El último día de enero, José Francisco «Pepe» Dumoulin dio el sí.
La foto junto a su compañera, los dos sonrientes, cierra una etapa, abre otra.
Cuatro años después de haber renunciado al sacerdocio, con una carta pública que, a la vez, una despedida y un severo llamado de atención a la cúpula de la Iglesia de Paraná que encabeza el arzobispo Juan Alberto Puiggari, Dumoulin se casó este viernes 31 de enero. En una oficina del Registro Civil de Paraná, dio el sí.
No hizo lo que otros curas, a los que Dumoulin reprochó su «doble vida». Decidió irse, decir lo que sintió que debía decir, y caminar otro camino.
Ramón Alberto Abeldaño, con quien compartió destino en La Paz, por ejemplo. El 3 de septiembre de 2003, Alberto Ramón Abeldaño dejó la Parroquia Nuestra Señora de La Paz, en La Paz, al norte de Entre Ríos, antes de que el día comenzara a clarear. Había llegado un año antes, en 2002, y se marchó sin despedirse de casi nadie. Atrás dejaba un destino pastoral que le había encomendado el entonces arzobispo Mario Maulión, y una mujer en estado de preñez.
Abeldaño no dejó de ser cura. Se afincó en la provincia de Buenos Aires.
El 10 de diciembre de 2015, cuando dejó la Iglesia, Dumoulin escribió una carta a Puiggari. La escribió desde el último destino que tuvo, la parroquia Santa Rosa de Lima, de Villaguay, el mismo lugar en el que habían ocurrido los abusos del cura Marelino Moya, condenado a 17 años de prisión por la Justicia en 2019.
«El motivo de mi renuncia, a esta misión pastoral que me fuera encomendada, es debido a los inconvenientes que hemos venido acarreando en estos últimos meses, y que en muchas oportunidades te he manifestado mi total desacuerdo en el modo y actitudes que has tomado con respecto a los casos que son de público conocimiento, y en otros, en los que no has actuado, a mi modo de entender, como se debería y no quiero ser yo quien ocasione división en la comunidad parroquial. Por esto prefiero dar un paso al costado para no interferir en la espiritualidad y la pastoral de la Parroquia», escribió.
Y recordó «la necesidad de madurar como presbiterio para poder ser auténticos y aclarar muchas situaciones que siguen siendo turbias, con respecto a comportamientos totalmente inapropiados de muchos sacerdotes con doble vida, que tienen mujer, hijos, el problema de la homosexualidad y pedofilia, el uso del poder y del dinero, como así también el problema referente al tema vinculado al fundamentalismo católico, que sigue estando presente con su modo particular, reductivo y hasta belicoso de entender el seguimiento de Jesús, del cual has sido parte y es una herida no cerrada en nuestra diócesis».

Esa carta no logró conmover conciencias y por eso, antes de la Navidad de 2015, Dumoulin insistió de varios modos conseguir la atención de Puiggari de varios modos. Lo hizo hasta que estalló de furia, como lo contó cuando testimonió ante el Tribunal de Juicio y Apelaciones de Concepción del Uruguay, que en marzo de 2019 juzgó al cura Moya.
“Atendeme, puto de mierda”.
El mensaje de whatsapp, apremiante, belicoso, fue enviado por Dumoulin a Puiggari. Fue antes de la Navidad de 2015.
Dumoulin –no lo sabía entonces- pasaba sus últimos días como párroco de Santa Rosa de Lima, en Villaguay, y buscaba entablar una conversación con Puiggari. El obispo lo venía ninguneando: no le contestaba los mensajes, no le respondía los llamados.
Fue así que Dumoulin hizo lo que pensó que debía hacer: armó la maleta y se fue para siempre.
A Dumoulin le dio la razón la Justicia. También al excura José Carlos Wendler. Lo mismo que al todavía cura Leonardo Tovar. La razón de todas las razones la tuvieron las víctimas de los curas abusadores que denunciaron los sobrevivientes de los abusos de Juan Diego Escobar Gaviria, Justo José Ilarraz, Marcelino Ricardo Moya. Todos tuvieron razón: la sinrazón estuvo del lado de la Iglesia. Siempre..
Cuando José Francisco «Pepe» Dumoulin dijo todo cuanto tenía que decir -del otro lado, siempre, encontró silencio- empezó a transitar el camino de ida. Primero renunció con una carta pública. Más tarde, siguió los caminos burocráticos del clero para conseguir la dispensa del Vaticano a su oficio como sacerdote.
Casi dos años después de haberse ido, consiguió la dispensa del Vaticano del oficio sacerdotal. Su salida de la Iglesia, antes por motu proprio; ahora, con la venia de Roma, se dio sin que la jerarquía católica de Paraná hubiese cambiado un ápice su actitud.
La Justicia condenó a 25 años de cárcel al cura Juan Diego Escobar Gaviria en 2017; uno año más tarde, en 2018, recibió la misma condena el sacerdote Justo José Ilarraz. En marzo de 2019, el cura Marcelino Ricardo Moya fue sentenciado a 17 años de cárcel. Todos, por abuso y corrupción de menores.
La cúpula eclesiástica no se ha movido de su postura. El sacerdote Leonardo Tovar, que debió emigrar de Paraná y afincarse en el sur del país, ha repetido una y otra vez una misma convicción: que Puiggari «encubrió» los abusos del clero.
En octubre de 2019, Puiggari recibió un duro revés en la Justicia: su mano derecha, el cura Mario Gervasoni, fue condenado por el delito de falso testimonio al no haber dicho todo lo que sabía durante la tramitación de la causa Ilarraz.
José Carlos Wendler, excura, el primero que oficialmente denunció los abusos ante el exarzobispo Mario Maulión, ha dicho que ni esa condena ni las resoluciones de la Justicia en las causas Escobar Gaviria, Ilarraz o Moya harán cambiar la postura de la Iglesia de Paraná. «A la Iglesia le da lo mismo», lamentó.
«Evidentemente, la Iglesia de Paraná, en lugar de recibir la verdad con humildad, se ha encerrado en sí misma», dijo Wendler.
De la Redacción de Entre Río Ahora