Viajó los 30 kilómetros que separan Lucas González de Nogoyá.
Llegó al edificio de Tribunales, y ahí esperó.
Esperó el momento justo para encontrarlo de frente.
Lo buscó sólo para sostenerle la mirada.
No mucho más quiso hacer Silvia Muñoz esta mañana de martes de febrero.
Pararse frente a ese hombre, sostenerle la mirada, y hablarle con el silencio.
“Fue mortal en ese momento. Te juro que temblaba, pero no le bajé la mirada un solo instante”, dice.
Enfrente estaba el cura Juan Diego Escobar Gaviria, en los pasillos de los Tribunales de Nogoyá.
El cura sostenía en una mano una botella de agua. En la otra, una toalla. Una toalla que usó todo el tiempo para secarse la transpiración.

Escobar Gaviria hizo lo mismo: la miró, y no dijo nada.

Silvia entonces le habló con los gestos. Le preguntó qué había hecho con su hijo: se lo dijo con un movimiento de cabeza que a ella le bastó para hacerse entender. El cura entendió, bajó la cabeza, se tapó la boca con la toalla, volvió a mirarla, ella también lo miró,  y se fue.

Antes de salir de Tribunales, antes de bajar las escaleras del primer piso, Escobar Gaviria le dirigió una última mirada a Silvia Muñoz. Habló algo que no se alcanzó a escuchar con su abogado Milton Urrutia, y se fue, acompañado por su contadora y su mano derecha.

Entonces, Silvia sintió toda la ira del mundo. Las manos queriendo asfixiar el cuello del cura, las palabras atropellándose en la garganta, las piernas que le temblaban. Se quedó parada. Y no dijo nada. No hizo nada.

Ahora, Silvia habla desde Lucas González, desde su casa, y dice: «Me siento bien. Me siento la Mujer Maravilla. Haberlo podido mirar, haber logrado que baje la mirada, y sentir, yo lo sentí, que en algún momento me quiso pedir perdón. Lo sentí. Pero bueno, me quedo con la mirada que me hizo cuando yo, con la cabeza, le preguntaba `qué hiciste, qué hiciste´. »

 

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Transpiraba el cura. Una mañana fresca de febrero y el cura sudaba.
Fue a Tribunales a hacer lo de siempre: hundirse en un silencio, y esperar así lo que el fiscal Federico Uriburu tenía para decirle. Que estaba imputado por un cuarto hecho de abuso contra un menor, el tercero que quedó calificado como Promoción a la corrupción agravada.
Le contó qué tiempo, qué lugar, qué modus operandi.
Nada nuevo para Escobar Gaviria. Ha ido y ha vuelto a Tribunales estos últimos cuatro meses. En cuatro meses, suma cuatro causas por abuso.
Cuatro casos de abuso que ahora carga el cura Escobar Gaviria, el más famoso cura sanador de Entre Ríos, enrolado en la Cruzada del Espíritu Santo, colombiano, hasta finales de octubre pasado párroco de San Lucas Evangelista, de Lucas González, en el departamento Nogoyá.
En Lucas González vive Silvia Muñoz y su hijo, un nene de 11 años que fue la primera víctima que habló de los abusos. Su historia acaba de ser revelada a todo el mundo por el diario El País, de España. “El cura me lleva a la pieza, me encierra y me toca. Me toca las bolas, el pito, por encima del calzoncillo”, escuchó Silvia un día a su hijo.
Lo que siguió fue la denuncia de las monjas del Colegio Castro Barros, San José, adonde asiste a clase: se entrevistaron con el fiscal Oscar Rossi, y entonces la rueda de la Justicia se puso a andar. Escobar Gaviria fue separado del cargo, le prohibieron oficiar misas en público y ahora enfrenta la seria posibilidad de quedar sentado en el banquillo de los acusados.
Tres causas por promoción a la corrupción; una por abuso sexual simple. Y ahora, el defensor oficial ha pedido que se haga una cámara Gesell a una posible quinta víctima.
Aunque el caso Escobar Gaviria se encamina, inexorablemente, hacia la etapa de juicio oral y público, hecho que podría darse entre finales de febrero y comienzos de marzo. En la Justicia consideran que la etapa probatoria está completa, y que sólo resta llevarlo a juicio al cura, que ahora está refugiado en una casa religiosa en Paraná.
Ayer escuchó en silencio el nuevo hecho que se le imputa, se le hizo saber que los abusos fueron en forma reiterada, cuándo ocurrieron, en qué lugar tuvieron lugar. Todo eso escuchó Escobar Gaviria sin pronunciar palabra. Sólo bebía agua y se secaba la transpiración con una toalla.
En eso estaba, secándose con una toalla cuando, al salir del despacho del fiscal, se encontró en un pasillo con Silvia Muñoz. Ninguno de los dos dijo una palabra. La mujer sólo pudo sostenerle la mirada. Fue el gesto de mayor valentía que tuvo. Enfrente estaba el hombre al que se acusa de haber abusado de su hijo.

 

 

Ricardo Leguizamón
De la Redacción de Entre Ríos Ahora.