La mayoría de las veces, esas conversaciones no van a ninguna parte. Se quedan en fórmulas, algunas más odiosas que otras. Ni vale la pena nombrar esos intercambios aburridos en la cola de los bancos a principio de mes, o las charlas calcadas con taxistas o remiseros. Pero no siempre es así. Si uno presta atención, puede haber derivaciones. No quiere decir que suceda un descubrimiento o hagamos un nuevo amigo. No quiere decir que, tras la pregunta que dispara el relato del ocasional interlocutor, se genere alguna empatía entre ambos. Por el contrario, a veces la gente tiene cosas espantosas para decir, experiencias penosas.

Pero otras veces no. Todos saben esto que digo. Pero claro, uno debe estar predispuesto a hacer la pregunta y a escuchar, para seguir luego el camino –o las consecuencias- de esas derivaciones.

Hace unas semanas oí durante 20 minutos al hombre que maneja un remolque. Un señor amable y discreto. Pero si uno le preguntaba, se disponía a conversar.

Me contó gajes del oficio. Entonces pregunté y él enganchó, como engancha los autos con su remolque. Lo había afectado la tristeza del hombre que lo contrató para recoger su coche desbarrancado unos 30 metros en el Parque Nuevo.

“El tipo me decía, pobre, yo le presté el auto y le dije, tené cuidado, no tomés, manejate con prudencia y mire esto!, Dios mío, mire esto!”.

También me contó que en los hoteles alojamiento no dejan pasar la grúa. Tiene que estacionar unos metros afuera y sacar el auto a empujones. Después sí, lo enganchan y se lo llevan. Dice que ha vivido situaciones incómodas en lugares así, pero que él es muy reservado.

En fin que la del remolcador, que alguna vez fue bancario y dejó todo para manejar su camión con guinche, no es mi historia.

Anoche conocí al hombre de acero. Se reveló en una conversación de este tipo, que uno puede apuntalar o cortar en seco, con un ajá desinteresado, sin más.

Y el hombre de acero maneja un remis.

Nos subimos a su coche en peatonal y Gualeguaychú. Un varón joven, no más de 23 años. Tenía un modo servicial y elocuente. Me contó que llevaba doce horas al volante.

-Ufff. Mucho che.

-Sí, sí, de 2 de la tarde a 2 de la mañana.

Me contó que estudiaba además, que promediaba una carrera de instrumentista y tenía esperanza en eso. El hombre de acero quiere progresar, quiere darle un buen pasar a su niña de casi dos años.

-Quise entrar a la policía, porque en mi familia son todos policías, pero no pude, no pasé la revisación, porque estoy lleno de titanio. Dos veces no pasé.

Eso me dijo el remisero. Podía hacer como si nada, él seguía hablando de sus búsquedas laborales, pero ahí estaba el principio, seguro que sí, como mínimo de un accidente de moto. Una experiencia al borde de la muerte. Pero ¿quería escuchar sobre un accidente a las 12.30 de la noche de un viernes, antes de irme a dormir?

-¿Y por qué estás lleno de titanio?

El remisero hizo una pausa. Tal vez analizaba si contar o no. Si revelar su verdadera identidad ante dos desconocidos.

-Me caí de un cuarto piso.

-¿Cómo que te caíste de un cuarto piso?!!

Inmutable, narró lo que fue un horror indecible y ya es otra cosa.

Dijo que estaba pintando en un edificio en construcción, apenas tenía 19 años. Pintaba y cantaba una canción que se le había pegado de alguna parte. Dio unos pasos hacia atrás mirando la pared sobre la que trabajaba. “No me di cuenta que los de la empresa de aberturas habían sacado los vidrios. Iba caminando para atrás, cantando y pasé de largo…”

-“¿Te acordás de algo?”, me salió.

-“La sensación de pisar el aire, como un suspiro y después nada. La terapia intensiva del sanatorio por 20 días”.

-“Te rompiste todo”, razoné en voz alta.

-Caí de cara, tengo toda la mandíbula echa de nuevo y un brazo.

-¿Las piernas, la columna?

-Nada, la cara, los dientes claro y el brazo derecho.

La conversación siguió en relación a los temas prácticos y legales, después del desastre. Un rato antes de bajar, le pregunté la altura desde donde había caído.

-Y.. calcule tres metros por piso, más o menos, son unos 12 metros.

Me despedí de un hombre que cayó durante doce metros y se dio de cara contra el piso.

Me despedí del hombre de acero que maneja un remis y pensé, entre otras cosas, en esto de las derivaciones y también en la canción que habrá estado cantando cuando pisó el aire.

 

Julián Stoppello

De la Redacción de Entre Ríos  Ahora