad para cometer los delitos aberrantes por los que hoy lo encierran, pese a su edad. Otra vez fue la Cámara de Casación de Concordia la que revisó y consideró que la cosa era más grave e inadmisible que lo que consideraron tribunales gualeguaychuenses.

Rivas transitó todas las instancias de apelación posibles dentro de la Justicia en Entre Ríos, y a cada paso su situación no solo no mejoró, sino que se afianzó su culpabilidad y se acrecentó su condena.

Hoy pasó algo importante. Hoy sufrió una herida de muerte el proceso de naturalización que hizo posible que estos hechos ocurrieran argumentando que los adolescentes menores de edad sacaron provecho por ingresar a la telaraña de Rivas. Hoy fue un cachetazo para los que abonan la teoría de los victimarios buenos y las víctimas malas. Si hay asimetría en el ejercicio del poder – político, económico, o simplemente la autoridad que generan determinados adultos en la vida de la comunidad- es abuso, si se trata de menores de edad, no hay consentimiento.

Aunque haya reinado durante años Rivas con la estrategia de que si hubo provecho económico hay complicidad e incluso beneficio propio, esa ilusión solo pretende disculpar a los culpables y a los cómplices. Eso es facilitación de la prostitución, y es un delito.

Que no nos escandalicemos porque estamos anestesiados como sociedad, no quiere decir que esté bien, tal vez incluso, quiere decir todo lo contrario. Si sos adulto, no minimices esta condena ante un niño o un adolescente, rompé con esa «hipocresía» detrás de la que muchos se escudan, y contale que hoy fue en cana uno de los señores que detentó espacios de poder en la ciudad durante décadas para vulnerar los derechos de aquellos pibes a los que no tendría que haber tocado. No es pura moralina, el abuso es consecuencia de las acciones de los abusadores, no de los abusados, tan simple como eso.

 

 

(*) Periodista. Editora de R2820Radio