Juan Francisco Ramírez Montrull recuerda esa primera reunión. Era 2012 y las primeras víctimas del cura Justo José Ilarraz se animaban a asistir a una reunión en Tribunales. Enfrente estaba el Procurador General Jorge García, y una primera aproximación al infierno: empezar a correr el velo que durante demasiado tiempo había escondido los más atroces abusos a menores en el interior del Seminario Arquidiocesano Nuestra Señora del Cenáculo.

«No le podemos garantizar que la causa prospere. Podemos encontrarnos con la prescripción, y la imposibilidad de avanzar. Lo único que le garantizamos es que la vamos a pelear hasta lo último», les dijo el Procurador. Entonces nadie tenía certezas. Las dudas, en los días primeros, asaltaban hasta a los hombres de la Justicia. Pero la investigación penal arrancó así, tímidamente, y fue ganando confianza. La investigación, de oficio, comenzó comandada por dos fiscales, Ramirez Montrul, y Rafael Martín Cotorruelo, ahora camarista, y alcanzó, al fin, la etapa del juicio oral.

Ahora, este lunes, llega el momento de la sentencia.

«Nunca dudé de las víctimas», dice el fiscal, a horas de conocer el fallo en la causa penal por los abusos en el Seminario. El juicio se desarrolló entre el lunes 16 de abril y el jueves 10 de mayo, y ahora sólo cabe aguardar la sentencia del tribunal conformado por los camaristas Alicia Vivian, Carolina Castagno y Gustavo Pimentel.

Los fiscales Ramírez Montrul y Álvaro Piérola han pedido una pena de reclusión de 25 años.

Todos los denunciantes de Ilarraz -fueron adolescentes en el tiempo que el cura fue prefecto de disciplina del Seminario, entre 1985 y 1993, y estuvieron allí como pupilos, y allí fueron abusados- rondan ahora los 40. Uno de ellos, Fabián Schunk, escribió esto:

«En lo personal, este fue el día más esperado. El día que estuve frente a Justo José Ilarraz y escuché los alegatos de los fiscales.

No lo fue el día de mi declaración en el juicio y quizás no lo sea cuando lo vea preso.

Para mí, hoy fue el día. Hoy me bastó. Hoy era lo que necesitaba.

Necesitaba que alguien nos defendiera, que alguien, por fin, alguna vez, por nosotros, pudiera alzar la voz y el dedo acusador y decirle a ese señor, a esos señores, todo el mal que nos hiciste, todo el mal  que nos hicieron.»

Ramírez Montrull dice que cuando leyó ese texto sintió que había hecho bien su trabajo. Un trabajo de investigación que duró seis años, de 2012 a 2018. No sabe si Ilarraz va a ser condenado -eso lo decidirá el tribunal- pero está convencido de haber seguido el camino correcto, de haber destinado el tiempo necesario, de haber puesto el oído a historias durísimas, y haber pronunciado en el momento indicado lo que las víctimas necesitaban escuchar: «Yo te creo».

Probablemente no lo dijo con esas palabras, pero ahora, a horas del veredicto, cuenta que soportó muy cerca el descrédito hacia las víctimas. «Mucha gente me decía que no les creía, que no creía el relato de las víctimas. Gente de afuera y de adentro de Tribunales», cuenta.

Ahora que el caso fue mediático, que todo el mundo supo, más o menos, qué hizo Ilarraz con esos preadolescentes que estaban a su cuidado en el Seminario, Ramírez Montrull escuchó la confesión de un amigo: «Vos tuviste en tus manos el destino de esta gente. ¿Te das cuenta? En un caso de robo, podes dar respuesta o no dar respuesta a la víctima. Pero acá se juzgaban otras cosas: les podías arruinar la vida a esta gente».

El fiscal lo piensa, y al final concluye que fue así. Vidas estragadas que desnudaron frente a un funcionario judicial historias durísimas, que hicieron a un lado prejuicios y pudores, y revelaron de qué modo un adulto los inició en la vida sexual mucho antes de que supieran qué era eso exactamente.

«Nunca vi tanto valor», le escribió Ramírez Montrull a Fabián Schunk el día de los alegatos, cuando los alegatos habían sido leídos, cuando la tensión había pasado, cuando el día había concluido.

«Asumimos el compromiso sin saber adónde llegaríamos.  Nos dijeron que no se expondrían si no le asegurábamos que todo prosperaría. No lo hicimos, solo les bastó que le dijéramos que daríamos nuestra mayor esfuerzo».

Había que romper la barrera del silencio, había que cruzar el umbral del oscurantismo e impartir justicia en un caso condenado, de forma consciente, al ostracismo más absoluto.

Ni los obispos, ni los curas, ni los confesores, ni los aduladores, ni los beatos ni los salvadores hicieron nunca nada por procurar un acto de justicia. El encubrimiento echó raíces profundas: ahora, todo eso está a punto de llegar a su fin.

«Al fin llego el día en que logramos que todos, hasta los perpetuos negadores, fueron obligados a oírlos», les dijo el fiscal a las víctimas.

Quien quiera oír: este lunes, al mediodía, será la ocasión.

¿Será justicia?

 

 

 

 

 

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.