Miguel Arcangel “Volcan” Sánchez.

De pelo ondulado y bigotito oscuro, el pantalón de tiro alto y la mandíbula en tensión. En guardia, siempre en guardia y a la ofensiva. Un movimiento leve de cabeza hacia un lado podía significar, por caso, la tormenta de gritos subsiguiente. Una violenta patada a la pelota o una descarga de zapatazos al piso.

Un carácter de mil demonios, Volcan.

El entrenador uruguayo llegó a Paraná en 1988. El Atlético Echagüe Club tenía dos temporadas encima de Liga Nacional A: un buen inicio deportivo con Horacio Seguí –que fue un desastre en lo económico- y una campaña regular con el santafesino Justo Reynoso, en 1987.

Entonces llegó Volcan y cambió todo.

Echagüe era un club que estiraba sus potenciales, hasta quebrar en sus cuentas y sus raíces, para cumplir el mandato autoimpuesto de representar a la provincia en la novedad de la Liga. Una Liga que inauguraba el profesionalismo, que lo estaba inaugurando, en medio de una crisis económica cada vez más dramática.

Se sabía, entonces, que los jugadores debían cobrar y la contraprestación era el entrenamiento cotidiano y la prueba de cada viernes. No mucho más que eso.

Volcan vino a añadir obligaciones para los jugadores y para los dirigentes. Vino con su experiencia en Indiana, cercana al legendario y controvertido “Bobby” Knight y vino, especialmente, con una marea de exigencias y un modo algo brutal de expresarlas. No, porque careciera el uruguayo de facilidad de palabra, sino por considerar que era ese y no otro el modelo de liderazgo que le daría resultados.  De esa manera -se defendería él- sentía el básquet. Y punto.

Volcan fue quien inauguró los entrenamientos a puertas cerradas, del mismo modo que una piecita al fondo pintada con consignas entre las que se destacaba “Echagüe es defensa” o el concepto de actitud, como una razón que antecedía cualquier defecto o virtud. Un jugador podía ser limitado, pero no podía carecer de actitud, ni de concentración.  En el juego o en el entrenamiento. Eso era innegociable.

Las razones de Volcan, su apego al trabajo defensivo, a la enseñanza de la práctica defensiva, resultaba en principio un rasgo de distinción, hasta de rareza. Además de mal genio, Volcan tenía  obsesiones: la primera era la defensa. La podía pasar mal, muy mal, el que no entendiera el mensaje. Más de un juvenil y unos cuantos mayores salieron en pleno llanto después de recibir una descarga de argumentos e insultos del entrenador.  Volcan era duro, trabajar con él, más aún.

El tiempo le dio varias razones y también fue aligerando su carácter.

El Volcan que viene a Sionista a reemplazar nada menos que el entrenador que nació con el club en la competencia (Sebastián Svetliza), es un hombre con una experiencia amplia y una templanza que nada tiene que ver con el flaco de bigotes y mandíbula en tensión, que zapateaba al borde de la cancha, convocando una buena parte de la atención del público.

Es otro Volcan el que viene a Sionista.

Por lo demás, en ese 88, aquel Volcan hizo la mejor campaña en la historia de Echagüe en la Liga Nacional de Básquet. Lo hizo con un equipo de juveniles en el mismo año en que explotó el terrible goleador Luis Chuzo González.

En la tribuna, a veces, la gente coreaba “uruguayo…” y Volcan ahí, en el fleje, anudado entre sus tensiones. Se fue, volvió, se peleó, pero aquella primera experiencia marcó algo del rumbo que debía tener el profesionalismo y la manera en que un jugador debía entregarse a su tarea.

Con un carácter de mil demonios y todo, además, el uruguayo compartió generosamente sus conocimientos con muchos entrenadores de Paraná. Y dejó algo. Volcan dejó algo.

Ahora vuelve. Es otro Volcan.

De cualquier modo, habrá que ver qué pasa cuando comience el partido.

 

Julián Stoppello

De la Redacción de Entre Ríos Ahora