Dicen que el periodismo narrativo está de moda, que es la nueva cara que muestra el periodismo, el mascarón de proa de un oficio que, hoy, hay que decirlo, no pasa por su mejor momento.
Pero quién lo dice.
Lo dicen los mismos periodistas, los mismos cronistas, que han formado una especie de club social de los periodistas narrativos, y se soban el rabo, y se dicen unos a otros: pero qué bien escrito está eso, qué bien Caparros, qué bien Villoro, qué bien el chileno Meneses, que bien la críptica cronista Leila Guerriero.
El periodismo narrativo, vale aclararlo, es una fabulosa ventana por donde mirar la realidad de todos los días, encontrar personajes célebres o anónimos, pero que de tan bien retratados se vuelven imprescindibles de conocer: yo leí “El Gigante que quiso ser grande”, y entendí a un personaje de no ficción que había visto tantas veces por la tele pero que hasta entonces, hasta que no leí esa crónica de Leila Guerriero, no había conocido.
Leí “Larga Distancia”, de Martín Caparros, y ya no pude leer otra crónica de viajes que no fuera esa, la pluma de Caparros contándome de esa señora extravagante de Oriente que viajaba en un Rolls Royce rosado.
El periodismo narrativo, dicen, está hoy en su mejor momento, y con bellos exponentes, adiestrados cronistas que moldean el estilo, y jamás pierden de vista el objetivo, la historia bien contada, la historia, así, a secas, que es de lo que a fin de cuentas se trata.
El periodismo narrativo, el periodismo, de última, se trata de eso, de contar una historia.
Pero tengo que admitirlo: me harta un poco la moda del periodismo narrativo, porque creo que eso pasa hoy día: hay como una moda, y muchos se han vuelto periodistas narrativos.
Me voy al Norte, veo norteños, escribo del norte, retrato norteños.
Me parece que primero, y fundamentalmente, se es periodista, y antes que eso, un excelente amigo de las letras, del idioma.
El idioma a veces soporta maltratos en serie en el periodismo: los periodistas, por el apuro, por las malas condiciones de laburo, por la falta de buenos editores, por la inexistencia de correctores, solemos cometer tropelías con el lenguaje.
Utilizamos lugares comunes, frases hechas, popularizamos engendros que solamente unos pocos conocen de qué se trata.
Todos, ahora, por ejemplo, hablamos del dólar “blue”. Los títulos de los diarios hablan del dólar “blue” como si todos estuviéramos adiestrados en los vericuetos de esos submundos, y, más aún, que fuéramos todos angloparlantes, que manejamos a la perfección el inglés.
Eso es en las formas.
Ni qué decir del fondo: el periodismo, en su estado puro.
El periodismo, los periodistas, no pasan por su mejor momento.
Las reglas de juego, las reglas del mercado, los reacomodamientos, la incursión de una nueva clase empresarios en los medios han torcido el rumbo, han vuelto todo más pobre, menos profesional, las piezas son más toscas, el manejo de los medios se ha prostituido.
No sé si alguna vez hubo independencia, pero lo que ahora se ve es un abusivo manoseo de los contenidos en los medios: la información se retacea, se amolda, el relato se ordena en función de intereses de palacio.
A veces, no sabemos cómo pararnos frente a ese estado de cosas.
El periodista ha sido corrido de lugar, aún cuando esa realidad golpee el ego de todos nosotros.
No sé si es mejor o peor, no sé si está bien o está mal.
Pero en ese corrimiento, el periodista ha sido precarizado, también.
Los medios se han vuelto territorio hostil para los periodistas. En ocasiones pasa que los periodistas quedan en el aire, sin pisar el suelo.
Eso, todo eso, claro, no es periodismo narrativo.
Me fui del eje, me corrí voluntariamente de la línea: hablar de periodismo narrativo.
Pero considero que es indispensable hablar de periodismo, primero y fundamentalmente, y sobre todo, de los periodistas, los que estamos en el medio de toda esta historia.
Y de paso, decir que a veces el periodismo narrativo es un verdadero galimatías, una puesta en escena de egos, piezas floridas, cuentitos autorreferenciales, escribas que se enredan solitos y que no nos llevan a ningún lado con la historia que pretenden contar.
Yo, cuando leo una crónica, quiero que me lleven de viaje a algún lugar, que me muestren algo, que me lleven y me hagan ver lo que yo no vi.
No siempre consigo eso.
Pero esa ya es otra historia.
Alguien dijo que en el periodismo narrativo cada frase debe estar al servicio de la historia.
Eso es fundamental, claro.
Leila Guerriero, excelente cronista, ha dicho que en Latinoamérica muchas veces hay una confusión cuando se habla del periodismo literario o narrativo.
El periodismo, ha dicho, es periodismo, no se trata de hacer una novela, de inventar. “Lo que contamos son historias reales, y a mí no me gusta la palabra verdad, pero deben ser hechos comprobables, que hayan sucedido. No se trata de rellenar con un invento un hueco de la realidad que no pudimos comprobar o al que no pudimos acceder. Si especulamos, al lector debe quedarle claro”.
Yo pienso que a veces al lector no le quedan en claro muchas cosas.
En el periodismo narrativo, claro, y en el periodismo, a secas.
Ricardo Leguizamón
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.