Por Pablo Huck (*)

 

El juicio al cura Marcelino Moya lo pienso como una gran posibilidad de decir. Eso es mucho en un tema como este, el del abuso, donde el silencio no es una cuestión menor.

El juicio es como una posibilidad de decir, y es la posibilidad que tendré de manifestarme en medio de este gran proceso de sanación que llevo adelante.

Ese proceso de sanación lo empecé en el trabajo psicoanalítico y psicoterapéutico que vengo haciendo. Pero este juicio va a significar poder sacar este tema del ámbito de la terapia y ponerlo frente a conocidos, frente a amigos, la familia, los pares de la Red de Sobrevivientes de Abuso. El hecho de poder sacar el tema del abuso del ámbito de la terapia es un gran momento. Y llevarlo al ámbito de la Justicia es un enorme paso: conseguir justicia en este tema será un gran paso, desde lo simbólico, y un gran aporte en el proceso de sanación que empecé mucho tiempo atrás.

Pensaba respecto de lo puntual del juicio, en el que se va a debatir este tema, y de lo importante que es el hecho de que se conozca que en un delito sexual, que es de instancia privada, cuando uno manifiesta la verdad, el proceso de sanación se activa. Y ni hablar en el caso de un cura con todo lo que significa.

Me parece que la Justicia de Entre Ríos ha demostrado que empezó a estar a la atura de las circunstancias en estos delitos. Ya sea por el trabajo de la senadora Sigrid Kunath, y de gran parte del personal de los Tribunales, -fiscales y jueces-, cuyo trabajo ha permitido que ya haya dos condenas, a Ilarraz y a Escobar Gaviria. Me parece que eso es digno de resaltar.

Esto también sea, creo, porque hay una sociedad que empieza a entender que en un abuso hay un delito. Y que por ese delito del cual fuimos víctimas arrastramos un montón de situaciones dolorosas desde hace años, que en algún momento hay que darles un corte. Hay que darles un corte porque las consecuencias son devastadoras. Acá no hay solo consecuencias de tipo física: lo más grave de los abusos está en la afectación del desarrollo de la persona.

Esto que viví siendo adolescente me ha traído muchísimas complicaciones en diversos aspectos de mi persona: en lo social, en las cuestiones de relaciones, de contacto más cercano, como amistad, pareja, familia.

De hecho, en el proceso que he desandado para conseguir una posibilidad de sanar, y desde lo simbólico, la denuncia fue fundamental. Siento claramente un antes y un después en mí respecto de la denuncia que hice en la Justicia.

Hubo algo que se destrabó, un paso a la acción, un empoderamiento, ese poder decir en lo público, y manifestar en lo público todo lo que pasó. Eso me ordenó un montón, me dio mucho valor, me puso en otro lugar, pude retomar mi carrera profesional, mi vocación de servicio en cuanto a la salud, pude encarrilarla y sostenerla.

En lo afectivo, también me ayudó. Al momento de realizar la denuncia en la Justicia, yo ya estaba en pareja. Pero no podía proyectar, no tenía mucha visión de futuro en esto. Y esta falta de proyección se daba en la pareja y se daba también en la profesión.

Por eso digo que el proceso judicial es una parte importante en el proceso de sanación. Y es paralelo a un montón de otros procesos, también inherentes a la búsqueda de sanación. Un proceso que uno en algún momento lo comienza como necesidad absoluta de sobrevivir.

¿Qué representa para mí la denuncia primero, el juicio después, y eventualmente la condena a Moya? Cualquier condena en un delito de abuso es ejemplificadora. Es un delito que debe ser desterrado. Y en lo particular de la iglesia, estas sucesivas condenas los hará salir de la burbuja y bajar a tierra, porque la justicia civil le cabe también a los delincuentes que tienen adentro de la institución. Y va a tener que tomar medidas: que cada persona que sea ordenada como monja o como cura tenga previamente una evaluación psiquiátrica. Porque abusadores puede haber en distintos ámbitos, pero en la Iglesia juega y pesa mucho la confianza ciega que niños, adolescentes y adultos tienen respecto de ellos. He tratado de buscar el mejor ejemplo que dé cuenta de lo que pasa, y no se me ocurre otro que el lobo, disfrazado de oveja, cuidando el rebaño.

Abusadores puede haber en todos lados, pero en la Iglesia se da con una vuelta más macabra y más oscura.

 

 

 

 

(*) Pablo Huck es médico. En 2017 denunció en la Justicia los abusos a los que lo sometió el cura Marcelino Ricardo Moya cuando integró los grupos juveniles de la parroquia Santa Rosa de Lima, de Villaguay. También fue su alumno en el Colegio La Inmaculada. Moya será llevado a juicio, entre el 25 y el 28 de febrero de 2019 en Concepción del Uruguay.