La siesta transitaba, mansa, un martes soleado de septiembre, y de pronto, la puesta perfecta en una esquina cualquiera, la esquina de Carbó y Ramírez. Vestido de negro, sonrisa amplia, el tiempo perfectamente cronometrado, hizo su número: puso un balde en el piso, tomó una vasija, la volcó. Cayó agua, y se vació. Hizo un truco, y volcó otra vez la vasija: más agua. Otro truco, la misma pantomima, más agua. Un número de magia al paso, de esos artistas callejeros necesarios. De esos que ahora aparecen en las esquinas, y sorprenden con puestas distintas, coloridas, atragantes.

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.