Juan Diego Escobar Gaviria pensó que era distinto. Que estaba unos centímetros más arriba del mundo corriente y que podía sanar enfermedades del cuerpo con pura charlatanería, untando los brazos con aceite, echando agua bendita sobre fotografías, llaveros, ropas. Empezó a pensarlo aquella vez, en Timbúes, un pueblo del interior santafesino, su primer destino antes de llegar, en 2005, a Lucas González.

Una mujer con una ceguera que avanzaba y que no encontraba solución entre los médicos, fue a verlo para que le impusiera las manos, la curara.

–Y yo me negué. Le dije que eso lo hacía el padre Ignacio, y le dije eso: –Vaya donde el padre Ignacio, y pídale que le imponga las manos. No me hizo caso. Entonces, ella misma me agarró las manos y se las puso en los ojos. Ahí, yo, de prepo, dije un Padrenuestro, y más nada. Y a los quince días, volvió diciendo que yo la había sanado, usted me ha sanado, dijo. Ahí ya vi yo el signo de que el Señor quería que yo empezara a hacer bendiciones. Eso pasó ahí en Timbúes. En los tres años que estuve ahí, lo empecé a descubrir. Aunque yo, en mi oración incipiente, le pedía al Señor ser instrumento de sanación, un instrumento de Dios para ayudar a las personas que están en problemas.

Un exsacerdote que lo conoció bien a Escobar Gaviria cuenta una versión menos bíblica del asunto: que en las reuniones de curas, el sanador solía mofarse de sus “pacientes”, de la gente que acudía a él por curaciones. Pero el sanador creció en fama, y la cúpula de la Iglesia de Paraná lo dejó que hiciera. Nadie quiso dudar nunca del cura: impuso en Lucas González, un pueblo de 4.600 habitantes, a 133 kilómetros de Nogoyá, una moral de bricolaje; mientras, en su alcoba parroquial corrompía a nenes, a los que iniciaba en el despertar sexual del peor modo, y con voracidad.

Araceli Tesaro fue la primera que, sin proponérselo, lo puso en evidencia. Mientras el cura adocenaba a los beatos, mostraba el camino al Edén, y partía el Universo en dos, a un lado la castidad, del otro, todo lo demás, su computadora personal se llenaba de virus por sus continuas visitas a páginas porno. Cuando Escobar Gaviria bajaba del púlpito, corría hasta su pieza a masturbarse con el sexo  virtual.

Araceli Tesaro es la esposa de Renato Bella, exintendente de Lucas González, técnico en computación ya retirado, que fue a Tribunales a contar aquel incidente que bajó a Escobar Gaviria de las alturas de los cielos a los bajos fondos. Cuando el sacerdote le llevó su computadora para que le solucionara un problema de funcionamiento –anda lenta, le dijo–, Bella no le dio vueltas al asunto. Le dijo que el origen de todo era el historial que tenía: visitaba páginas porno, y eso cargaba al equipo de virus.

El durísimo alegato de los fiscales Dardo Tórtul y Federico Uriburu, este lunes 28, en los Tribunales de Gualeguay, recorrió la contracara del cura Escobar Gaviria, eso que  siempre se ocupó de ocultar: su costado delictivo.

El cura Juan Diego Escobar Gaviria siempre supo lo que hacía con los menores que quedaban a su cuidado en la casa parroquial de Lucas González  y a los que luego abusaba.

El sacerdote conocía la edad de esos niños, que eran monaguillos de la parroquia San Lucas Evangelista. Los buscaba entre los más vulnerables, los atraía para sí, y en ese ardid hasta lograba la confianza de los padres. Con quién mejor que con el cura va a estar mi hijo, pensaban todos. Y le firmaban permisos para que durmieran en la casa parroquial los fines de semana, para que lo acompañaran en sus campañas de sanación por distintos puntos de la provincia.

Pero ni en las noches de fines de semana ni en los viajes fuera del pueblo el cura hacía las veces de protector: era el lobo puesto a cuidar las ovejas.

No se trató de hechos aislados, sino de un proceso continuado, dice la acusación de los fiscales Tórtul y Uriburu, expuesto durante la jornada de los alegatos, este lunes, en los Tribunales de Gualeguay.  Fue durante la acusación como autor material de los delitos de corrupción y abuso sexual de menores agravados por la condición de miembro del clero, para lo cual pidieron al Tribunal de Juicios y Apelaciones de Gualeguay la aplicación de la máxima pena, 25 años de cárcel.

El alegato acusatorio señala que el cura realizaba “toqueteos genitales de las víctimas, incitación al toqueteo de genitales del abusador, intentos de penetración, contacto bucogenital”, todo eso sin el consentimiento de los menores, que eran “coaccionados y sometidos a la condición sacerdotal del incurso”.

Esos abusos fueron hechos en el marco de una relación de “asimetría” entre el cura y sus víctimas menores, en la que Escobar Gaviria ejercía su poder: los chicos, muy vulnerables, buscaban su consejo y guía, y en algunos casos, también una figura paterna que habían perdido. En vez de eso, el cura los sometía, y conseguía el silencio.

La Fiscalía anota un punto: la iniciación sexual de los chicos fue de modo violento, a manos del cura, sin que tuviesen noción de qué era lo que ocurría con sus cuerpos.  Ese despertar sexual fue forzado por el cura, quien tendía sus redes para captar a los menores con frases del estilo “has sido elegido por Dios”.

Dios los elegía, Escobar Gaviria los abusaba. La línea de la perversión funcionaba así, y se cerraba con una condición sine qua non: los nenes no hablaban de lo que ocurría cuando se cerraba la puerta del dormitorio del cura.

“El tiempo en que fueron realizados (los abusos), nos indica lo excesivo de tales conductas: muchos de estos actos, si los analizamos aisladamente a modo de las piezas separadas de un rompecabezas, tendrían otra entidad legal, pero precisamente por su prolongación en el tiempo y por lo sistemático sin dudas analizados en forma global y no separada, alcanzan el carácter de corrupctores”, dice el alegato de la acusación.

Destacan los fiscales la ejecución por parte de Escobar Gaviria de un “plan criminal, consistente en la realización de actos perversos, prematuros y excesivos, aprovechando esa guarda, buscando con ellos no sólo una satisfacción ocasional, sino a lo largo del tiempo”.

 

Por eso, la fiscalía solicitó para el cura Escobar Gaviria la pena de 25 años de prisión “a cumplir en forma efectiva” por los delitos de “promoción a la corrupción, agravada por su condición de guardador, en tres hechos, con más de abuso sexual simple agravado por su condición de ministro de culto en un hecho”.

“En la hipótesis de acoger este tribunal nuestra teoría del caso, solicitamos se mantenga la prisión preventiva, máxime la amenaza seria de una condena efectiva, lo que hará que el acusado  trate de eludir la acción de la Justicia, habida cuenta de haber provocado confusión en su arraigo y las posibilidades de profugarse por la ayuda de terceros”, señalan los fiscales al justificar el pedido de extensión de la prisión preventiva más allá del dictado de la sentencia.

 

 

Ricardo Leguizamón

De la Redacción de Entre Ríos Ahora.