Por Fabián Schunk (*)
Esa última vez que se sentó en mi cama, una noche, tarde, me dijo: “No basta que seas bueno, tienes que ser muy bueno”.
Fueron sus palabras frente a mi negativa a su intento de abuso.
Fue también la última vez de muchas cosas: de jugar en su equipo, de entrar a su habitación, de formar parte de su pergeñada trama de corrupción.
Y a partir de de ese momento, comenzaron en mi mente, como en la mente de muchos de mis compañeros, un sinfín de inseguridades, vergüenzas, miedos a tomar una decisión, pesadillas nocturnas y el llanto escondido, ahogado, para que nadie supiera, ni sospechara siquiera, que algo estábamos padeciendo.
Ya pasaron casi 30 años de aquella noche.
En el medio, la vida que muchos no soñamos vivir.
La vida que nuestros padres no pensaron para nosotros cuando nos dejaron en el Seminario en las manos de aquellos sacerdotes que ellos esperaban que nos cuidarían.
Ahora, ese tiempo de espera llega a su fin.
Y llega a su fin no por obra de la Iglesia ni tampoco de aquellos que tenían la responsabilidad de cuidarnos.
Apenas un puñado de días nos separan de la justicia tan deseada, de la justicia que se nos ocultó.
Apenas un puñado de días, que pesan como años, para que cada uno de nosotros, sin vergüenza, podamos decir a la cara lo mal que nos hiciste, lo mal que nos hicieron.
No sé cuál será el resultado de esta lucha, pero sabemos que en el camino trascurrido desde que nos animamos a denunciar, las cosas cambiaron para muchos.
En materia de abuso sexual contra niños, surgió la Ley N° 27.206, impulsada por la senadora Sigrid Kunat, que estableció el respeto a los tiempos de las víctimas para denunciar un abuso y puso freno a la prescripción.
Ya ningún abusador ni encubridor se podrá esperanzar en el paso del tiempo, ya la Iglesia no podrá, para proteger al abusador, trasladarlo y esperar el olvido.
Así también fueron muchos los que tomaron fuerzas para denunciar a otros curas abusadores, gracias al camino recorrido con tanto esfuerzo por los primeros que empezamos.
Esta lucha por la liberación interna nos enseñó que la causa Ilarraz no es nuestra, no es sólo por nosotros, ni por aquellos compañeros que al día de hoy no se animan a contar lo sufrido.
Esa lucha nos enseñó que tampoco es contra nadie, no es por odio ni por venganza, ni siquiera es contra el obispo Juan Alberto Puiggari, que parece tener cerradas sus puertas para las víctimas que cuidó cuando niños. Y mucho menos es contra la Iglesia.
Esta causa pertenece a todos los niños de hoy y los niños que vendrán que podrán crecer en una sociedad que maduró un poco más, en materia de derechos, y que los protege.
Esta causa es de ellos y por ellos es esta lucha.
(*) Fabián Schunk es excura. Integra la Red de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesiástico. Y es uno de los siete denunciantes de los abusos del cura Justo José Ilarraz, cuyo juicio empieza el 13 de noviembre.