Por Eneas Espinoza Gallardo (*)

 

 

Como bien apunta la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico de Argentina, “la reunión secreta del Papa con algunas víctimas elegidas a dedo representa un nuevo acto de abuso de poder y violación de Derechos Humanos disfrazado de tolerancia y arrepentimiento”.

Si Francisco tuviese la voluntad real de combatir el abuso sexual infantil en la institución que comanda, le bastaría con atender las exhortaciones enérgicas y urgentes que la ONU entregó formalmente al Vaticano en el año 2014 a fin de detener la política sistemática de tortura que la Iglesia Católica practica en todos los países en que se encuentra operando.

 

 

Francisco compartió dos eucaristías de alto impacto mediático con el obispo de Osorno, Juan Barros, figura que encarna la impunidad en Chile. Esto confirma que no hay interés alguno en hacer justicia.

 

Barros es ex secretario privado del cura Fernando Karadima, condenado por los tribunales chilenos por abusar de niños y jóvenes durante su ejercicio pastoral. Barros, nombrado obispo por Francisco a pesar de que sabía de su participación en el caso, es señalado por víctimas como testigo de esos abusos. “Barros se besaba en la boca con Karadima enfrente nuestro”.

 

La brutal asimetría que existe en todo abuso sexual infantil, donde el poderoso avanza sobre sometido, vejando su cuerpo y marcando su vida para siempre, se ve representada con suma claridad cuando hablamos de abuso sexual infantil eclesiástico.

 

Figuras investidas de un poder y una luz, que las vuelve incuestionables ante la mirada de familias y sociedades, ocupan el lugar del ministro, guía y educador: lugares desde donde pueden elegir a sus víctimas, cometer delitos sexuales y luego gozar de total impunidad al ser encubiertos por la propia comunidad eclesiástica, excusada en el derecho canónico, y otras aberraciones denunciadas con  claridad y precisión por el Comité Internacional de los Derechos del Niño de la ONU.

 

El horror del abuso no termina aquí. La institución y la sociedad que la avala, sin interpelarla por estos crímenes, se vuelve cómplice y participa del segundo y más extenso abuso: la impunidad.

 

Homenajes, agasajos, festejos y actos oficiales que dan la bienvenida a abusadores, cómplices y encubridores son golpes en la herida permanente de quienes fuimos abusados. El Gobierno de Chile y en unos días el de Perú pasan entonces a integrar esta trama de violación de los DDHH. Así fueron advertidos por nosotros a través de los canales diplomáticos.

 

En su visita a Chile, el Papa Francisco realizó dos gestos que pretenden verse reparadores, pero se mantienen dentro de la órbita del marketing y las relaciones públicas. En Chile contabilizamos 80 religiosos y religiosas denunciados, 11 obispos involucrados en casos de abusos. Es resorte exclusivo del Papa la expulsión de estos delincuentes y sus encubridores.

 

Con el 6% del clero involucrado en abusos, según cifras del propio Vaticano, o uno de cada 14 religiosos y religiosas si miramos las cifras del Gobierno de Australia, resulta una burla que Francisco se limite a pedir perdón y declarar sentir vergüenza. Es (o debería ser) la vergüenza del acorralado, como apuntó un periodista chileno que sigue la visita de cerca.

 

¿El Vaticano tiene una lista de víctimas de abuso sexual eclesiástico? En cuestión de horas, seleccionando a dedo a personas vulneradas por el clero, organizan una reunión secreta, que nos impide otra vez saber los nombres de los abusadores. ¡Qué espléndida base da datos tienen! Ojalá pusieran esos antecedentes a disposición de los tribunales de nuestros países.

 

Con estos dos gestos (declaraciones y reunión secreta) el Papa ostenta los rasgos de la Iglesia Católica que facilitan el abuso sexual sistemático dentro de su órbita. Así como nos elegían en parroquias, colegios o grupos de scouts para abusar de nosotros, manteniendo su secretismo, organizan supuestos encuentros sin resultado concreto.

 

El único gesto, la única palabra del Papa que tomaremos en cuenta será el anuncio de medidas específicas, de justicia a favor de las víctimas de abuso sexual infantil. La verticalidad de la organización de su Iglesia le ha otorgado todo el poder para expulsar a abusadores identificados y a sus encubridores. No está en su agenda. Nunca lo estuvo. En su paso por obispados argentinos como Bergoglio o vestido de Cardenal, hizo todo lo que estuvo a su alcance para proteger a delincuentes, incluso condenados. El caso del todavía cura Grassi es la prueba viviente de quién es el Papa: es Bergoglio, el que mandó a escribir libros carísimos buscando defender a Grassi de lo indefendible.

 

Cuando levante vuelo desde tierras chilenas rumbo a Perú, a Francisco lo esperan nuestras voces. El mismo día que empezaba la visita a Chile creamos la  ECA: Ending Clerical Abuse, Global Justice Project, primera organización mundial para la justicia en casos de abuso en la Iglesia Católica. A donde dirija sus pasos, lo estaremos esperando. Como declaramos ese día:

 

Nunca más solos. Nunca más en silencio.

Estamos juntos, somos muchos y nos organizamos en todo el mundo.

Porque la sistemática política de encubrimiento vaticana es global, nuestra respuesta también.

 

 

(*) Eneas Espinoza Gallardo es chileno. Periodista. Miembro de la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Infantil Eclesiástico.

Especial para Entre Ríos Ahora.