Un pasillo de baldosas viejas. Una puerta a un costado. Una cancha de bochas. En la Cueva Cultural se suceden espectáculos de artistas locales todas las semanas. Este jueves, sin ir más lejos, se presentaron cinco compositoras, ayer le tocó a Manguruyú.
La fachada de lo que antes fue un instituto terciario y alguna vez una dependencia policial que se utilizó en la última dictadura como centro de detención, ahora es un club de música en calle Urquiza, casi Santa Fe: Tierra Bomba. Cada fin de semana, un show.
En La Paz, otra vez: una casona antigua que adopta la forma de un bar y desde hace ya un tiempo le añade a su oferta el talento de alguno de los tantos músicos que producen y trabajan en la zona. La Casa de al lado se llama.
En peatonal San Martín, una escalera estrecha te conduce al primer piso de una casa de altos, con esas ventanas gigantes y las habitaciones amplias que permiten organizar un bar e incluso instalar un escenario breve. Parecido a lo que alguna vez se llamó Le Balconé, esta versión se nombra Finden Pub.
Y hay más, bares de estilos más corrientes que le dan lugar a propuestas artísticas y también instituciones como el Casal de Catalunia que generan su propia cartelera o el bar del Club Social por caso.
Paraná tiene buena estrella con los músicos. Hay muchos y muy buenos. Lo que no había hasta hace poco eran espacios. Ahora sí hay –menos para el rock donde todavía resuena Cromañón-, sobre todo iniciativas privadas y en muchos casos con una definición estética que puede tener dos orígenes: elección o condición. Es que en la mayoría de los casos enumerados se trata de espacios recuperados de las manos de la humedad, la acumulación de años y problemas o directamente de la ruina.
La cultura, en Paraná, se hace mayormente en casas viejas. Sale de casas viejas. Puede ser una opción estética, incluso un espíritu de saludable reciclaje. Aunque también puede ser que se trate de que son esas y no otras las posibilidades a mano.
En todo caso, en el ámbito privado, no hay qué discutir. Soy productor, quiero generar un espacio, encuentro un club en desuso, una cantina abandonada, hago un buen acuerdo y le doy nuevo sentido. El Relámpago Verde hizo maravillas en el club Español, clausurado hace algunos meses por la Municipalidad de Paraná.
Ahora bien, los lugares reciclados y los edificios viejos para la Cultura también son una política -por decirlo así- de Estado.
En Paraná no hay construcciones nuevas para ampliar la oferta y las plataformas del arte. No las hubo en diez años con buenos caudales de ingresos de dinero público que, sí en cambio, comenzaron a bosquejar un centro de convenciones.
Repasemos los espacios estatales dedicados al teatro y la música: Teatro 3 de Febrero, Centro Cultural y de Convenciones La Vieja Usina, Centro Cultural Juan L. Ortiz, Centro Experimental de Imagen y Sonido Gloria Montoya, Casa de la Cultura. Algunos provinciales, otros municipales, todas son construcciones de muchos años, algunos en mejor estado, otros más comprometidos en su estructura o casi en ruinas.
Juan Falú, de visita en un concierto compartido con la Orquesta Sinfónica de Entre Ríos en 2010, dijo en el patio de la Usina que no le gustaba tocar en estaciones de trenes resignificadas como espacios culturales. Que en las estaciones de trenes debía haber trenes y no escenarios. Palabras más o menos, ese era el sentido.
La cultura se mete donde la dejan. Crece como el pasto en las paredes descuidadas. Pero no hay ni hubo un plan. No aquí.
Un ejemplo es la ampliación de la Casa de la Cultura.
La gestión provincial anterior planteó la puesta en valor del viejo edificio de Carbó y 9 de julio y le añadió una estructura de tres pisos a un lado. Antes de cumplir un año, la flamante construcción ya tuvo serios problemas por filtraciones: se llovió. Mucho se llovió, tanto que arruinó cielorraso y algunos equipos. Pero el problema de fondo es otro. La nueva Casa de la Cultura tiene apena un espacio de alguna amplitud que se inscribe en una indefinición casi inútil: no es sala de cine, no es sala de teatro, no es sala de concierto. Es sala de usos múltiples. La Usina, en cambio, sí tiene un lugar para la música y por esos todos los artistas quieren tener una fecha ahí. El Gloria Montoya, hace mucho tiempo ya, no puede recibir actividades, ni visitas.
La cultura tiene un lugar marginal en la ciudad. Va donde la dejan, donde se hace espacio, en casonas viejas y clubes olvidados. Si el Estado hace algo al respecto, es un regio reciclaje que se llueve o un gran negocio que no beneficia ni al público ni a los artistas, ni a los aspirantes. No es para la Cultura.
La Cultura no está en el plan, ni en el planteo. Crece como el pasto, como esos arbolitos empecinados entre las rajas. Y se hace ver, por suerte, a pesar de todo.
Julián Stoppello
De la Redacción de Entre Ríos Ahora